Cuando escucho a los gobiernos, el de España o el de EEUU -es indistinto
porque dicen lo mismo- y a los medios de comunicación, creo llegar a la
angustiosa sensación de que soy un terrorista. Yo, como millones de
personas, incluido el presidente francés, el Papa o el PSOE califiqué la
invasión de Iraq de ilegal, inmoral e injusta. Por tanto, los hombres y
mujeres iraquíes que ahora se enfrentan a la ocupación defienden una causa
legal, moral y justa. Sin embargo, en todos los lugares, incluido entre
quienes se opusieron a la guerra, escucho la calificación para ellos de
terroristas.
En otros países, por ejemplo en el Líbano, el grupo político mayoritario
entre los musulmanes, Hezbollah, lidera una lucha armada contra el ejército
del país que invadió su territorio y responde con misiles tierra-aire cuando
los aviones militares israelíes violan el espacio aéreo del Líbano, en
algunas ocasiones para bombardear poblaciones civiles. Lo que defiende
Hezbollah, la soberanía del Líbano, está perfectamente reconocido por la
legislación internacional, incluidas algunas resoluciones de la ONU. Su
implantación entre la población del sur del Líbano es mayoritaria y, a nivel
nacional, el presidente del Parlamento pertenece a ese partido. En sus
combates, sólo se contemplan objetivos militares, nunca civiles. Yo pude
conocer su lucha y sus líderes, y aunque no comparto su religión su causa me
parece justa. Hezbollah está considerado un grupo terrorista por Estados
Unidos.
El Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) es un grupo armado que
se enfrenta a Israel, al que acusa de ocupar ilegalmente tierras que
pertenecen a Palestina, algo similar a lo que dice la ONU mediante varias
resoluciones del Consejo de Seguridad. El FPLP considera que por la vía
pacífica no va a conseguir que el ejército israelí se retire de las zonas
ocupadas, idea que comparte la gran mayoría de la opinión pública mundial.
Por eso, malamente armado, lucha contra el ejército más poderoso del mundo,
después del de Estados Unidos. El FPLP está calificado de terrorista por
EEUU y la Unión Europea. También conozco a sus líderes, me explicaron su
lucha y creo que es justa.
En Colombia, las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC) y el
Ejército de Liberación Nacional (ELN) combaten desde hace décadas al
ejército colombiano. También están considerados terroristas por EEUU y la
UE. Estos grupos afirman que la izquierda política en Colombia es masacrada
cuando recurre a la vía pacífica de lucha por el poder, algo de verdad
tienen porque las organizaciones de derechos humanos llevan contabilizados
más de dos mil líderes políticos asesinados a los que hay que sumar los
defensores de derechos humanos y los sindicalistas. Se les acusa de
extorsión y secuestro porque, al igual que cualquier otra administración
política, exigen un impuesto en las zonas bajo su control a quienes poseen
grandes propiedades para mantener servicios como la educación, la sanidad y,
hay que reconocerlo, la seguridad. A las FARC también se les acusa de
narcotráfico porque permiten el cultivo de coca. Ellos han propuesto en
múltiples ocasiones que el gobierno y las instituciones internacionales
estudien una adecuada política de sustitución de cultivos que permita a los
campesinos erradicar la hoja de coca, pero son ignorados. Mientras tanto,
ellos piensan que los campesinos y sus hijos tienen derecho a subsistir, por
eso cultivan lo único que les permite comer. Por su parte, el ELN tiene
entre sus habituales acciones armadas dinamitar gaseoductos y centrales
eléctricas. Con esos atentados señala y ataca a multinacionales a las que
acusa de apropiarse de los recursos naturales de Colombia. Eso es lo que me
han explicado sus líderes cuando he hablado con ellos. Aunque en su larga y
difícil lucha haya podido haber errores, yo comparto su causa y no creo que
se trate de terroristas, no les veo yo intentando sembrar el terror entre la
población.
En España, se acusa de terroristas a algunos que hacen periódicos o se
presentan a las elecciones en Euskadi. Por eso, el gobierno ilegaliza
partidos políticos y publicaciones aunque luego a sus responsables no se les
meta en la cárcel porque ni han matado ni han cometido ningún delito. Hubo
una vez que sí encerraron en prisión a unas personas por emitir un vídeo con
unos encapuchados hablando. Tras dos años de encarcelamiento, el Tribunal
Constitucional decretó su libertad sin cargos. Yo no estoy de acuerdo con
que se ilegalicen partidos políticos ni medios de comunicación, creo que no
son terroristas, de hecho nadie está en prisión por pertenecer a ese partido
político ni por escribir en ese periódico. Tampoco estoy de acuerdo en que
un preso condenado de terrorismo tenga que estar encarcelado a miles de
kilómetros de su familia. Pienso que luchar contra el terrorismo no es
buscar que una madre tenga que recorrer esa distancia para ver a su hijo en
prisión. Por eso, también me dicen que soy amigo y cómplice de los
terroristas.
Mientras intentan convencer al mundo de que grupos como los citados son
terroristas y que quienes compartimos sus causas también lo somos, en nombre
de la lucha contra el terrorismo los poderosos mantienen a más de
seiscientas personas en un campo de concentración en la base militar de
Guantánamo sin abogado ni derechos ni legislación alguna. Invaden países,
bombardean poblaciones, disparan contra familias que no paran en un control
de carretera o engrilletan a niños aterrorizados. Los que proclaman la
democracia y la lucha antiterrorista mantienen un bloqueo a un país cuyo
gobierno no les gusta a pesar de que están en contra 179 países del mundo y
sólo tres a favor, EEUU, Israel y las islas Marshall, tal y como se pudo ver
en la última votación de la Asamblea de las Naciones Unidas. Los
“antiterroristas” instigaron -y lo siguen haciendo- un golpe de Estado en
Venezuela porque su presidente quería que el petróleo fuese de los
venezolanos y no de las empresas extranjeras.
Por último, un gobierno que se dice antiterrorista y democrático invitará y
agasajará con el dinero de su pueblo a decenas de dictadores, genocidas y
déspotas con el motivo de la boda de un tipo que se convertirá en el jefe
del Estado por la única razón de que se apellida Borbón.
(*) Periodista español, redactor de "Rebelión"