Comenzaré con
un viejo chiste que no entendieron o no escucharon nuestros apologetas
del “putrefacto espectro del estalinismo” (ideas elementales:
“socialismo en un solo país”, “partido-único”, “planificación
burocrática”, “propiedad estatizada”, “deber de sumisión ideológica”,
“hegemonía autoritaria”).
En una escuela de Moscú:
“Una maestra pregunta a sus alumnos: ¿Donde los niños son los más
felices del mundo? Todos a coro responden: ¡En la Unión Soviética!
Vuelve a preguntar la maestra: ¿Dónde los niños tienen los juguetes
que quieren y todos los chocolates y dulces que quieren? El coro responde:
¡En la Unión Soviética! ¿Dónde los niños crecen sanos y alegres
y seguros del futuro? De súbito, la maestra interrumpe la clase: una
niña Liudmila, está llorando. ¡Pero por que lloras Luidmila? Ay maestra,
yo quiero vivir en la Unión Soviética.”
Una cosa entonces es
la sociedad de la propaganda (una orwelliana propaganda), otra cosa
es la sociedad de la realidad (la construcción colectiva y democrática
de la realidad). A esto se le denomina “doble lenguaje”, “doble
realidad”. Cuando una teoría o ideología es traicionada por la práctica,
se asemeja a una cínica mentira, o a una construcción irrealizable.
El cuerpo doctrinario comienza a socavarse por una poderosa fuerza de
deslegitimación, y el estado de ánimo de las masas populares va reservándose
a sus adentros una prístina arrechera.
Esto ocurrió con el
imaginario de la “Gran Patria Socialista Rusa”. Hay quienes proponen
soluciones a la carta, con el guión del viejo socialismo realmente
burocrático, para establecer una armonía idílica entre los intereses
de los individuos y de la sociedad. Y peor aún, suponen que la política
de un Partido único y del Estado Socialista, lograra efectivamente
tal “armonía”.
Volvamos a los síntomas
que nos abren a la cruda realidad encarnada en los chistes, y no a la
“sociedad de la propaganda”:
Un campesino judío
es citado a las oficinas del partido y allí se coloca frente
al secretario general, quién le pregunta cuál es su opinión acerca
de la cuestión de la comunidad hebrea en la URSS, a lo que el judío
responde de inmediato declarando su coincidencia estricta con el editorial
de Pravda sobre el tema del día 2 de septiembre de 1976. El secretario
regional insiste: “Si, por supuesto camarada, conocemos su lealtad
y de su identificación con la línea del partido; pero usted debe tener
una opinión personal sobre eso. Es lo que le estamos pidiendo: su opinión
personal…” El judío sudoroso, tartamudeando confiesa que el ha
reflexionado sobre el asunto, pero encontró todas sus dudas despejadas
en el editorial de Pravda del día 2 de septiembre de 1976, y honestamente
no tendría nada que agregar. El Secretario General vuelve a preguntar:
“ Pero, por favor, camarada usted no me va a decir a mi, seriamente,
que no se ha formado su opinión, la suya propia. Usted debe confiar
en el partido, y decir su opinión personal…” El judío al fin acorralado
exclama: “Bueno si, camarada secretario, yo tengo una opinión personal
¡pero discrepo de ella!”.
En una sociedad de propaganda
y con doble lenguaje, no hay opiniones propias, púes hay que armonizarse
con el “deber social”, a través de la propiedad de las ideas
administrada por el Estado y sus burócratas de turno.
Todo esto nos lleva
incluso a un debate que a estas alturas pudiera ser anecdótico entre
Stalin y Mao, sobre la “Ley de la contradicción” y las leyes de
la Dialéctica, que puede ser consultado por quienes sientan algún
interés (y no por ninguna apología extemporánea del llamado “maoísmo”):
Dice Mao: “A propósito
de la dialéctica, Lenin dice: “En una palabra, la dialéctica puede
ser definida como la doctrina acerca de la unidad de los contrarios.
Esto aprehende el núcleo de la dialéctica, pero exige explicaciones
y desarrollo.” Explicaciones y desarrollo: he aquí nuestra tarea.
Se exigen explicaciones, pero nuestras explicaciones han sido insuficientes.
Se exige, además, desarrollo y, con el rico caudal de experiencias
que hemos acumulado en la revolución debemos desarrollar esta doctrina.
Lenin dice también: “La unidad (coincidencia, identidad, equivalencia)
de los contrarios es condicional, temporal, transitoria, relativa. La
lucha de los contrarios, mutuamente excluyentes, es absoluta, como es
absoluto el desarrollo, el movimiento.” Ha sido precisamente con base
en esta concepción como hemos formulado la política de “Que se abran
cien flores y que compitan cien escuelas”. La verdad existe en
comparación con la falsedad y se desarrolla en lucha contra ella. Lo
hermoso existe en comparación con lo feo y se desarrolla en lucha con
ello. Lo mismo sucede con lo bueno y lo malo: las cosas buenas y los
hombres honestos existen en comparación con las cosas malas y los hombres
perversos y se desarrollan en lucha con ellos. En fin, las flores fragantes
existen en comparación con las hierbas venenosas y se desarrollan en
lucha con ellas. Es peligrosa la política de prohibir a la
gente entrar en contacto con lo falso, lo feo y lo hostil, con lo idealista
y lo metafísico, con las cosas de Confucio, Lao Tse y Chiang Kai-shek.
Tal política conduciría a la gente a la involución ideológica y
al simplismo mental y la dejaría incapacitada para enfrentar al mundo
y encarar coros opuestos. En filosofía, materialismo e idealismo
forman una unidad de contrarios, son dos cosas que luchan entre sí.
Además de esta pareja, hay otra –dialéctica y metafísica–, con
la cual sucede lo mismo. Siempre que se habla de filosofía, no pueden
faltar estas dos parejas. En la Unión Soviética, ahora ya no se
enfocan las cosas en términos de pareja, sino de solitario, y ello
con el argumento de que solo se debe franquear el paso a las flores
fragantes, cerrándolo a las hierbas venenosas, con lo que se niega
la existencia del idealismo y de la metafísica en los países socialistas.
En realidad, en todos los países se puede advertir la presencia de
idealismo, de metafísica, de hierbas venenosas. En la Unión Soviética,
muchas hierbas venenosas hacen su aparición bajo el manto de flores
fragantes y muchos planteamientos peregrinos salen con el rótulo de
materialismo o realismo socialista. Nosotros, en cambio, reconocemos
abiertamente la lucha entre materialismo e idealismo, dialéctica y
metafísica, flores fragantes y hierbas venenosas. Esta lucha continuará
por siempre, dando un paso adelante en cada etapa. Quisiera dar un consejo
a los camaradas aquí presentes. Si ustedes poseen conocimientos
de materialismo y dialéctica, deben estudiar, a modo de complemento,
algo de sus contrarios, el idealismo y la metafísica. Es preciso
leer materiales negativos como libros de Kant y Hegel, de Confucio y
de Chiang Kai-shek. Si no conocen nada acerca del idealismo y
la metafísica ni han entrado en lucha con tales cosas negativas, sus
conocimientos de materialismo y dialéctica carecerán de solidez. Un
defecto de algunos de nuestros militantes e intelectuales del Partido
reside precisamente en su escasísimo conocimiento de las cosas negativas.
Se limitan a repetir lo que han aprendido en unos cuantos libros de
Marx, y eso suena bastante monótono. Sus discursos y artículos carecen
de fuerza convincente. Si uno no ha estudiado las cosas negativas,
no puede refutarlas. Marx, Engels y Lenin procedieron de otra manera.
Estudiaron e investigaron con ahínco las más variadas cosas de su
tiempo y de la historia y, además, enseñaron a la gente a obrar así.
Las tres partes integrantes del marxismo nacieron en el proceso del
estudio de teorías burguesas –la filosofía clásica alemana, la
economía política clásica inglesa y el socialismo utópico francés–
y de la lucha contra ellas. Stalin fue un poco débil en este
sentido. En su tiempo, la filosofía clásica de Alemania fue considerada
como una reacción de la nobleza alemana contra la revolución francesa.
Con semejante conclusión se la descalificó
a toda ella en bloque. Stalin negó
la ciencia militar alemana al afirmar que, como los alemanes habían
sido derrotados, ya no tenía validez su ciencia militar y no había
para qué leer los trabajos de Clausewitz. En Stalin hubo mucho
de metafísica; además, él enseñó a mucha gente a ponerla en práctica.
En el Compendio de Historia del Partido Comunista (bolchevique) de
la URSS, planteó que al método dialéctico marxista lo
caracterizaban cuatro rasgos fundamentales. Presentó como el primero
de ellos la conexión de los objetos y fenómenos y lo hizo como
si todos ellos estuvieran vinculados sin más ni más. Pero, ¿qué
es lo que se haya vinculado? Los dos términos contrarios. Toda cosa
supone la existencia de dos términos contrarios. Al explicar el
cuarto rasgo –las contradicciones internas implícitas en los objetos
y fenómenos–, se limitó a hablar de la lucha de los contrarios sin
mencionar su unidad. De acuerdo con la ley de la unidad de los contrarios
–la ley fundamental de la dialéctica–, los contrarios están en
lucha pero al mismo tiempo conforman una unidad; se excluyen mutuamente
pero también están vinculados entre sí
y, en determinadas condiciones, se transforman el
uno en el otro. La cuarta edición del Diccionario filosófico
abreviado, redactado en la Unión Soviética, refleja en su definición
de la “identidad” este punto de vista de Stalin. El diccionario
dice: “Fenómenos tales como la guerra y la paz, la burguesía y el
proletariado, la vida y la muerte, no pueden ser idénticos, porque
son radicalmente contrarios y se excluyen mutuamente.” Esto quiere
decir que tales fenómenos radicalmente contrarios, en vez de tener
una identidad marxista, solo se excluyen entre sí,
no están mutuamente vinculados ni pueden, en determinadas condiciones,
transformarse el uno en el otro. Tal afirmación es por completo errónea.
Según la opinión de ellos, la guerra es la guerra y la paz, la paz,
sin que entre una y otra haya conexión alguna sino simple exclusión
mutua; la guerra no puede transformarse en paz, ni viceversa. Lenin
citó una vez las siguientes palabras de Clausewitz: “La guerra es
la continuación de la política por otros medios.” La lucha en los
tiempos de paz es política, y lo es también la guerra, aunque valiéndose
de medios especiales. La guerra y la paz se excluyen mutuamente y al
mismo tiempo están interconectadas; además, en determinadas condiciones,
la una se transforma en la otra. Si la guerra no se incubara en los
tiempos de paz, ¿cómo podría estallar de repente? Y, si durante la
guerra no se incubara la paz, ¿cómo podría ésta llegar súbitamente?
Si la vida y la muerte no pudieran transformarse la una en la otra,
cabría preguntar: ¿de dónde salieron entonces los organismos vivos?
En un principio, en la Tierra solo existía materia inerte; la materia
viva apareció más tarde, gracias a las transformaciones operadas en
la materia inerte, es decir, en la materia muerta. En todos los organismos
vivos tiene lugar el metabolismo, tiene lugar el crecimiento, la reproducción
y la muerte. En el proceso total de la existencia, vida y muerte incesantemente
luchan entre sí y se transforman la una en la otra. Si la burguesía
y el proletariado no pudieran transformarse el uno en el otro, ¿cómo
se explicaría que el proletariado se transforme, por medio de la revolución,
en clase dominante y la burguesía pase a ser clase dominada? Por ejemplo,
nosotros y el Kuomintang de Chiang Kai-shek estábamos en posiciones
diametralmente opuestas. Como resultado de la lucha y la exclusión
mutua de los contrarios, nosotros y el Kuomintang cambiamos de posición:
éste pasó de dominante a dominado y nosotros, de dominados a dominantes.
De los kuomintanistas, solo un décimo huyó a Taiwán, mientras que
nueve décimas se quedaron en la parte continental. A
éstos los estamos remodelando, lo cual supone una nueva unidad de contrarios
en nuevas condiciones. En cuanto a ese décimo que está
en Taiwán, sigue formando con nosotros una unidad de contrarios y también
lo transformaremos a través de la lucha.
A Stalin se le escapó la conexión existente entre la lucha y la unidad
de contrarios. La mentalidad de ciertas personas en la Unión Soviética
es metafísica; es tan rígida que, para ellas, esto es esto y lo otro
es lo otro, sin que reconozcan la unidad de los contrarios. De ahí
sus errores en lo político. Nosotros, por nuestra parte, nos atenemos
firmemente al concepto de la unidad de los contrarios y adoptamos la
política de “Que se abran cien flores y que compitan cien escuelas”.
Cuando se abren flores fragantes, es inevitable que aparezcan hierbas
venosas. Esto no tiene nada de temible y hasta es provechoso en determinadas
condiciones. (...) La razón fundamental de que uno tenga miedo
a los desórdenes y, al mismo tiempo, los trate de manera simplista,
es que ideológicamente no reconoce que la sociedad socialista constituye
una unidad de contrarios y que en ella existen contradicciones, clases
y lucha de clases. Durante largo tiempo, Stalin se mantuvo sin
reconocer que en el sistema socialista subsisten la contradicción entre
las relaciones de producción y las fuerzas productivas y la contradicción
entre la superestructura y la base económica.
No fue sino hasta su obra Problemas económicos del socialismo en
la URSS, escrita un año antes de su fallecimiento, en la que se
refirió, pero a medias palabras, a la contradicción entre las relaciones
de producción y las fuerzas productivas en el sistema socialista, afirmando
que podrían surgir problemas si la política no era correcta o si faltaba
una regulación apropiada. Sin embargo, ni siquiera entonces planteó
como un problema que afectase a todo el conjunto la contradicción entre
las relaciones de producción y las fuerzas productivas y la contradicción
entre la superestructura y la base económica en el sistema socialista,
ni llegó a comprender que éstas son contradicciones fundamentales
que impulsan hacia adelante la sociedad socialista. Él estimaba
que el Estado bajo su dirección era ya estable y sólido. Por lo que
a nosotros respecta, no debemos considerar que el nuestro sea ya estable
y sólido, pues simultáneamente es y no es así.
Según la dialéctica, del mismo modo que el hombre tiene que morir
tarde o temprano, también el sistema socialista, como fenómeno histórico
que es, ha de desaparecer un día, ha de ser negado por el sistema comunista.
Si uno afirmase que nunca desaparecerá el sistema socialista, ni las
relaciones de producción y la superestructura socialistas, ¿en dónde
habría dejado el marxismo? ¿No equivaldría esto a un dogma religioso,
a la teología, que predica la eternidad de Dios? Cómo tratar las
contradicciones entre nosotros y el enemigo y las existentes en el seno
del pueblo en la sociedad socialista es una ciencia, una ciencia que
merece ser estudiada concienzudamente. En las condiciones de nuestro
país, la actual lucha de clases es, parcialmente, manifestación de
las contradicciones entre nosotros y el enemigo, pero, en la mayoría
de los casos, manifestación de las contradicciones en el seno del pueblo.
(...) A mi modo de ver, todo el Partido debe estudiar la dialéctica
y promover la práctica de obrar conforme a ella. Todo el Partido debe
prestar suficiente atención al trabajo ideológico y teórico, forjar
un contingente teórico marxista y reforzar el estudio y la propaganda
de la teoría marxista. Hay que aplicar la teoría marxista de la unidad
de los contrarios para observar y abordar los nuevos problemas relativos
a las contradicciones de clase y a la lucha de clases en la sociedad
socialista, así como los nuevas problemas que surjan en las luchas
en el ámbito internacional. (De: Idem, “II. Discurso del 27 de enero”,
Obras escogidas de Mao Tsetung, tomo V, págs. 399/402, 411, 418)
A pesar de admitir que
tanto Stalin y Mao adhieren al llamado “marxismo-leninismo”, existen
claras divergencias. Aquí Mao parece al menos estar más cerca de un
“método dialéctico”. Aunque recae en una modalidad particular
de interpretar el Diamat/Hismat. Pero como dice Mao: hay que aprender
de las malas hierbas.
Otra situación puede
ocurrir cuando un doctrinarismo escandalosamente impopular pretende
hacerse hegemónico. Si esta fuera la hipótesis, uno tendrá que diseminar
clandestinamente cualquier figura del pensamiento crítico socialista,
en un “país gobernado por el buen pastor del partido único socialista,
función rectora y dirigente de la sociedad y el Estado”. Justamente
allí reside el putrefacto espectro del estalinismo.
Tres ejemplos concretos:
1) cuando se realizo un semi-debate sobre el hiper-liderazgo, inmediatamente
salieron a pontificar los Torquemadas de la línea política correcta,
a descalificar a los cuatro vientos cualquier señal de crítica al
personalismo excesivo de Chávez. 2) cuando aparece una marcha de trabajadores
de UNETE, con gente para ellos, reformista y claudicante del PCV, por
reivindicaciones que Lenin calificaría de mínimas, como una ley del
trabajo nacida al calor de la nueva Constitución, entonces se lanzan
un artículo sobre el “egoísmo proletario”. Tremendo disparate,
contratado con las líneas que le dedicó Marx al proyecto proletario.
Y para colmo, 3) ahora le toca el turno al Frente Campesino Ezequiel
Zamora. Es decir, a los que junto a los pueblos indígenas y afro-descendientes,
como campesinos insurgentes, son los que ponen los muertos ante las
arremetidas de las clases dominantes. ¿Que tal? A el que no cae ni
con el pétalo de una rosa es al amo que los alimenta: las fracciones
de la burocracia “roja rojita”. Hasta la burocracia, en su propia
metafísica revolucionaria, “será digna, necesaria y buena”.
Es esta actitud policial
de andar disparándole a diestra y siniestra descalificativos porque
no se piensa ni se dice como ellos, es lo que conforma el putrefacto
espectro del estalinismo. Y su forma sectaria de endiosar el culto
a la personalidad, una muestra típicamente estalinista de “lealtad
a Lenin”. ¡Por supuesto!
Finalicemos con otro
chiste crudo, checo de los años 70:
A la hora de salida
de una fábrica, unos sociólogos armados de papel y lápiz están haciendo
una encuesta. Uno de ellos aborda a un obrero: ¿Usted es comunista?
El obrero mira muy serio al encuestador, echa un vistazo a un lado y
otro a ver si tiene compañeros cerca, y le pide con una señal al encuestador
que lo siga. Se alejan de la fábrica, pero el obrero, que vuelve la
cabeza una y otra ves, camina hacia el descampado seguido por el encuestador.
Cuando están ya muy lejos y ya no se ve a nadie en los alrededores,
el obrero le responde bajito al oído: “Si”.
¿Así se practicará
la crítica socialista en el seno de la revolución? Bajito, sin que
nadie se entere. ¿Quién inventó la frase conciencia del deber
social? No hay duda en cualquier estudio riguroso de las fuentes
documentales, que no fue el Che (que siguió
una idea y la reinterpreto como clave de la moral comunista), sino el
“marxismo soviético”.
Diccionario soviético
de filosofía-1965. Ediciones pueblos unidos. Montevideo.
Deber “Necesidad moral de cumplir las obligaciones.
A diferencia del idealismo que busca la fuente del deber en la «idea
absoluta» (Hegel), en la «razón práctica» autónoma (Kant),
&c., el marxismo considera que las obligaciones tienen un carácter
objetivo. Se hallan determinadas por el lugar del hombre en el sistema
de las relaciones sociales, se derivan del curso de la historia, de
las necesidades del progreso social. Esto condiciona las distintas clases
de deber: humano, civil, de partido, militar, [106] trabajador o empleado,
familiar, &c. Por el hecho de entrar en determinadas relaciones,
el hombre toma sobre sí obligaciones. La conciencia que de ellas tenga
aparece como comprensión y vivencia (sentimiento) del deber. En la
sociedad dividida en clases antagónicas, el deber se encuentra estrechamente
vinculado a los intereses de clases. En la sociedad socialista, la base
del deber civil está constituida por los intereses de la lucha en pro
del comunismo. Es deber de todos los ciudadanos de la U.R.S.S. participar
activamente en la edificación del comunismo. El código moral del constructor
del comunismo incluye en sí el principio de la elevada conciencia del
deber social, la intolerancia frente a toda infracción del mismo. El
cumplimiento del deber llena de sentido la vida y el trabajo del individuo,
proporciona la más alta satisfacción a la conciencia. Las tendencias individualistas y pequeñoburguesas
conducen a un empobrecimiento de la personalidad. La riqueza espiritual
del ser humano depende de la riqueza de sus relaciones reales, es decir,
depende también de sus obligaciones. El cumplimiento del deber real
(y no ficticio) es el bien. Es característico de muchos sistemas éticos
burgueses de nuestro tiempo el desvincular el deber, de las necesidades
del desarrollo social, de los intereses sociales, del bien.
Conciencia 1. Forma superior, propia tan sólo del hombre, del reflejo de la realidad objetiva. La conciencia constituye un conjunto de procesos psíquicos [77] que participan activamente en el que conduce al hombre a comprenaer el mundo objetivo y su ser personal. Surge en relación con el trabajo del hombre, con su actividad en la esfera de la producción social, y se halla indisolublemente vinculada a la aparición del lenguaje, que es tan antiguo como la conciencia. El lenguaje ha ejercido una influencia enorme sobre el desarrollo de la conciencia, sobre la formación del pensar lógico y abstracto. Únicamente en el proceso del trabajo, en las relaciones sociales que los hombres establecen entre sí, llegan éstos a hacerse cargo de las propiedades de los objetos, a descubrirlas, a darse cuenta de su propia relación con el medio circundante, a destacarse de este último, a organizar una acción orientada sobre la naturaleza con el fin de subordinarla a las propias necesidades. De ahí que la conciencia sea un producto del desarrollo social y no exista al margen de la sociedad. El pensamiento abstracto y lógico, vinculado al lenguaje, no sólo permite reflejar el perfil externo, sensorial, de los objetos y fenómenos, sino, además, comprender su alcance, sus funciones y su esencia. Sin la comprensión y sin el saber que están unidos a la actividad histórico-social y al lenguaje humano, no hay conciencia. Cualquier imagen sensorial del objeto, cualquier sensación o representación forman parte de la conciencia en la medida en que poseen un determinado sentido en el sistema de conocimientos adquiridos a través de la actividad social. Los conocimientos, las significaciones y los sentidos conservados en el lenguaje, orientan y diferencian los sentimientos del hombre, la voluntad, la atención y otros actos Psíquicos, uniéndolos en una conciencia única. Los conocimientos acumulados por la historia, las ideas políticas y jurídicas, las realizaciones del arte, la moral, la religión y la psicología social constituyen la conciencia de la sociedad en su conjunto (Ser social y conciencia social). Sin embargo, no cabe identificar la conciencia tan sólo con el pensamiento abstracto y lógico. El pensamiento no existe en lo más mínimo al margen de la actividad viva sensorial y volitiva de la esfera toda de lo psíquico. Si el hombre produjera sólo operaciones lógicas, una tras otra, sin percibir, sin sentir y sin experimentar en la práctica la correlación constante que existe entre el significado de sus conceptos las acciones activas y las percepciones de la realidad, no comprendería o no aprehendería la realidad ni se comprendería a sí mismo, es decir, no poseería conciencia de las cosas ni de sí mismo. Por otra parte, no es posible identificar los conceptos de «psique» y de «conciencia», o sea, no debe considerarse que todos los procesos psíquicos en cada momento dado se incluyen en la conciencia. Hay vivencias psíquicas que, durante cierto tiempo, pueden encontrarse como «más allá del umbral» de la conciencia (Subconsciente). La conciencia, incorporándose la experiencia histórica, los conocimientos y los métodos del pensar elaborados por la historia anterior, se asimila la realidad idealmente, a la vez que establece nuevos fines y objetivos, crea proyectos de instrumentos futuros, orientando toda la actividad práctica del hombre. La conciencia se forma en el hacer para influir, a su vez, sobre ese hacer determinándolo y regulándolo. Llevando a la práctica sus ideas creadoras, el hombre transforma la naturaleza, la sociedad, y con ello se transforma a si mismo. En este sentido, Lenin demostró que «la conciencia del hombre no sólo refleja el mundo objetivo, sino que, además, lo crea» (t. XXXVIII, pág. 204). En todo el transcurso de la lucha ideológica sostenida en torno a la concepción del mundo la cuestión más aguda y fundamental ha sido y sigue siendo la de la conciencia y su relación con la materia (Cuestión fundamental de la fílosofía). Gracias a la concepción materialista de la historia, Marx logró resolver científicamente, por primera vez, el problema indicado y crear con ello una filosofía realmente científica.
2. Complejo de vivencias
emocionales basadas en la comprensión que el hombre tiene de la responsabilidad
moral por su conducta en la sociedad, estimación que hace el individuo
de sus propios actos y de su comportamiento. La conciencia no es una
cualidad innata, está determinada por la posición del hombre en la
sociedad, por sus condiciones de vida, su educación, &c. La conciencia
se halla estrechamente vinculada al deber. El deber cumplido
produce la impresión de conciencia «limpia»; la infracción del deber
va acompañada de «remordimientos» de conciencia. La conciencia, como
activa reacción del hombre en respuesta a las exigencias de la sociedad,
constituye una poderosa fuerza interna de perfeccionamiento moral del
ser humano.
Código moral del constructor del comunismo Compilación de los principios –científicamente fundamentados– de la moral comunista, contenidos en el Programa del Partido adoptado en el XXII Congreso del P.C.U.S., en octubre de 1961. El código ha nacido de la vida misma, es fruto de la época en que se construye el comunismo, cuando en la sociedad se acrecienta y amplía, cada vez más, la esfera de la acción moral y se reduce la de la regulación administrativa de las relaciones [70] entre las personas. En este código han adquirido forma viva, en primer término, los principios morales elaborados por las fuerzas sociales progresivas, en particular por la clase obrera, en el transcurso de toda la historia de la humanidad; en segundo término, se refleja en él lo mejor que ha conquistado la sociedad socialista en su lucha por el progreso moral; finalmente, se señala el camino del ulterior perfeccionamiento moral del hombre que edifica el comunismo. El código contiene los principios siguientes: fidelidad a la causa del comunismo, amor a la patria socialista, a los países socialistas; trabajo consciente en bien de la sociedad –quien no trabaja, no come–; preocupación de cada individuo por conservar y multiplicar el bien común; elevada conciencia del deber social, intolerancia con cuanto represente un perjuicio para los intereses sociales; colectivismo y mutua ayuda de camaradería –uno para todos y todos para uno–; relaciones humanas y respeto recíproco entre las personas –el hombre es el amigo, el camarada y el hermano del hombre–; honradez y sinceridad, pureza moral, sencillez y modestia en la vida social y privada; respeto mutuo en la familia, interés por la educación de los hijos; intransigencia ante la injusticia, el parasitismo, la falta de honradez, el arribismo y el afán de acumular; amistad y fraternidad entre todos los pueblos de la U.R.S.S., intransigencia hacia todo acto hostil de carácter nacionalista y racista; intransigencia hacia los enemigos del comunismo, de la causa de la paz y de la libertad de los pueblos; fraterna solidaridad con los trabajadores de todos los países, con todos los pueblos.
Por tanto, todo ese estribillo de Toby Valderrama, transustanciado milagrosamente en Antonio Aponte & C.A., con toda la parafernalia de la espiritualidad metafísica, nos lleva al “Código moral del constructor del comunismo.” Sin embargo, entre Toby Valderrama & amigos, y Emeterio Gomes, por ejemplo, hay un “parecido de familia” (dicen que los extremos se tocan), no solo la ansiedad cartesiana (certeza… ¿donde estás?) sino el patético anhelo metafísico por la “armonía” que nos dotara de una MORAL AHISTÓRICA, ACULTURAL Y QUE DESCONOCE cualquier espacio para lo singular, disolviéndolo en un anhelo de universalidad abstracta.
Codificar reglas para la actitud, método compulsivo para producir subjetividad, sin pasar por un debate colectivo y democrático, es justamente aquel método utilizado por los colonizadores para desconocer la alteridad y la diferencia, fuentes creadoras de la diversidad, practicado desde hace 518 años.
Eran por cierto doce
las reglas morales en aquella gris Unión
Soviética. Cada miembro
del Partido comunista
de la URSS y cada Komsomol
tenían que seguirlas al pie de la letra. Ya practicado previamente
para identificar a los “enemigos del pueblo”, el código moral fue
adoptado en 22do
Congreso del CPSU en 1961,
como parte del nuevo programa del partido. Para más información:
http://www.aporrea.org/ideologia/a86055.html
http://www.aporrea.org/poderpopular/a87622.html
http://www.aporrea.org/internacionales/a80741.html
http://saberescontrahegemonicos.blogspot.com/2009/10/muchos-insultospocas-nueces-proposito.html
En contraste, una revolución
depende mucho más de una ética de la liberación, de la insumisión,
de la diferencia y la alteridad, para construir si, una comunidad
de seres humanos libres (llenos de contradicciones y con contradicciones
asumidas), mas allá de la compulsión de un “nosotros”, que liquida
los espacios de libertad y liberación.
¡Falta de coraje, es abonar el terreno al putrefacto espectro del estalinismo en el país de Simón Rodríguez y el continente de José Carlos Mariátegui!
jbiardeau@gmail.com