2/11: El día que Homero Simpson tuvo miedo

¿Son idiotas los estadounidenses? '¿Cómo pueden 59.054.087 personas ser tan idiotas?', se preguntaba un titular del británico Daily Mirror luego del triunfo republicano. La explicación de por qué hay tantos Homero Simpson -profundamente idiotas, conservadores, miedosos, adoradores de la televisión- es algo más compleja que apelar a la 'idiotez'.

Homero Simpson, el pater familias de la tradicional serie de dibujos americanos, es más que un simpático personaje de caricaturas: es la esencia misma del ciudadano estadounidense.

Para los latinoamericanos -para muchos, al menos- puede ser envidiable, de ahí que tantos prefieren irse incluso ilegalmente para la tierra del norte en búsqueda de lo que él tiene en demasía: 6 dólares por hora de trabajo, la refrigeradora siempre colmada, el carro con tanque lleno en la puerta de su primoroso chalet, todos los electrodomésticos habidos y por haber, la tarjeta de crédito invitando a ser usada. Claro que -cosa que nunca se dice en el discurso oficial- ese modelo de 'éxito' social (si se le puede llamar éxito) tiene su costo: hay que ser un ciudadano estadounidense. ¡Y ese es un costo muy alto!

¿Qué dirían los socialistas del siglo XIX, creyentes apasionados del internacionalismo proletario, si conocieran el resultado del desarrollo del capitalismo y al Homero Simpson como el trabajador tipo del país más industrializado del mundo actual? ¿Podrían confiar en él como arquetipo de 'hombre nuevo', de nuevo paradigma para construir la sociedad sin clases? ¿Alguien podría pensar en Homero Simpson, ése que el otro día votó por los republicanos (¿o votó contra Bin Laden?) como 'redentor de la humanidad'? Los Homero Simpson actuales de los Estados Unidos tienen mucho más que perder que sus cadenas, por eso pueden apostar por un proyecto conservador y absolutamente falto de solidaridad como el que representa el alcohólico recuperado y empresario George Bush.

¿Son idiotas los estadounidenses? '¿Cómo pueden 59.054.087 personas ser tan idiotas?', se preguntaba un titular del británico Daily Mirror luego del triunfo republicano del 2 de noviembre. La explicación de por qué hay tantos Homero Simpson -profundamente idiotas, conservadores, miedosos, adoradores de la televisión- es algo más compleja que apelar a la 'idiotez'.

'¿A quién debe dirigirse la propaganda? ¿A los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa! (...) La tarea de la propaganda no consiste en instruir científicamente al individuo aislado, sino en atraer la atención de las masas sobre hechos y necesidades. (…) Toda propaganda debe ser popular, y situar su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de alcances de entre aquellos a quienes se dirige. (…) La facultad de asimilación de la masa es muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas, por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de captar la idea', escribía Adolf Hitler hace más de 60 años. La puesta en práctica de estas recomendaciones dio como resultado una de las peores barbaridades de la historia universal, de la que aún se siguen pagando consecuencias.

Décadas después, entre los ganadores de la guerra que enfrentara a aquel proyecto de dominación universal de la pretendida 'raza superior' -encabezado por el cabo de ejército con delirios megalomaníacos de quien recién citáramos su conocido libro 'Mi lucha'- con los paladines de la 'libertad y la democracia' -quienes pusieron fin a esa gran guerra con dos bombas atómicas lanzadas sobre población civil no combatiente- el asesor presidencial de Ronald Reagan, el polaco nacionalizado estadounidense Zbigniew Brzezinsky decía: 'En la sociedad tecnotrónica el rumbo, al parecer, lo marcará la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados, que caerán fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón'.

Como vemos, no hay gran diferencia entre las dos recomendaciones.

Sabiendo hacia dónde condujo la primera, ¿qué podemos esperar de la segunda? Por cierto que lo dicho por Brzezinsky en los 80 ha pasado a ser el pan nuestro de cada día en el diseño de la política norteamericana, y los republicanos son más que especialistas en esta materia.

La difusión, a escasos tres días de las elecciones, de un amenazador video en donde Osama Bin Laden no sólo confirma que fue el culpable de los atentados del 11 de septiembre del 2001 sino que, además, amenaza a los estadounidenses con nuevas acciones violentas fue, muy probablemente, el elemento que terminó de decidir la reelección de Bush. El miedo, el terror con que vive Homero Simpson, puede llegar a ser peor que el experimentado por cualquier ciudadano latinoamericano durante las dictaduras que asolaron el subcontinente algunas décadas atrás. Con la diferencia, preciso es no olvidarlo, que la amenaza de muerte, tortura, desaparición, tierra arrasada y otras tantas monstruosidades, en Latinoamérica no fue sólo invención mediática.

Ante un atentado terrorista como el del 11 de marzo pasado en la estación de metro de Madrid, la población votó masivamente contra la manipulación política, votó contra la mentira, votó por la dignidad. Homero Simpson, por el contrario, con la sola amenaza del nuevo demonio del siglo XXI, huye despavorido y vota por el 'muchachito de la película', el Superman salvador. Quizá no sean tan idiotas los estadounidenses; pero sin dudas que los volvieron idiotas. A estas alturas ya no queda claro si es más nociva una dictadura sangrienta como las que padecimos en Latinoamérica o una dictadura mediática.

Medios periodísticos alternativos como el presente pueden -deben- ser canales que brinden otra versión de la realidad. Hay que salvar a Homero Simpson del terror. Y del terrorismo de la fanática derecha que ahora controla la Casa Blanca y el Legislativo en Washington.

(*) Marcelo Colussi. Psicólogo y licenciado en filosofía. Italo-argentino, desde hace 15 años vive y trabaja en el ámbito de los derechos humanos en Centroamérica. Ensayista y escritor, ha publicado en el campo de las ciencias sociales y en la narrativa.


Fuente: Argenpress



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Marcelo Colussi*

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