Venimos de un victorioso lance. Vamos a otro. Ya no tenemos excusas. El mapa político de Venezuela se tiñó de rojo. No podemos fallar. Venimos de sortear y ganar un intrincado careo electoral. Vamos ahora, en una sólida y juntante gesta de integración nacional, a terminar de construir el país, a moldear la arcilla de nuestra singular democracia, a fundirnos en el fuego sagrado de nuestro infinito sol, a empaparnos de la sacrosanta transparencia de nuestras aguas y a reproducirnos y acuñarnos en el soberano fuero de nuestra específica identidad nacional.
Así de inmenso es el reto que tenemos por delante: ¡Hacer el país!: Recorrer, en libertad, todas y cada una de las letras que conforman la insignia republicana de nuestro nombre: Venezuela. Aunque cometamos errores y nos equivoquemos. Éste es nuestro reto. No debemos eludirlo.
Hemos sido bendecidos por la naturaleza. Cada mañana, la vida nos regala una sonrisa. Ríos portentosos, mares encabritados que nos permiten ejercer el amplio y exigente oficio del sosiego y la contemplación, llanuras infinitas plenas de leyendas, nieves perpetuas, lagos donde cantan las toninas, sabanas abiertas de esperanza, selvas de ancho margen, junglas para la algarabía de araguatos, loros y guacamayas, médanos de movedizas y titilantes arenas, soles incandescentes y andariegos, cielos para dibujar en nuestros cuadernos de la escuela, los más hermosos crepúsculos y arreboles, lunas de media noche: Hombres y mujeres de fuerza creativa y trabajo innovador, hermosas siluetas de brillantes pieles acaneladas, niños y niñas caminantes, jóvenes creadores de futuro.
Todo está aquí, en un abanico pletórico de extraordinarios recursos naturales: maderas y piedras preciosas, carbón, petróleo, hierro y oro, los suelos más fértiles del continente, con capas vegetales de hasta ocho metros de espesor, para la siembra de lo que sea, de la mata que sea, del alimento que sea, sea plátano, yuca, maíz, café, frijoles, caraotas, tomates, y pimentones, cacao, o para que el campo siga brindando aromas y colores en esas flores que tenemos sembradas en la mirada de nuestra infinita esperanza.
Tenemos un gran desafío en el horizonte. El país, así pintado, con todas esas virtudes y potencialidades naturales, con todas las capacidades y el talento de su gente; ese país en sí, así refrendado en la nombradía nacional, ya es un reto de singulares proporciones.
Y para cumplir con esas demandas, es necesario el trabajo colectivo de todos los venezolanos. Trabajo y más trabajo, que era uno de los reclamos históricos de Bolívar.
Tenemos un reto atornillado en nuestro espíritu: ¡trabajar y dejar trabajar! Ya no hay más excusas. Han pasado no sé cuántas refriegas electorales, y en todas, el pueblo llano ha salido vencedor. La gente de las esquinas, mujeres y hombres de los barrios, niños y jóvenes, siempre montados en el vaivén de la cuerda floja, en el vilo del futuro, ahora reclaman el derecho de la inclusión, el derecho de la participación, el derecho al trabajo. El derecho al sosiego, a la contemplación y al reconfortante disfrute de la belleza. El inalienable derecho a ser libres.
Y en esa calle, en esa esquina, sólo se escucha el fragor de una sola imploración: ¡trabajen y dejen trabajar! ¡Déjense de paros, saboteos, conspiraciones, retardos, golpismos y guarimbas! ¡Dejen que la gente sea feliz!
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