Notas sobre José Carlos Mariátegui y su crítica seminal del "militarismo"

I.-INTRODUCCIÓN

En un acto que se llevó a cabo el 21 de abril de 2005 en la sede de la Asamblea Nacional venezolana se realizó un merecido homenaje a la figura del pensador y revolucionario peruano José Carlos Mariátegui, quien fue considerado:

"…una fuente inédita y original para comprender la historia del movimiento obrero y socialista mundial, representando para los revolucionarios un manantial permanente de ideas para la acción".

Asumiendo este enunciado de ser un "…manantial permanente de ideas para la acción", conviene revisitar la "unidad entre vida y pensamiento" que Mariátegui planteó, siguiendo a Unamuno, para recuperar la "centralidad" de la polémica, el debate y el pensamiento crítico en el desarrollo de una praxis consustanciada con las inmensas tareas de un horizonte de cambio social, que portaría la voluntad colectiva de un emergente "proyecto revolucionario".

Dirá Mariátegui sobre Unamuno:

"Unamuno concibe la vida como lucha, como combate, como agonía. Esta concepción de la vida que contiene más espíritu revolucionario que muchas toneladas de literatura socialista, nos hará siempre amar al maestro de Salamanca. «Yo siento —escribe Unamuno— a la vez la política elevada a la altura de la religión y a la religión elevada a la altura de la política». Con la misma pasión hablan y sienten los marxistas, los revolucionarios. Aquellos en quienes el marxismo es espíritu, es verbo. Aquéllos en quienes el marxismo es lucha, es agonía."

Este concepto de agonía de Mariátegui es clave para comprender sus hilos de afinidad con Unamuno en materia de "unidad de pensamiento, acción y mundo de vida":

"La palabra agonía, en el ardiente y viviente lenguaje de Unamuno, recobra su acepción original. Agonía no es preludio de la muerte, no es conclusión de la vida. Agonía —como Unamuno escribe en la introducción de su libro— quiere decir lucha. Agoniza aquel que vive luchando; luchando contra la vida misma. Y contra la muerte."

II.- NO HAY CUESTIONAMIENTO DE LAS ORTODOXIAS SIN PENSAMIENTO HETERODOXO Y DIVERGENTE

Mariátegui sigue siendo hoy, para las ortodoxias de la tradición socialdemócrata, nacional-populista o marxista, un pensador incómodo, polémico, excéntrico y heterodoxo, por su modo de expresar en acto y en discurso, una nueva matriz epistémica que caracterizó en la segunda década del siglo XX como anti-positivista y post-racionalista en materia de comprensión metódica de la historia de las sociedades y civilizaciones, en sus dinámicas, crisis y transformaciones, al plantear, por ejemplo que:

"…la bancarrota del positivismo y del cientificismo, como filosofía, no compromete absolutamente la posición del marxismo. La teoría y la política de Marx se cimentan invariablemente en la ciencia, no en el cientificismo."

Cualquier postulación de una tal ciencia anti-positivista y post-racionalista, anuda la tensión esencial del pensamiento convergente / divergente, ajena a sistemas cerrados, clausurados y simplificadores:

"Si Marx no pudo basar su plan político ni su concepción histórica en la biología de De Vries, ni en la psicología de Freud, ni en la física de Einstein; ni más ni menos que Kant en su elaboración filosófica tuvo que contentarse con la física newtoniana y la ciencia de su tiempo: el marxismo (o sus intelectuales) en su curso posterior, no ha cesado de asimilar lo más sustancial y activo de la especulación filosófica e histórica post-hegeliana o post-racionalista. Georges Sorel, tan influyente en la formación espiritual de Lenin, ilustró el movimiento revolucionario socialista (con un talento que Henri de Man seguramente no ignora, aunque en su volumen omita toda cita del autor de Reflexiones sobre la Violencia) a la luz de la filosofía bergsoniana, continuando a Marx que, cincuenta años antes, lo había ilustrado a la luz de la filosofía de Hegel, Fichte y Feuerbach… Vitalismo, activismo, pragmatismo, relativismo, ninguna de estas corrientes filosóficas, en lo que podían aportar a la Revolución, han quedado al margen del movimiento intelectual, marxista."

Basta profundizar en un texto clave para la comprensión de la vida y el pensamiento de Mariátegui como lo es "Heterodoxia en la Tradición", para entender a qué se refiere cuando cuestiona el inmovilismo del tradicionalismo (lo que equivale también a las ortodoxias):

"No existe, pues, un conflicto real entre el revolucionario y la tradición, sino para los que conciben la tradición como un museo o una momia. El conflicto es efectivo sólo con el tradicionalismo. Los revolucionarios encarnan la voluntad de la sociedad de no petrificarse en un estadio, de no inmovilizarse en una actitud. A veces la sociedad pierde esta voluntad creadora, paralizada por una sensación de acabamiento o desencanto. Pero entonces se constará, inexorablemente, su envejecimiento y su decadencia.

La tradición de esta época, la están haciendo los que parecen a veces negar, iconoclastas, toda tradición. De ellos, es, por lo menos, la parte activa. Sin ellos, la sociedad acusarla el abandono o la abdicación de la voluntad de vivir renovándose y superándose incesantemente."

Y si acaso no quedan claras las conexiones más refinadas de su pensamiento, conviene agregar:

"Los verdaderos revolucionarios, no proceden nunca como si la historia empezará con ellos. Saben que representan fuerzas históricas, cuya realidad no les permite complacerse con la ultraísta ilusión verbal de inaugurar todas las cosas. Marx extrajo del estudio completo de la economía burguesa, sus principios de política socialista. Toda la experiencia industrial y financiera del capitalismo, está en su doctrina anti-capitalista. Proudhon, de quien todos conocen la frase iconoclasta, más no la obra prolija, cimentó sus ideales en un arduo análisis de las instituciones y costumbres sociales, examinando desde sus raíces hasta el suelo y el aire de que se nutrieron. Y Sorel, en quien Marx y Proudhon se reconcilian, se mostró profundamente preocupado no sólo de la formación de la conciencia jurídica del proletariado, sino de la influencia de la organización familiar y de sus estímulos morales, así en el mecanismo de la producción como en el entero equilibrio social.

No hay que identificar a la tradición con los tradicionalistas. El tradicionalismo —no me refiero a la doctrina filosófica sino a una actitud política o sentimental que se resuelve invariablemente en mero conservantismo— es; es verdad, el mayor enemigo de la tradición. Porque se obstina interesadamente en definirla como un conjunto de reliquias inertes y símbolos extintos. Y en compendiarla en una receta escueta y única.

La tradición, en tanto, se caracteriza precisamente por su resistencia a dejarse aprehender en una fórmula hermética. Como resultado de una serie de experiencias, —esto es de sucesivas transformaciones de la realidad bajo la acción de un ideal que la supera consultándola y la modela obedeciéndola—, la tradición es heterogénea y contradictoria en sus componentes. Para reducirla a un concepto único, es preciso contentarse con su esencia, renunciando a sus diversas cristalizaciones."

De modo, que lo más peligroso para la tradición marxista y socialista era pasar a representarse como una "receta escueta y única", como si en su seno no existieran elementos heterogéneos y contradictorios, como si se tratara de un mero tradicionalismo, en fin, Dogma.

Cabe aquí de nuevo enfatizar que el gran obstáculo del pensamiento y la praxis del socialismo en su histria efectiva ha sido tanto el dogmatismo como el pragmatismo sin principios (Rosa Luxemburg dixit), quiere decir, el cinismo, la falsificación y el oportunismo.

III.- SOBRE EL CIERRE DE LA REVISTA AMAUTA ACUSADOS DE UN PARTICIPAR EN UN "COMPLOT COMUNISTA".

Cuando la Revista Amauta fue allanada y cerrada en junio de 1927 bajo la acusación de un supuesto "complot" comunista, todo había sucedido por la publicación del importante Nº 9 de "Amauta", dedicado a la acción contra el Imperialismo, en particular el emergente imperialismo norteamericano.

Todos los artículos de aquel número de Amauta estaban dirigidos por una línea de enjuiciamiento de la penetración capitalista norteamericana en Perú y en el resto de Sudamérica.

De modo, que por instrucciones de la Embajada de los Estados Unidos se presionó al Gobierno de Leguía, para que suspendiera la revista y persiguiera a sus redactores y colaboradores. El mismo Mariátegui narra lo sucedido:

"Para poder "legalizar" este atropello, Leguía y sus polizontes inventaron un "complot" comunista. La policía allanó el local de la Federación Gráfica en la que funcionaba la comisión de la Imprenta Obrera "Claridad" y con una cuantas cartas de desterrados fabricó la conspiración."

El viernes 8 de junio de 1927 los órganos de prensa daban cuenta del "complot", reproduciendo las cartas y documentos suministrados desde el Ministerio del Interior del Gobierno. Fue en esta ocasión que se habló en el Perú, por primera vez, de los "comunistas criollos".

De manera, que "Comunistas criollos" fue, pues, la clasificación de las derechas desde 1927 contra Mariátegui y contra el movimiento obrero revolucionario peruano. Algo similar ocurría con el llamado "Libro Rojo" (durante del Gobierno de López Contreras en Venezuela-1936 cuyo subtítulo era "La verdad de las actividades comunistas en Venezuela". El verdadero editor del libro fue el Servicio Secreto de Inteligencia de Venezuela).

A pesar de tales hechos, José Carlos Mariátegui nunca ocultó su línea de pensamiento en el seno de una determinada formación discursiva, su vocabulario moral e intelectual, o su identificación con una tradición socialista y marxista:

"Remito a mis acusadores a mis propios escritos públicos o privados, de ninguno de los cuales resulta que yo, marxista convicto y confeso, -y como tal, lejano de utopismos en la teoría y en la práctica- me entretenga en confabulaciones absurdas, como aquella que la policía pretende haber sorprendido y que tampoco aparece probada por ninguno de los documentos publicados."

De manera, que así Mariátegui se deslindaba de quienes lo querían involucrar tanto en una confabulación: la clásica táctica de "Golpe de estado", sobre el cual lanzó además los siguientes dardos conceptuales:

"Tengo, pues, algún derecho a que se me escuche y crea una afirmación que está en rigurosa coherencia con mi actitud y mi doctrina: la de que soy extraño a todo género de complots criollos de los que aquí puede producir todavía la vieja tradición de las "conspiraciones". La palabra revolución tiene otra acepción y otro sentido."

Mariátegui no se prestaba ni a falsos positivos del Gobierno de Legía ni a confabulaciones absurdas de caudillos opositores, completamente alejadas a lo que consideraba era el arte y ciencia de las revoluciones de multitudes en el siglo XX. La táctica del "putsch" era desacreditada por Mariátegui.

En el Perú de aquella época, y también en los gobiernos de la Venezuela del tirano Gómez y su sucesor López Contreras, se inventaron las famosas "conspiraciones comunistas" e incluso artículos constitucionales para proscribirlas orientaciones de izquierda, donde se intentó criminalizar y desacreditar a su vez la formación del movimiento sindical clasista, de las ligas campesinas, del movimiento estudiantil, la reforma universitaria y de los partidos políticos de orientación socialista, como si se trataran de eslabones de una intervención extranjera, propios de la central comunista de Rusia (o cualquiera otra de Europa o América).

Era el modo "nacionalista reaccionario" de desacreditar tales movimientos, claro está, en coordinación con la embajada y la política exterior de los Estados Unidos.

Analizados estos elementos claves del pensamiento y vida de José Carlos Mariátegui, nos permite cuestionar su conversión a una suerte de panteón acartonado de figuras heroicas convertidas en fetiches y clichés para fines exclusivos de ceremonias propagandísticas, pues esto sería operar en total contrasentido con su propuesta de un marxismo abierto, heterodoxo, crítico e indoamericano; y en fin, de una "teoría crítica de orientación socialista anti-colonial", donde no hay ninguna proyección de la palabra final ni ningún dueño absoluto de la verdad, pues todo método histórico-dialéctico (como lo es en lo fundamental la obra de Marx y de quienes siguen recreando las figuras de la razón negativa), supone la apertura y superación de toda relatividad y perspectiva que se presente a sí misma como cerrada, terminal y absoluta.

IV.- UN BREVE RODEO SOBRE LA HISTORIA

Es común entre los historiadores de oficio distinguir entre la historia "res gestae", que se refiere a los hechos o acciones realizadas, y la historia "rerum gestarum", que sería la representación e interpretación de esos hechos.

Pensadores como Nietzsche y Foucault han criticado la idea de que la historia contada o relatada sea una representación fiel y exacta de la historia efectiva.

Nietzsche, en su texto "Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida", advierte sobre el peligro de que la historia se convierta en un peso muerto que impida la acción creativa.

Foucault, por su parte, en su concepto de "genealogía", subraya la importancia de desentrañar las luchas de poder y las discontinuidades que subyacen a las narrativas históricas dominantes, empleando un método de historia crítica, también inspirado en Nietzsche.

Para Marx era un punto de partida que la reconstrucción y el análisis de la historia efectiva se enfrenta al papel que cumplen los intereses e ideologías de las clases sociales, de sus representantes políticos e intelectuales para dar caracterizar, interpretar, comprender y explicar los acontecimientos, las situaciones, el papel de los agentes, las fuerzas que operan en una determinada coyuntura y el trasfondo histórico-estructural, que limita y habilita las posibilidades para la ocurrencia de determinadas acciones, acontecimientos y sus resultados.

De manera, que es falso que para Marx el papel fundamental lo cumpla el "determinismo económico", o incluso el "reduccionismo de clase". Esta imagen desconoce categorías fundamentales para la comprensión de la historia en Marx, como la de totalidad concreta, que actualmente ha sido recreada a partir del estudio de los sistemas históricos y la interacción de esferas, campos o ámbitos de actividad social, con instituciones específicas, relaciones, procesos y estructuras con autonomía relativa y atravesadas por diferenciados procesos de producción de sentido y significación.

Más bien, hay que reconstruir las conexiones causales y significativas de los hechos históricos atendiendo al cruce de diferentes series y mediaciones en una totalidad histórico-concreta, donde hay un inter-juego de esferas y campos institucionalizados de actividad social, dinamizados por prácticas sociales (económicas, políticas, jurídicas, comunicacionales, filosóficas, científicas, religiosas, artísticas, morales); en síntesis, por la propia actividad humana organizada (praxis).

De manera que para nuestro caso, la distinción entre la historia efectiva y la historia contada-narrada expresa la tensión entre la realidad socio-histórica y su interpretación. Mientras la historia efectiva es el conjunto de eventos que ocurrieron (que el crudo positivismo reduce a "hechos y datos"), la historia contada es la construcción narrativa que da forma, organización y significado a esos eventos, siempre mediada por perspectivas polémicas y contextos sociales.

De manera que la historia efectiva siempre está sometida al debate sobre la mediación teórico-interpretativa, incluso cuando hay consenso sobre la ocurrencia de determinados eventos y sobre la existencia de determinadas "fuentes primarias".

Siempre conocemos los eventos y sus fuentes documentales, a partir del análisis crítico y la reconstrucción conceptual, partiendo además de los relatos, fuentes y testimonios, que pudiendo ser interpretaciones parciales o sesgadas, requieren ser sometidos al análisis crítico-ideológico de las fuentes.

Así mismo, abordar la historia implica enfrentarse a versiones interesadas, a representaciones sobre los eventos, al papel del poder y el control de la narrativa.

Quienes tienen el poder de contar la historia, de autorizar, validar y legitimar ciertas explicaciones y narrativas (los vencedores, las élites, los historiadores) pueden influir en cómo se recuerda y se entiende el pasado.

De manera que hay que tomar este fenómeno como un auténtico obstáculo epistémico y político, para una determinada voluntad de saber y de verdad que quiera rebasar las narrativas de los vencedores. Como ha sentenciado el refrán africano: "Hasta que los leones no tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador".

Si no hay una única historia contada, sino múltiples versiones que se replican entre sí, cada una con su propia perspectiva, marco y agenda; hay que abrir el abanico de las recepciones; es decir, asumir la existencia de una multiplicidad de relatos con sus propias perspectivas y finalidades, entender a fondo el papel de la subjetividad, el horizonte de prejuicios y pre-comprensiones del narrador, sus intereses, valores, ideales y su contexto cultural.

Así mismo, hay que entender los criterios de selección de determinados eventos (hechos); aquellos que se consideran relevantes para la narrativa. Finalmente, los eventos se organizan y articulan en una estructura de discurso coherente que les otorga sentido y significado, ya sea como trama cronológica, secuencia causal, explicación intencional, ya sea como relato heroico, como tragedia, como drama, etc. No es casual que abunde literatura sobre la "Escritura en la Historia" y sobre sus metáforas fundamentales (Veyne, White, Ricoeur, la Capra, Chartier, etc).

La historia no son sólo "hechos, datos y positividades", tampoco es el clamor de lo real-existente, es además la intervención del llamado "momento negativo" en el proceso de devenir ("la realidad como proceso"), a partir del entendimiento de "agenciamientos colectivos", de voluntades en conflicto, de posibilidades superadoras configuradas en el seno de las tendencias contradictorias en desarrollo.

La vieja referencia a la "dialéctica" del momento objetivo y subjetivo de la historia, refiere tanto a la interiorización de su objetividad estructurada, como a la puesta en actividad, mediante la exteriorización de las prácticas y las formas sociales (subjetivas e intersubjetivas), de aquella capacidad de hacer-crear historia-constituyente, y no sólo de actividad humana condicionada, o peor aún, determinada por premisas de "necesidad histórica", por la mera historia-constituida, entendida como mecanismo objetivo de relojería causal desde el peor de los materialismos. Tal interpretación de la historia reduce la praxis creadora, la aleatoriedad y la contingencia a cero. La historia es la historia de las marionetas y de los idiotas culturales.

Es la propia praxis de los grupos humanos (su actividad practico-sensorial, afectiva, conceptual e ideal, su apuesta por superar condicionamientos y determinismos), el "lado activo" del proceso histórico, donde emergen los agentes socio-históricos de cambio (o de conformismo/reproducción), quienes totalizan o des-totalizan (en palabras de moda: construyen, de-construyen, destruyen y reconstruyen), en un plano de expresión de diferencias, conflictos y contradicciones, aquellos espacios, estructuras, procesos y relaciones sociales organizados como campos, aparatos, dispositivos y regímenes en las cuales los individuos (siempre sujetos-en-proceso), aparecen atravesados por el espesor conflictivo de una trama de relaciones de fuerzas y sentidos, tanto sociales como culturales, de modo no siempre consciente ni reflexivo, siendo las mismas condiciones y trama de relaciones, tanto su limitaciones como sus habilitaciones, pues no escapan al movimiento de los estados de dominación(explotación del trabajo, coerción política, hegemonía ideológica, exclusión social, negación cultural, destructividad ambiental), reiteramos, dinamizadas por diferencias, tensiones, contradicciones y antagonismos, así como "reguladas": estabilización relativas, síntesis provisionales y unidades precarias (integración social e integración de códigos simbólicos) en lo que denominamos por convención y normalización "orden social".

De modo que, toda estructura social (histórica de cabo a rabo) y tradición simbólica, obedecen a niveles de temporalización con sus propios ritmos: episódicos, situacionales, coyunturales o de larga duración, que marcan el contexto y las circunstancias de las prácticas y los agenciamientos; quiere decir, sentimientos, pensamientos, acciones y la propia función imaginaria de los actores, así como sus potenciales niveles de descentramiento y cambio, por la ya reconocida retro-acción (acción reciproca) sobre tales procesos poli-rítmicos y diferenciales, previamente sedimentados e instituidos en diferentes esferas o campos de actividad social.

En palabras llanas: nada es eterno ni fijo en la historia por la incidencia del despliegue de praxis conflictivas, ni siquiera el núcleo duro de la biología humana (la "naturaleza humana"), cuyo ritmo constituyente, dinámico, pasa muchas veces inadvertido, por nuestro anclaje a las referencias temporales y a las cegueras de lo episódico-reproductor.

No es falso que los seres humanos aparezcan en muchos relatos y versiones conservadoras y "realistas" de una "naturaleza humana" fija, con patrones invariantes, siendo prisioneros de unos "mecanismos de relojería" que los presiden, sobre todo cuando se confunde la objetivación histórica (llamada realidad histórica-social objetiva) con los grados superiores de fetichismo, cosificación y alienación. Obviamente las visiones reaccionarias y conservadoras son aversivas a la idea y a las prácticas transformadoras. Todo debe ser ordenado, estable, normalizado y funcional, haciendo apología de la narrativa "desde el mando político".

Por otra parte, la historia-constituida, sedimentada por generaciones enteras, precede a la acción, ciertamente, pero no la preside en la totalidad de sus ínfimos detalles, aspectos y realizaciones, sino más bien que constituye un momento, una circunstancia, una restricción abierta a la intervención de lo aleatorio, lo eventual y lo novedoso de las prácticas y la voluntad creadora. La historia no es solo la historia de lo efectivo-realizado, sino la apertura a la posibilidad histórico-objetiva, contiene tendencias y propensiones no sólo hechos y datos.

Si no existiera ni invención ni innovación en la historia estaríamos en el espacio mental de las sociedades "frías", dominadas eternamente por la simple reiteración, imitación o repetición, sin lugar a los más mínimos cambios, aprendizajes y adaptaciones activas. Es en tal intervalo de la praxis, de la decisión y la intervención de los actores como fuerzas colectivas, donde operan los fenómenos evolutivos y aquellas transformaciones, que aparecen como "mutaciones" sociales, como cambios radicales y no sólo incrementales.

Por supuesto, a mayores grados de naturalización y normalización de lo inconsciente social y cultural, pues mayor será el poder de legitimación de los hábitos de acción, sentimiento y pensamiento, mayor peso será el de las costumbres y mentalidades adquiridas, cosificadas y convertidas en doxa, tradicionalismo, ritualismo y "verdades evidentes".

Este anterior rodeo reflexivo sobre la historia se justifica a propósito de las valoraciones que sobre el pensamiento y la obra de Mariátegui hacemos para abrir o cerrar la historia, personaje cuya trayectoria, formación intelectual, moral y política no escapa a las tensiones entre continuidad y cambio, a sus desarrollos y rupturas, desde lo que han llamado ya canónicamente como su "edad de piedra", hasta su etapa propiamente "marxista" y "socialista revolucionaria".

Sin embargo Mariátegui, no es un simple pensador de identidades fijas, sino que encarnó su propia transformación creadora bajo determinadas circunstancias, como él mismo lo asumió.

V.- MARIÁTEGUI EN SUS PINCELADAS BIOGRÁFICAS

En enero de 1927, Mariátegui envió una carta al escritor argentino Samuel Glusberg en la que esbozó algunas de sus líneas autobiográficas. Fue en esa carta donde estableció una nítida distinción entre el período de su vida anterior a 1918-1919 (comúnmente llamada "edad de piedra") y el período posterior a 1923; en otras palabras, antes y después de su partida a Europa, hasta su posterior retorno a Perú.

Como ha planteado Alberto Flórez Galindo:

"Mariátegui, en enero de 1927, envió una carta al escritor argentino Samuel Glusberg en la que esbozó algunas líneas autobiográficas, raras y escasas en el conjunto de sus escritos. Fue en esa carta donde estableció una nítida distinción entre el período de su vida anterior a 1919 y el período posterior a 1923; en otras palabras, antes y después de Europa: la edad de piedra enfrentada a la edad de la razón; el socialista contrapuesto al adolescente decadente y bizantino."

Leamos directamente la carta de Mariátegui:

"Le remitiré algunos recortes sobre mi persona. Aunque soy un escritor muy poco autobiográfico, le daré yo, mismo algunos datos sumarios: Nací el 95 (en realidad su partida de nacimiento lo fecha en el 94). A los 14 años, entre de alcanza-rejones a un periódico. Hasta 1919 trabajé en el diarismo, primero en "La Prensa", luego en "El Tiempo, finalmente en "La Razón" diario que fundé con César Falcón, Humberto del Águila y otros muchachos. En este último diario patrocinamos la reforma universitaria. Desde 1918, nauseado de política criolla, —como diarista, y durante algún tiempo redactor político y parlamentario conocí por dentro los partidos y vi en zapatillas a los estadistas— me orienté resueltamente hacia el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato inficionado de decadentismos y bizantinismos finiseculares, en pleno apogeo todavía. De fines de 1919 a mediados de 1923 viaje por Europa. Residí más de dos años en Italia, donde desposé una mujer y algunas ideas. Anduve, por Francia. Alemania, Austria y otros países. Mi mujer y un hijo me impidieron llegar a Rusia. Desde Europa me concerté con algunos peruanos para la acción socialista. Mis artículos de esa época, señalan las estaciones de mi orientamiento socialista. A mi vuelta al Perú, en 1923, en reportajes, conferencias en la Federación de Estudiantes y la Universidad Popular, artículos, expliqué la situación europea e inicié mi trabajo de investigación de la realidad nacional, conforme al método marxista. En 1924, estuve como ya le he contado a punto de perder la vida. Perdí una pierna y quedé muy delicado. Habría seguramente curado ya del todo, con una existencia reposada. Pero ni mi pobreza ni mi inquietud intelectual me la consienten. Desde hace seis meses, mejoro poco a poco. No he publicado más libro que el que Ud. conoce, Tengo listos dos y en proyecto otros. He ahí mi vida, en pocas palabras. No creo que valga la pena, hacerla notoria. Pero no puedo rehusarle los datos que Ud. me pide. Me olvidaba: soy un autodidacta. Me matriculé una vez en Letras en Lima, pero con el solo interés de seguir un curso de latín de un agustino erudito. Y en Europa frecuente algunas cátedras libremente, pero sin decidirme nunca a perder mi carácter extra-universitario y tal vez si hasta si hasta anti-universitario. En 1925 la Federación de Estudiantes me propuso a la Universidad como catedrático de la materia de mi competencia; pero la mala voluntad del Rector y segundariamente, mi estado de salud, frustraron esta iniciativa."

Del texto anterior cabe extraer el siguiente párrafo para los propósitos de estas notas:

"Desde 1918, nauseado de política criolla, —como diarista, y durante algún tiempo redactor político y parlamentario conocí por dentro los partidos y vi en zapatillas a los estadistas— me orienté resueltamente hacia el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato inficionado de decadentismos y bizantinismos finiseculares, en pleno apogeo todavía."

Cabe aquí constatar que el propio Mariátegui data su orientación "resueltamente" socialista para 1918, lo que nos lleva también a hacer un rodeo crítico a lo que convencionalmente denominamos "auto-biografía" e "historia de vida".

Plantea el sociólogo francés Pierre Bourdieu (La ilusión biográfica) que la condición de toda evaluación rigurosa de lo que cabe llamar el "relato de la superficie social", como descripción rigurosa de la personalidad designada por el "nombre propio", remite a el conjunto de las posiciones ocupadas simultáneamente en un momento concreto del tiempo, por una individualidad biológica socialmente instituida, actuando como soporte de un conjunto de atributos y de atribuciones adecuadas para permitirle intervenir como agente eficiente en diferentes campos.

De modo, que hay que seguir la pista del personaje, aprehendido como expresión unitaria de un «propósito» subjetivo y objetivo, de un proyecto de las biografías corrientes de las «historias de vida».

Esta vida organizada como una historia (en el sentido de relato) se desarrolla, según un orden cronológico que es asimismo un orden lógico, desde un comienzo, un origen, en el doble sentido de punto de partida, de inicio, pero asimismo de principio, de causa primera, hasta su término que es también un fin, una realización (telos).

La distinción entre el individuo concreto y el individuo construido, el agente eficiente, va pareja con la distinción entre el agente, eficiente en un campo, y la personalidad, como individualidad biológica socialmente instituida por la nominación y portadora de propiedades y de poderes que le proporcionan (en algunos casos) una superficie social, es decir la capacidad de existir como agente en diferentes campos.

La historia de vida anclada en la superficie social (y en la propia fenomenología del yo reflexivo-constituyente), debe dar paso a elaborar la noción más compleja de trayectoria, como serie de las posiciones sucesivamente ocupadas por un mismo agente (o un mismo grupo) en un espacio o campo en sí mismo en movimiento y sometido a incesantes transformaciones.

De manera que si de hitos y cortes se trata, es muy difícil abstraerse de los eventos que marcas la trayectoria de la orientación "resueltamente" socialista en Mariátegui, primero difusa, además condicionada por la recepción edificante de la figura de un liberalismo y positivismo atípico del Perú, con acentos marcadamente anarquistas, como lo fue Manuel González Prada, para entender la confluencia de sus pasiones e identificaciones literarias, artísticas, políticas y periodísticas.

VI.- LA IMPORTANCIA DE LA REVISTA "NUESTRA ÉPOCA"

Lo que parece inobjetable en la trayectoria de Mariátegui, es que partir de 1918 su intensa actividad periodística va consolidando una "conciencia política" identificada con los intereses del emergente proletariado peruano y sus ideales de transformación socialista. Como ha planteado la investigadora Mónica Bruckmann:

"Existen dos corrientes historiográficas fuertemente consolidadas respecto a la formación de José Carlos Mariátegui. Una que asume dogmáticamente la denominación dada por el propio Mariátegui a su fase juvenil, llamada de edad de piedra y plantea la existencia de una ruptura definitiva a partir de su viaje a Europa en 1919 y su asimilación del marxismo, dando cuenta de dos etapas en su vida, la pre-revolucionaria, marcada por escritos modernistas con una fuerte dosis de admiración por elementos aristocráticos y la revolucionaria que se inicia con su estadía en Europa. Una segunda postura historiográfica intenta definir una especie de revolucionario permanente, un contestatario precoz, encontrando en estas actitudes contestatarias posturas revolucionarias.

Tomando distancia de ambas posturas, pretendemos mostrar que existen, en la formación intelectual y política de José Carlos Mariátegui, elementos de continuidad y ruptura que trataremos de destacar en cada etapa de su vida (…), que en el joven Mariátegui existían ya elementos que emergerán con mayor claridad y conciencia en su vida madura, pero que se presentan, aunque de manera menos coherente y sistemática, en la etapa juvenil.

Al mismo tiempo, nos interesa destacar rupturas claves que representan saltos cualitativos en su formación y que dan cuenta de una dinámica profundamente dialéctica donde, nuevamente, teoría y praxis son dos elementos fundamentales."

Si damos por cierto lo que relata Bruckmann es su investigación ya para 1918, con 24 años, Mariátegui inició sus primeros estudios de socialismo bajo la orientación de Víctor Maúrtua, que se convierte en maestro y líder doctrinario de un grupo de jóvenes intelectuales entre los que se encuentran también César Falcón, Félix del Valle, César Ugarte, Percy Gibson, Alberto Ureta, entre otros.

Al calor del clima político de la revolución rusa de octubre de 1917, este grupo de jóvenes se inicia en la lectura de Hegel, Marx, Engels, Bergson, George Sorel, Antonio Labriola, Unamuno, Araquistain, Barbusse, Romain Rolland, Jack London entre otros, poniendo en el centro de las discusiones y debates de este círculo de lectores de temas socialistas, la necesidad de transformar el mundo y el creciente interés por entender los grandes procesos revolucionarios que vive la humanidad en este período histórico.

Sobre este mismo tópico, plantea Aníbal Quijano en su caracterización sobre la actividad periodística de Mariátegui en la misma época:

"La concurrencia a los debates parlamentarios fue, seguramente, una puerta de entrada a la observación y a la reflexión sobre los problemas político sociales del país y del mundo, tan intensamente agitados en esos mismos años. El Parlamento peruano de esos años era el escenario en que se debatían las opciones ideológicas y los conflictos políticos dentro de la coalición dominante (oligárquica), poco antes de la derrota de las fracciones más señorialistas, tres años después, con el golpe de Leguía. Eran también los años de la prédica wilsoniana, cuyos ecos resonaban también en el Perú, junto con los de las tempestades políticas europeas, particularmente el triunfo de la Revolución Rusa, y los primeros impactos de la Revolución Mexicana, mientras se extendían las luchas obreras y la influencia del anarquismo y el anarco-sindicalismo, y los jóvenes de las nuevas capas medias intelectuales iniciaban su enfrentamiento a la educación oligárquica en la Universidad. En la redacción de El Tiempo convergían las corrientes positivistas liberales, de leguiístas y billinghuristas, y más débilmente la influencia del gonzález-pradismo y las primeras ideas socializantes.

Como la orientación de El Tiempo ya les resulta muy moderada, a mediados de 1918 todos ellos se agrupan para publicar la revista "Nuestra Época", como vocero de una tendencia socializante, inspirada en las ideas y en el modelo de la revista España, que en ese país dirigía Luis Araquistain y donde colaboraba una parte de la generación del 98. Unamuno entre ellos.

La orientación ideológica y vital de José Carlos Mariátegui comienza a definirse. Y no tardará en pagar sus primeras consecuencias. Tras la publicación en esa revista de su artículo "Malas tendencias: el deber del ejército y del Estado", defendiendo la idea de emplear más los recursos fiscales en la promoción de la educación y del trabajo, en lugar de armas, un grupo de oficiales llegará hasta la redacción de El Tiempo, en cuyos talleres se imprimía Nuestra Época, y maltrata físicamente al indefenso y débil autor.

Poco después, los redactores de Nuestra Época y otros de la misma tendencia se agrupan en el Comité Organizador del Partido Socialista. Uno de los miembros más influyentes, Luis Ulloa, propone convertir ese grupo en partido, lo que Mariátegui y Falcón rechazan, apartándose del grupo."

Quiere decir que en los estudios de Bruckmann y Quijano, el papel de la Revista "Nuestra Época", a pesar de su efímera aparición en dos números, no es un detalle menor. Esta circunstancia es relatada por Mónica Bruckmann, aunque omitiendo algunos detalles que aquí queremos resaltar:

"En poco tiempo, este grupo de jóvenes estudiosos del socialismo conformarán el Comité Socialista, que pretendía ser una forma organizativa de transición hacia la creación de un partido político y se planteaba la necesidad de impulsar la acción política del proletariado y de identificarse con el pueblo y sus necesidades materiales a fin de comprenderlo, educarlo y elevar su nivel cultural y social."

De esta forma, Mariátegui se deslinda de las tendencias anarquistas que hasta entonces ejercían una influencia profunda en el movimiento sindical, iniciando así una identificación con una aún difusa orientación socialista, como miembro del grupo directivo del "Comité Socialista".

La referencia a Luis Araquistaín es desde nuestro punto de vista clave para entender la construcción del artículo citado por Quijano: ""Malas tendencias: el deber del ejército y del Estado", pues allí se decanta en Mariátegui una claro antagonismo hacia la visión militarista de la función militar en su relación con el poder político y el Estado.

Recordemos que a mediados de 1918, es cuando José Carlos Mariátegui, junto a otros jóvenes intelectuales de orientación socialista, publican la revista "Nuestra Época", inspirada en el semanario España (Madrid, 1915-1924) semanario fundado por José Ortega y Gasset y posteriormente dirigido por Luis Araquistaín y donde colaboran figuras de gran relevancia como Miguel de Unamuno y Ramón del Valle Inclán.

Nuestra Época se imprimía en los talleres gráficos de El Tiempo; es decir, en el mismo diario donde Mariátegui laboraba como columnista, lo que en el análisis de Bruckmann, causaría un profundo malestar entre los miembros del directorio del diario, lo que ocasiona que pronto le sea negado el permiso para seguir imprimiendo la revista, que solo pudo sacar a circulación dos números.

Se estaba produciendo una ruptura en la conciencia política del joven Mariátegui, que por primera vez renuncia al uso del pseudónimo de Juan Croniqueur, después de siete años de diarismo.

Así mismo, era una ruptura con su deslumbramiento por los patrones estéticos y valores aristocráticos, que lo llevan a alejarse de la prensa frívola como las revistas El Turf y Lulú, orientándose hacia una búsqueda de nuevas herramientas metodológicas para la comprensión de los fenómenos sociales y los procesos políticos que se desarrollan en diferentes regiones del mundo.

Se ha incorporado con César Falcón, Ruiz Bravo, Luis Ulloa a la redacción de El Tiempo, diario con perfiles de izquierda. Por su parte, La Prensa, donde Mariátegui se inició, se ha desviado hacia el espacio ideológico de las derechas.

Mariátegui redacta en El Tiempo la sección Voces, en la que comenta la actualidad política y frecuentemente escribe el editorial del "El Tiempo". Sin embargo, Mariátegui reconoce que sin la posesión de una revista, donde pudieran sostener las doctrinas que comienzan a conocer y exponer, sin ambages ni censuras, no podían expandir un pensamiento de orientación socialista. De nuevo el grupo de escritores jóvenes intenta la aventura de publicar "Nuestra Época" destinada, como dijo el mismo Mariátegui, a las muchedumbres y no al Palais Concert.

En Nuestra Época escriben César Falcón, César Ugarte, Félix del Valle, Valdelomar, Percy Gibson, César A. Rodríguez, César Vallejo y Mariátegui.

Mariátegui ya no firmará Juan Croniqueur, según lo anuncia una nota de redacción: "Nuestro compañero José Carlos Mariátegui ha renunciado totalmente a su seudónimo y ha resuelto pedir perdón a Dios y al público por los muchos pecados que, escribiendo con ese seudónimo, ha cometido".

Ya no se trata de hacer bella literatura, de glosar motivos estéticos, sino el propósito de intervenir en la vida política del país y difundir las nuevas doctrinas. Su primer número sale el 22 de Junio de 1918.

Es en el primer número de Nuestra Época donde aparece el artículo titulado "Malas tendencias: El deber del Ejército y el deber del Estado", firmado ahora por quien se ha reorientado resueltamente al socialismo: José Carlos Mariátegui.

VII.- MALAS TENDENCIAS: EL DEBER DEL EJÉRCITO Y EL DEBER DEL ESTADO

Decía Mariátegui en 1918, en este importante artículo:

"El país debe cuidar de su defensa armada. Pero debe hacerlo dentro de la proporción de sus, recursos económicos... Ningún Estado debe mostrarse en verdad más parco y discreto que el Estado Peruano en esfuerzos militares... Política de trabajo y no política de apertrechamiento es, pues, la que aquí nos hace falta. Política de trabajo y también política de educación. Que se explote nuestro territorio y que se acabe con nuestro analfabetismo y entonces tendremos dinero y soldados para la defensa del territorio peruano."

No olvidemos elementos del contexto. La llamada "Guerra del Pacífico" tiene por antecedente una larga disputa territorial entre Chile y Bolivia para definir sus fronteras en el Desierto de Atacama, pasando por dos tratados de límites en 1866 y 1874 que no minimizaron las tensiones entre Chile y Bolivia. En 1878 el conflicto se agravó, y Bolivia fue apoyada por intervención de Perú, lo que desencadenó un conflicto bélico que los enfrentó con Chile desde febrero de 1879. Las operaciones militares se prolongaron por cuatro años y medio, involucrando la movilización de cuantiosos recursos humanos y materiales por parte de los tres países.

Una vez finalizada la guerra, los países involucrados incurrieron en diversas negociaciones diplomáticas para lograr acuerdos con Chile. Sin embargo, Chile incorporó nuevos territorios a la nación, comprendidos entre Arica y Antofagasta, los que dieron origen a las provincias de Tarapacá y Antofagasta. La riqueza salitrera de estos territorios permitió reactivar la economía Chilena y comenzar un ciclo de expansión que se prolongaría hasta 1930.

De manera, que para el Ejército Peruano era un objetivo vital mejorar su preparación militar ante tales antecedentes. Sin embargo, la crítica de Mariátegui se orienta en otro sentido, como veremos a continuación. Pero los hechos que afectan personalmente a Mariátegui deben estudiarse con atención.

Un grupo de militares exasperados, enfurecidos por las algunas de las ideas expuestas en "Malas tendencias: El deber del Ejército y el deber del Estado", atacan al joven escritor. Lo insultan y lo golpean, sin tener en cuenta su endeble condición física. Por dos veces se repite la agresión; una, en la calle, otra, en la imprenta de El Tiempo, donde se editaba la revista "Nuestra Época".

Mariátegui ha soportado valientemente la cobarde agresión; foetazos, patadas, puñetazos. Un clamor de indignación se levanta, en toda la ciudad, contra los agresores del escritor; es tan vehemente esa indignación, es tan encendida la reprobación contra el hecho, que el Ministro de Guerra se ve obligado a renunciar su cargo.

Por momentos parecía haber triunfado el pensamiento libre y la inteligencia sobre la fuerza. Mariátegui, golpeado, castigado, ultrajado por los militares, pasa a ser un símbolo. Representa la cultura, el espíritu, la serenidad enfrentándose a la violencia y a la incultura.

Sin embargo, Nuestra Época no saldrá más de dos veces. Después de su segundo número la falta de respaldo económico la obliga a suspender su publicación. Pero Mariátegui, Falcón y Humberto del Aguila intentan publicar un periódico con orientación izquierdista y sin capitales que aseguren su existencia.

Alquilan una imprenta perteneciente al arzobispado; la imprenta de la calle de la Pescadería y, en 1919, y aparece "La Razón", que tendría un importancia clave en los acontecimientos de aquel año.

Sin embargo, volvamos al artículo contra el "militarismo" y analicemos las razones de fondo que mueven a Mariátegui a escribir semejante texto.

Mariátegui sostuvo que en el Ejercito Peruano:

"La oficialidad está compuesta, en un noventa por ciento, por gente llevada a la escuela militar una veces por la miseria del medio y otras veces por el fracaso personal".

Esta afirmación fue asumida como una ofensa por algunos oficiales quienes ingresaron a las oficinas del medio escrito y arremetieron contra el periodista.

Alberto Tauro del Pino narra:

"En la tarde del lunes 24 de junio, y dirigidos por el teniente José Vásquez Benavides, los oficiales irrumpieron tumultuariamente en el edificio del diario El Tiempo, cuando José Carlos Mariátegui se disponía a escribir su colaboración para la edición del día siguiente. Las voces acaloradas y el recio taconeo de las botas colmaron la oficina de la redacción, hasta aislar al joven periodista. Desconcertado éste, incorporóse al lado del pequeño escritorio que ocupaba; inútilmente pretendió iniciar un diálogo, y apenas atinó a dirigir hacia el grupo una mirada penetrante. La palidez de su rostro destacaba en las pulcras líneas de su traje oscuro; su pequeña figura parecía perdida o abrumada por cuantos lo rodeaban o desde atrás se empinaban para divisarlo; y ante él, atlético, cetrino, vociferante, el teniente mencionado descargó su violencia contra el inerme escritor".

La interpretación más difundida es que los oficiales reaccionaron violentamente porque Mariátegui afirmó que eran oficiales por frustración personal, pero esa es sólo una justificación, pues ya el Ejército comenzaba a participar regularmente en la violencia pública.

Integrantes del ejército formaron las llamadas "fuerzas de choque" de los candidatos durante los procesos electorales en las primeras décadas del siglo XX. Las autoridades de turno tenían en los soldados las fuerzas violentistas perfectas para mantenerse en el poder. Así como actuaban impunemente durante las elecciones, esa misma impunidad les permitió atacar a un periodista de opinión.

Sin embargo, el artículo de Mariátegui comienza con un claro tono de denuncia:

"Hasta ahora dura el eco del discurso del coronel Ballesteros. El que al principio no parecía sino un ardoroso brindis de sobremesa, de sonoro patriotismo y retórica huachafa, se está convirtiendo en una bandera militarista".

¿Qué significa para Mariátegui enarbolar en un discurso una bandera militarista?

Mariátegui escribió:

"No exageramos. Muy grave, muy grave, sería que el ejército del Perú quisiera señalarles a los poderes públicos una orientación de su gusto. El grado de militarización que al país conviene no debe ser indicado de ninguna manera por el ejército. Es imprescindible que los poderes públicos elijan libremente la dirección primaria de la política gubernamental…Un jefe militar que se pone de pie, delante de un auditorio militar también, para manifestar que hay que recomendarle al congreso que haga esto y que hay que quejarse de que no haya hecho aquello es, por eso, un jefe a quien se tiene que mirar como una amenaza".

Mariátegui no se va por las ramas cuando afirma que una clara expresión de "militarismo" es aquella donde ejército pretende señalarle a los poderes públicos una orientación de su preferencia. El grado de militarización que al país conviene no debe ser indicado de ninguna manera por el ejército.

La agresión lo es principalmente porque Mariátegui se opone al "militarismo". A esa intervención de los militares sobre la política del Estado y de los gobiernos. No se trataba de un conflicto personal:

"No exageramos. Muy grave, muy grave, sería que el ejército del Perú quisiera señalarles a los poderes públicos una orientación de su gusto. El grado de militarización que al país conviene no debe ser indicado de ninguna manera por el ejército. Es imprescindible que los poderes públicos elijan libremente la dirección primaria de la política gubernamental."

La dirección primaria de la política gubernamental debe ser realizada por los poderes públicos, no por el ejército, no por el poder militar. Dirá con mayor claridad Mariátegui:

"Un jefe militar que se pone de pie, delante de un auditorio militar también para manifestar que hay que recomendarle al congreso que haga esto y que hay que quejarse de que no haya hecho aquello es, por eso, un jefe a quien se tiene que mirar como una amenaza."

Para Mariátegui hay una tensión inaceptable entre los poderes públicos y el poder militar, y se hace candentes preguntas:

"¿Persigue popularidad? ¿Quiere grangearse unos cuantos aplausos? ¿Busca tales o cuáles felicitaciones? Entonces es un jefe que no se conforma con la normalidad de su existencia profesional. Es un jefe que ambiciona mayores órbitas de figuración. ¿Pretende únicamente que los poderes públicos sepan lo que el ejército apetece y trata de presionar a esos poderes públicos en un sentido dado? Es un jefe que enamorado de una convicción, acertada o no, aspira a imponerla al Estado. Siempre es, pues, un jefe cuya conducta no se encarrila dentro del rol austero del ejército."

La preocupación de Mariátegui en tal contexto era que una alto oficial militar pretendiera "trazas de caudillo y síntomas de héroe", pues "tendremos en el retablo de la política criolla a la más peligrosa figura que podría aparecer en él".

Lo que está planteando de lleno Mariátegui es la relación entre la profesión militar y el liderazgo militar, y el oficio del liderazgo político y la función de los poderes públicos:

"Habrá quienes se pregunten: –¿Luego un militar carece del mismo derecho que cualquier otro ciudadano para emitir públicamente sus ideas? Les responderemos, naturalmente, que sí. En todo país el militar no puede obrar como cualquier ciudadano. Es un ciudadano inhabilitado por su función para el amplio ejercicio de sus derechos políticos. Los militares no pueden celebrar mítines, no pueden demandar la guerra ni oponerse a ella, no pueden votar, no pueden afiliarse a ningún partido político. Su libertad individual está cohibida y su libertad colectiva anulada. No por capricho su misión es llamada misión de sacrificio y su carrera es llamada carrera de abnegación."

Veamos el contexto histórico. Estamos en Perú, en 1918 donde los gobiernos representaban aun los intereses de las coaliciones oligárquicas. Mariátegui expresa la concepción civilista más conocida y reiterada en materia de relaciones cívico-militares. La clave está en lo siguiente:

"En todo país el militar no puede obrar como cualquier ciudadano. Es un ciudadano inhabilitado por su función para el amplio ejercicio de sus derechos políticos."

La preocupación fundamental de Mariátegui era que el militar se incorporase a la arena política como un militante o prosélito de un partido (El "partido militar" el "partido armado") para dirigir las orientaciones de la política del Gobierno y del Estado, ya no en materia de defensa externa, sino en el conjunto de la política pública. Y es aquí donde cita al español socialista Luis Araquistaín:

"El fundamento de esta condición particular de los militares está universalmente sancionado. Luis Araquistaín lo definía brillantemente, no hace mucho, a propósito de las juntas de defensa constituidas por lo oficiales y los sargentos españoles. Araquistain les negaba a los militares la capacidad para sindicarse (sindicatos) que les otorgaba a todos los funcionarios del Estado. Y se basaba en que la fuerza de los militares debe ser, al mismo tiempo, su debilidad. El Estado, efectivamente, al darles esa fuerza (las armas) les prohibe que usen de ella en su favor. Y los militares deben abstenerse de toda actitud de alcance político porque cualquier actitud suya, por tranquila que sea, entraña siempre una coacción, en virtud de la fuerza que la respalda. Esto es lo que hace censurable el discurso del coronel Ballesteros y lo que haría consternador que ese discurso obtuviese muestras de apoyo y de simpatía del ejército."

¿Puede entonces la Fuerza Armada, al cual el Estado les reserva el uso y monopolio de las armas, inclinarse hacia una parcialidad partidista en la vida política, o defender los intereses de la Nación en su conjunto?

Para Mariátegui, la respuesta era clara. Los militares si no quieren ser percibidos como un "cuerpo militarista" que amenaza a los poderes públicos, deben defender los intereses de la Nación, cumpliendo su rol profesional y no desbordar sus actividades hacia un mitin político-partidista. Los militares son ciudadanos armados, pero las armas son de la República y la Nación, no de un grupo con intereses particulares:

"Los partidos, los grupos, los bandos políticos, que luchan por el predominio de sus sistemas y de sus conceptos, deben ser los que estudien y resuelvan si el Perú adopta o no una orientación militarista. Los militares, si tiene una noción sana de su verdadero papel, no deben intervenir en ese debate. No puede tolerarse que opinen sobre algo de tanta importancia en la marcha de la nación. Absolutamente, no."

Para Mariátegui los militares deben subordinarse al poder civil, no pretender sustituir en sus funciones y atribuciones al poder civil, su papel es otro: defender los intereses de la Nación en su conjunto, no de parcialidades en la arena político-partidista, y mucho menos aun desde una visión militarista:

"Ahora bien. No es sólo que el ejército no deba insinuar ni marcar la dirección sustantiva del Estado. Es mucho más aún. Es también que esa orientación no debe ser en el Perú una orientación militarista. Resulta, por consiguiente, que la presión militar para que el país se militarizarse no sería mala únicamente por ser presión militar. Sería mala, además, por tender a que el país se militarizase. Nos colocaría delante de un medio malo y de una finalidad peor. Y así, ni aun podíamos tener el consuelo de que, hablando como de costumbre un lenguaje de refranes y aforismos, nos dijésemos una vez más que «el fin justifica los medios»."

La militarización de la política "nos colocaría delante de un medio malo y de una finalidad peor", señala con meridiana claridad Mariátegui. No corresponde a la institución militar definir los rumbos del Estado ni del Gobierno, esa sería una mentalidad militarista. Es corresponde fundamentalmente a la soberanía popular, que representa la voz de la Nación, y a los poderes públicos.

Además Mariátegui también denuncia que las presiones militares afecten negativamente la distribución de recursos escasos del Presupuesto Público:

"El país tiene que cuidar de su defensa armada. Pero debe hacerlo dentro de la proporción de sus recursos económicos. No sería sensato que el Estado abrumase de guerra exagerado o que adquiriese deudas comprometedoras de su crédito para repletar los parques militares de esos cañones, fusiles y balas que han obsesionado al coronel Ballesteros."

También Mariátegui advierte del peligro del escalamiento de una carrera militar ante Chile si lo que predomina es una mentalidad revanchista:

"Únicamente este romántico sentimiento de reivindicación podría conducirnos a armarnos y pertrecharnos a cualquier costo. Y ya andamos casi unánimamente convencidos de la ineficacia de todo revanchismo. Chile tendrá siempre, mientras nos dure el ardimiento revanchista, un poder bélico superior al nuestro. Cuando nosotros, mediante un sacrificio, compremos un barco, Chile, sin sacrificio alguno, podrá comprar tres. Y es que Chile no solo es un país más rico que el Perú. Es, al mismo tiempo, un país que se preocupa más que el Perú de mejorar su riqueza."

Para Mariátegui era clave desarrollar una política nacional de riqueza, y no de militarismo con recursos escasos. La llamo además una Política de trabajo y no política de apertrechamiento. Política de trabajo y también política de educación:

"Que se explote nuestro territorio y que se acabe con nuestro analfabetismo y tendremos entonces dinero y soldados para la defensa del territorio peruano. Pobres, descamisados y hambrientos, ¿cómo va a ser posible que pensemos en una gran escuadra ni en un buen ejército? Nos pareceríamos como nación a un hombre que gastase en armas el dinero que debía gastar en pan y que invirtiese en ejercitarse en la esgrima el tiempo que debía invertir en ganar dinero."

Durante la "Guerra del Pacífico" se cuenta que los grupos indígenas hablaban de una Guerra ente el "General Chile" y el "General Perú", se sentían ajenos a tales conflictos, si no fuera porque también eran "carne de cañón":

"Analizándolo rápidamente notaremos que la tropa es compuesta por los indios coercitivamente enrolados. Esos indios no aman ni estiman su condición de soldados. La aborrecen. Se hallan siempre en el umbral de la deserción. La oficialidad está compuesta en un noventa por ciento, por gente llevada a la escuela militar unas veces por la miseria del medio y otras veces por el fracaso personal. (…) los severos padres de familia «metían» en la escuela militar al hijo más desalmado, jaranista y bribón. La escuela militar era para ellos una especie de escuela correccional donde «a punta de palo» eran enmendado los muchachos de mala índole y deshonestas travesuras."

Tal era la imagen que dibujaba Mariátegui de la relación entre unas clases señoriales y aristocráticas, donde sus jóvenes «decentes» burlaban la conscripción, unas capas medias que veían en la profesión militar un medio de ascenso social, pero a la vez una escuela correccional, y las masas indígenas del Perú que no amaban ni estimaban su condición de soldados, sino que la aborrecían. Las estructuras de grupos, sectores y clases permeaban claramente las jerarquías militares, y las reproducían en gran medida.

Y si todo lo anterior podía resultar ampliamente problemático para los integrantes de aquel ejército peruano, el artículo de Mariátegui terminaba con una honda reflexión:

"Desde hace un siglo aproximadamente consumimos nuestra energía en mantener nuestras milicias. Por el lujo de querer ser fuertes y marciales nos hemos olvidado de la necesidad de ser trabajadores y ricos. El pueblo, paupérrimo y miserable, ha vivido para alimentar un ejército. Y, a costa de todo esto, no contamos hoy con un ejército siquiera. Apena si hemos formado una burocracia más o menos bien comida y más o menos mal encaminada."

Un país dependiente, subdesarrollado, atrasado, sin industrialización ni desarrollo agrario era para Mariátegui no sólo un país pobre, sin un pobre país. No podían alimentarse los recursos del ejército a costa de un pueblo paupérrimo y miserable. Primer había que construir un país próspero, trabajador, educado y rico, sacudirse las taras de la pobreza y las fracturas de la Nación ante las masas indígenas, antes que construir una burocracia "bien comida y más o menos mal encaminada".

La lección de Mariátegui, por la que cobró con la amenaza a su propio pellejo, era colocar en la esfera pública peruana la reflexión sobre el militarismo, la importancia de una política de trabajo, riqueza y educación para el presupuesto público antes que de apertrechamiento militar, la crítica a la militarización de la política y a la amenaza de la existencia de un "partido armado" para que el conflicto político se canalizara a través de instituciones civiles y civilistas.

Todavía hoy sigue siendo una lección preclara para los problemas de nuestra América.

 

NOTAS:

 

1 José Carlos Mariátegui (1926) "LA AGONIA DEL CRISTIANISMO" DE DON MIGUEL DE UNAMUNO. Publicado en Variedades: Lima, 2 de Enero de 1926. Y en Amauta: Nº 1, pp. 35-36; Lima, setiembre de 1926. Disponible: https://www.marxists.org/espanol/mariateg/oc/signos_y_obras/paginas/la%20agonia%20del%20cristianismo.htm

 

José Carlos Mariátegui (1926)."LA AGONIA DEL CRISTIANISMO" DE DON MIGUEL DE UNAMUNO. Publicado en Variedades: Lima, 2 de Enero de 1926. Y en Amauta: Nº 1, pp. 35-36; Lima, setiembre de 1926. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/mariateg/oc/signos_y_obras/paginas/la%20agonia%20del%20cristianismo.htm

 
José Carlos Mariátegui. LA FILOSOFÍA MODERNA Y EL MARXISMO. En: Defensa del Marxismo. https://www.marxists.org/espanol/mariateg/oc/defensa_del_marxismo/paginas/iv.htm
 
José Carlos Mariátegui (1927) HETERODOXIA DE LA TRADICIÓN. Publicado en Mundial, Lima, 25 de noviembre de 1927. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/mariateg/oc/peruanicemos_al_peru/paginas/hetero.htm
 
 
 Alberto Flórez Galindo (1980): Juan Croniqueur. 1914/1918. Revista de Ciencias Sociales, ISSN-e 2223-1757, ISSN 0252-1865, Nº. 10, 1980 (Ejemplar dedicado a: Apuntes 10), págs. 81-98. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5014699

Bourdieu, P. (2011). La ilusión Biográfica. Acta Sociológica, 1(56), 121–128. https://doi.org/10.22201/fcpys.24484938e.2011.56.29460. Disponible en: http://seminarioteroriasymetodos.pbworks.com/f/Pierre+Bourdieu+-+La+ilusi%C3%B3n+biogr%C3%A1fica.pdf

 Mónica Bruckmann (2006) DIALÉTICA E IMPRENSA REVOLUCIONÁRIA EM JOSE CARLOS MARIATEGUI. Disponible en: http://objdig.ufrj.br/34/teses/MonicaBruckmann.pdf
 
 Aníbal Quijano (1995). Prólogo a  José Carlos Mariátegui: 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Biblioteca Ayacucho. Nº69. Segunda edición.  Páginas: CXXXIII + 351, Perú. Disponible en: https://bibliotecayacucho.gob.ve/libro/7-ensayos-de-interpretacion-de-la-realidad-peruana/
 
10 Mariátegui, José Carlos (1918). Malas tendencias. El deber del ejército y el deber del estado. Nuestra Época, 2, p.4-5
 


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Javier Biardeau R.

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

 jbiardeau@gmail.com      @jbiardeau

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