Como profesor de arte que fui por casi un cuarto de siglo, i valorando los testimonios históricos en los cuales se convierten las obras artísticas, más el estudio de las realidades sociales i políticas del mundo, encuentro que, si bien se puede criticar duramente el atentado contra un monumento público, las historia nos enseña que circunstancias o que acontecimientos en momentos de conflictividad social, como una guerra o una revolución, aunque sea pacífica como la nuestra bolivariana, no se puede exigir serenidad perenne, ni condenar al pueblo porque en un arranque indignación colectiva, se atente contra obras artísticas o que sean patrimonio cultural de un país. Si hago recuento de los casos que señala la historia universal de hechos similares o peores, se podría hacer un libro; pero es conveniente recordar cuantas estatuas, obras de pintura, de arquitectura, de música, de literatura, se han destruido en las guerras i sin guerras, como cuando los ingleses saquearon a Grecia i se llevaron el frontón, las metopas, las esculturas, etc. del Partenón o cómo en los museos ingleses, franceses, alemanes, italianos i estadounidenses, reposan las mejores obras de arte de Grecia, Egipto, i todo el Medio Oriente. En la Revolución Francesa, son incontables esos atentados contra el arte, las estatuas decapitadas o las arquitecturas destruidas; lo mismo en la revolución rusa, el en los tiempos del nazismo en Alemania i del Fascismo en Italia, en las dos Guerras Mundiales, i no se diga, en los millones de abusos i terribles destrucciones que causó la “Santa” Inquisición. Pero, vengámonos a América i recordemos el arrase de la maravillosa arquitectura Azteca i Maya, o de los Incas en el Perú i los Chibchas en Colombia. Empero salgamos del pasado i vamos al presente: ¿Cuántos monumentos, estatuas, museos, templos, palacios, han destruido las “bombas inteligentes” de emperador Bush, en la ciudad milenaria de Bagdad? ¿Se ha respetado esta bella ciudad de Las Mil i una noches, llena de historia i de arte, como se respetó a París? No quiero extenderme porque he prometido tres comentarios breves; sin embargo, aunque es objetable o repudiable que un grupo de venezolanos indignados con lo que al fin han sabido de lo que, en realidad, fue la gesta de Colón, iniciador de una conquista a sangre i fuego que causó el genocidio más grande de la historia (porque el prefijo geno se debe a eso, a exterminio de “razas” o etnias), considero que tener detenidos a los autores que valientemente han asumido su responsabilidad, mientras está libre tanto traidor a la patria, autores del golpe de estado, de los paros, del saboteo petrolero i permanentes conspiradores contra la soberanía i la paz de la nación, que además por cobardes no han asumido la responsabilidad de esos nefastos hechos, me parece tremenda injusticia. Repito que, me parece una tremenda injusticia, porque cuando más, merecerían una reprimenda, una multa o sencillamente educarles respecto a la inutilidad de esas acciones, pero no llevarlos a prisión. Este es un país que padece de un cáncer social que se llama impunidad para los grandes delitos de lesa patria i, pese a que no avalo esa actitud destructiva que no conduce a nada, sino a darle argumentos a la estúpida oposición para atacar al proceso bolivariano, deseo ver por lo menos una sola vez, siquiera la condena de un corrupto. I no les condeno haber derribado esa estatua, porque me parece un delito menor, trivial, considerando que respondió a una decisión emocional o pasional porque, en el fondo, tiene justificación el repudio hacia El Almirante.
EL INCENDIO DE LA TORRE. Respecto a este lamentable acontecimiento, debo decir brevemente que tiene un antecedente profesional para los ingenieros i arquitectos responsables de la obra; la no prevención de hechos como el ocurrido, parecido a la imprevisión de los constructores navales del Titanic que, realizando una obra portentosa como el célebre barco, la mentalidad comercial no les hizo prever un hundimiento i no hubo suficientes botes salvavidas. Esas grandes construcciones deslumbran, pero particularmente les tengo miedo, porque la mayoría de las veces no se piensa en una tragedia i cómo escapar de ella, bien sea con escaleras apropiadas, ascensores de emergencias i sobre todo recursos tecnológicos que vayan a la par con la altura del edificio. Recordemos la diferencia entre el choque de un avión con el Empire States construido sólidamente con los temores de la época, i el derrumbe de las Torres Gemelas por colapso de su estructura “supermoderna”. Recientemente, ese extraordinario arquitecto venezolano Fruto Vivas, explicaba lo interesante de cambiar esa pasión por la altura, la verticalidad, con edificios que la combinan con la estructura horizontal, i que sean muchas las vías i los recursos de escape en caso de un grave problema. Igualmente, su idea de columnas o soportes con agua i otros detalles sensatamente explicados. I, finalmente, aventurarme a una insinuación: particularmente veo ese incendio propagado con tanta violencia, rapidez i gran extensión, a tal altura, no lo admito como un posible caso al azar, por un cortocircuito. Viendo la actitud de la oposición ante las próximas elecciones; viendo que no les prosperó los llantos de fraude tan “perfecto” que no se encontró prueba alguna; viendo que se consideran perdidos para la próxima justa electoral i agotados los recursos de artimañas, renuncias i “fraude anunciado” (son tan brutos que sabiendo de un fraude futuro, no saben cómo impedirlo) i, estando particularmente seguro de la intención de los Estados Unidos de meter sus manos en Venezuela, gane Bush o gane Kerry (todos son igualitos) i que la CIA opera intensamente en el país i tiene sus fichas criollas (un semanario escuálido en Maracaibo, los puso a color en su portada), no solamente seguirán planificando un magnicidio, sino que buscan desestabilizar a país de cualquiera manera i para mí, ese incendio ha podido ser provocado por ellos, ya que realmente ha sido un incendio terrible que, a no ser porque se hizo la proeza de dominarlo, ha podido colapsar a todos los edificios, vivienda i comercios, de Parque Central, convirtiéndose en una catástrofe de magnitud nacional. Debe investigarse, fundamentalmente, si fue un incendio provocado.
LA RENUNCIA DE UN SOBERBIO. La renuncia del periodista Alfredo Peña es, para decirlo en criollo, “la arrechera infantil” de un soberbio psicópata. Lo conocí en la Constituyente; no le vi actuar en sus comisiones, pero en la Asamblea intervino solamente unas dos o tres veces, especialmente cuando se discutía sobre la veracidad de la información, etc. Me tocaba pasar por su asiento, cuando cruzaba hacia el pasillo para llegar al mío. Al principio le saludé, pero no respondía sino que miraba con una cara airada. Me comentaron: está furioso porque aspiraba a presidir la Constituyente en relación a que, obtuvo el mayor número de votos que pudo lograr un constituyente. Fue bajo el ala de Chávez, pero también con otros patrocinios. No le saludé más. Como faltaba mucho, debía ser que estaba estirando escrotos i luego le vi con sorpresa como secretario del presidente Chávez i posteriormente Ministro de la Secretaría de la Presidencia. Después ya vimos su historia de conversión a superescuálido i de gran vociferante en las marchas de la oposición i su labor traicionera i corrupta en la Alcaldía Mayor i su utilización de la Policía Metropolitana como brigada de choque para asesinar a venezolanos inocentes. Nadie ignora su bajísima calidad humana. Por eso, consciente que tiene una derrota anunciada, tratando de huir de las responsabilidades que deberá afrontar al dar cuenta de más de dos billones de bolívares que ha recibido i, de no tener posibilidades i talento para defenderse, recurre a la renuncia de su candidatura que no tiene vida en las encuestas. Posiblemente ahora tendrá más tiempo para conspirar i planificar atentados a la democracia pero, aunque esté pensando que se podrá arropar de impunidad, su vileza, sus conjuras, sus traiciones lo acosarán el resto de la vida; los “peñonazos” de Peña, serán contra su conciencia, tal como lo expresó Víctor Hugo: “Cuando mayor es el delito, mayor debe ser el tiempo consagrado a los remordimientos”.