Don Enrique IV, rey de Castilla y de León, vino al mundo con gravísima hemorragia de su madre. Los astrólogos de la corte predijeron destino felicísimo al mundo, demostrándose así el grave peligro que corren los politólogos. No hubo rey más desdichado y que tantos males concitase durante su reinado y a raíz de su muerte. Como puede leerse en la excelente biografía que sobre él escribiera el profesor Gregorio Marañón.
El caso es que don Enrique IV fue apodado el Falluto, por no ponerle el apodo con que lo conoce la historia. Además de sus fallas naturales, a la hora de elegir entre un halcón de cetrería y una circasiana, prefería al halconero. Lo que, si desencadenó airadas protestas de sus fieros súbditos, atrajo al trono de San Fernando a todos los moscos de su reino y de la morería. Ballesteros nos comenta en su Historia de España “Pocos reinados por los escarceos homosexuales del príncipe en su mocedad presentan un conjunto tan completo de hechos vergonzosos y denigrantes para la realeza como éste”
Enrique IV el Impotente: Casó en primeras nupcias con Blanca de Navarra, hija de Juan II de Aragón. Después de doce años de matrimonio, Doña Blanca solicitó el divorcio de su regio esposo atestiguando dos matronas casadas, expertas in opere nuptiale “que después de catar a la princesa, vieron que estaba virgen e incorrupta, como había nacido”. Así se volvió la princesa, melancólica y hastiada a sus tierras de Navarra.
Jamás una nación cristiana había tenido por rey y corte tantos caballeros de voz aflautada, que hasta en los torneos se ponían en evidencia, por los modales de yegua de sus corceles y por tantos afeites y guirindajos.
Don Enrique IV el Falluto casó con Juana de Portugal, una bellísima mujer.
Don Enrique tenía un amiguito, llamado Beltrán de la Cueva… Que como diría un clásico, era de enchufe y arranque, que lo mismo atendía al rey como a la reina.
El rey, sin embargo, tenía una hermana… ¡Tronco de hermana…! Que marcaría época en la historia de España y de América. Era nada menos que Isabel la Católica, que en ese tiempo era princesa con ganas de gobernar. Como el Falluto no tenía ni podía tener descendencia, ella era su heredera forzosa.
Un día, para sorpresa de todo el reino, e indignación de doña Isabel, doña Juana anunció al mundo que esperaba un hijo.
Doña Isabel: Ese no es hijo de mi hermano, sino de su amigo Beltrán de la Cueva.
La esposa de Enrique IV dio a luz una niña, a quien llamaron Juana… Juana la Beltraneja, por ser supuestamente hija del ambiválido.
Según las crónicas de la época, el rey qué padecía de esterilidad genésica había incitado a su primera esposa Blanca de Navarra a que cometiera adulterio para tener un hijo y asegurar así la descendencia, a lo que ésta se negó. Doña Juana aceptó las presiones de su marido y asqueada al dar a luz, se fugó con Pedro de Castilla, bisnieto de Pedro el Cruel.
Doña Isabel se hacía oír. Era una verdadera maestra en propaganda. Esa niña es adulterina. Esto es un fraude.
Los cortesanos: Tenéis razón, princesa. Esto es una vergüenza. Esto es el colmo.
Los castellanos: Tened paciencia, doña Isabel, que pronto vuestro real hermano se irá a la cueva, no a la de don Beltrán, sino a la que siempre espera.
Tal como se esperaba, murió don Enrique, y doña Isabel, con el apoyo de buena parte de la nobleza, declaró espúrea a su sobrina, coronándose reina de Castilla y de León. Pero los amigos del Falluto, no eran pocos, ni eran mancos. No iban a perder sus privilegios porque a la ampulosa reina y al cardenal primado se les hubiese metido el asunto de Saturno entre ceja y ceja. Se negaron a acatar la decisión de las cortes y se levantaron en armas a favor de la Beltraneja.
Los amigos del Falluto: Viva la princesa doña Juana. Abajo la gorda peluda y acomplejada.
Estallo la guerra. De un lado doña Isabel y los recios varones de Castilla; del otro los mariposos y la Beltraneja. Triunfó la causa de doña Isabel, como ya ustedes imaginarán. Y como los “gay” habían sido sus más implacables detractores, en la España de Isabel, los enemigos del Gobierno fueron indefectiblemente calificados de mariposos.
Isabel la Católica: Y ya sabéis, señor Preboste, cualquier modal tamizado, una mano que empapela, un caminar ladeado, cualquier detalle delicado. ¡A la cárcel con él!
Preboste: Descuidad, mi reina y señora, que ninguno habrá de escapar.
Policía: preguntándole a los medio rarosos ¿Usted como que es enemigo del Gobierno?
Voz afeminada: Ay, yo no.
Policía: ¿Cómo que no? Si en la cara se te pinta. Al calabozo con él.
Por muchos años los gay de Castilla y de León se las vieron negras, ahuyentando, con modales opuestos, al diablo que los tentaba: Que yo soy el macho más grande que hay por estos contornos. Tengo cinco mujeres a falta de una y catorce hijos en otros tantos vientres.
Otro: Un hombre no carga paquetes, ni deja que su mujer se le iguale.
A pesar de los desplantes y disimulos, el celo policial de las pesquisas de la reina día a día los iba descubriendo, sometiéndolos a los más espantosos suplicios.
Cuando el orden inclemente de doña Isabel se abatía sobre los enriqueños, para dicha y solución de ellos… Nuevo Mundo halló Colón…
Marchémonos al Nuevo Mundo Flor de Te, saqueamos las riquezas de Venezuela y rehacemos nuestras vidas. (Dijeron los PP de allá, encompinchandose con los PJ de aquí)
Desesperados y esperanzados, los gay huyeron a montones a bordo de las carabelas. Todo marchaba bien, hasta que doña Isabel, humanitaria por excelencia, prohibió tratar y vender como esclavos a sus súbditos de América.
Una voz: (Bronca y castiza) ¡Atiza! Ahora sí que la pusimos de oro. Con el buen negocio que estaba resultando esto de vender como esclavos a los caribes.
Voz de un cura: No te atores, hijo mío que ya tengo la solución. Con la rabia que le tiene doña Isabel a los mariscantes, basta acusar de sodomitas a estos salvajes para que vuestras mercedes vean lo que pasa.
Tal como lo supuso aquél cura, la psicología del rumor dio resultados. Enterada doña Isabel de las supuestas prácticas de algunas tribus, condenó a la esclavitud a todos aquellos que tuviesen por hábito tan abyectas costumbres. No tardaron en ser declarados por los PP de sodomitas todos los indios del mar Caribe, por cuya causa perecieron más de cinco millones de infelices. Y como en la acusación estaban implicados muchos ocultos enriqueños, no les quedó más camino para preservar la vida que la negación por contrario.
Salud Camaradas.
Hasta la Victoria Siempre.
Patria. Socialista o Muerte.
¡Venceremos!
manueltaibo@cantv.net