Antes de mayo del noventa y nueve del siglo pasado yo era un tipo que me paraba oscuro a escribir o estudiar, como a las ocho de la mañana abría mi taller de carpintería en el que trabajaba como hasta las cinco de la tarde; y después bajaba al módulo de Carapita a hacer política como hasta las nueve o diez de la noche. No todos los días, pero casi siempre.
Entonces vino Jacqueline y me llamó a que me metiera en Hidrocapital para acompañarla a fundar una cosa que empezó llamándose Gerencia Comunitaria del Agua, y que significaba el más exigente reto que nos habíamos planteado como equipo desde el impulso de los Gobiernos Parroquiales durante la gestión municipal de Aristóbulo Istúriz. A partir de allí todo cambió para mí.
Aquella convocatoria había sido la puerta de entrada a un mundo que yo no logro conceptuar sino como la vaina del agua. ¡Ojo, que no se debe confundir el trabajar en Hidrocapital y el estar metido en la vaina del agua! Conozco a gente que trabaja en las empresas hidrológicas como si lo hicieran en una planta de producción de cerveza y que no están para nada metidos en la vaina del agua. La vaina del agua es una especie de percepción de la vida a través del cristal del agua como servicio público. Es algo bien extraño en verdad. Algo que va pasando lenta e imperceptiblemente hasta que de pronto uno se percata de que tiene la vida tomada por la vaina del agua.
Es obvio que el contexto de nuestro trabajo tenía casi siempre unas características que le daban al asunto tintes dramáticos. Había mucha pobreza, mucha carencia, mucha exclusión, mucho de no estar en los planos ni en los planes. Encarábamos mucha de la llamada deuda social.
A Hidrocapital le decían por las emisoras de radio Hidrocriminal, y la vaina del agua fue inicialmente el atrevimiento necesario para encontrarse con las comunidades, con la gente y plantear la absoluta necesidad de ponernos todos en disposición de componernos juntos. Para lo cual teníamos que empezar por procesar mucha información.
Arrancaron las Mesas Técnicas del Agua, y poco a poco se fueron construyendo los
Consejos Comunitarios de Agua, y se desarrolló la dinámica que nos ha traído hasta donde estamos.
Si para algo sirve el Primer Encuentro Nacional de Experiencias Comunitarias en Agua Potable y Saneamiento, realizado los días 6 y 7 de junio de 2003, es para saber dónde estamos, por lo que respecto a partir de mayo de 1999 podemos decir no sólo que se ha crecido mucho,sino principalmente, que se ha avanzado en el camino de entender al agua como bien público con el que es vital establecer una relación de armonía que hoy no existe. Precisamente, por sentir un gran avance en el cumplimiento de la que considero es la tarea de gobierno que nos ha sido encomendada, es por lo que para mí eso que yo llamo la viana del agua es un sentimiento de gran orgullo.
La vaina del agua me ha permitido reaprender toda mi experiencia de trabajo organizativo en el seno delmovimiento popular desde una perspectiva muchísimo más exigente, decantada de asistencialismos paternalistas, formulada sobre la base de una ciudadanía responsable, de esas que tienen derechos y deberes y que lo que quieren es poder de decisión. Una ciudadanía acicateada por las exigencias objetivas de tener sistemas hidrológicos sustentables financieramente para así poder preservarlos como bienes públicos, protegidos de toda privatización. Y precisamente por haber respondido tan maravillosamente a la propuesta de organizarnos para componernos, para construir con el agua una relación ciudadana justa, equitativa y responsable,la vaina del agua me ha significado un reenamoramiento con el trabajo de base, con la gente, con lo que he hecho en toda mi vida.
La vaina del agua ha reconstruido totalmente mi visión de Venezuela empezando por mi visión de Caracas, que es la ciudad en la que vivo, en la que tengo mi casa. El conjunto de ámbitos geográficos recorridos a pie, en vehículos rústicos, en helicóptero, en lancha y hasta en bicicleta, ha enriquecido profundamente mi noción del país. Los recorridos por el lomo de las aducciones en el Sistema La Guajira, para trabajar el problema de las tomas hacia los jagüeyes, las inspecciones de ocho horas de caminata en las montañas de Vargas para trabajar los problemas relativos a la devastación de esa cuenca, o, como no recordarlo, la intensa emoción de volar en helicóptero desde La Carlota hasta la Planta de Tratamiento del El Guapo por sobre un mar de bucares en flor.
La vaina de agua me ha confrontado con la exigente experiencia de ser el gobierno, el que tiene que resolver, el responsable de que no se impida la devastación de las cuencas, la agonía de los ríos, la contaminación de los acuíferos y cuerpos de agua, la colmatación y sedimentación de los embalses y de ahí para abajo, el que carga con la responsabilidad de todo el servicio, de todos los botes, de todas las fugas, de todos los huecos, en fin de todo. Ser el gobierno es ser el que no puede decir que tal cosa es en la ventanilla
de al lado. Eso ha sido para mí la vaina del agua.
La vaina del agua ha sido el enfrentamiento a situaciones extremas que nos ha probados en todos los terrenos y a las que hemos respondido. Haber actuado en la recuperación de Vargas tras el deslave, y de Miranda tras el colapso de la presa de El Guapo, son dos de los orgullos de mi vida que ansío contarle a mis nietos si Dios me da el chance.
La vaina del agua es un conflicto permanente que a lo que más se parece es a cabalgar un tigre. Uno no se puede bajar. Es perfectamente posible y hasta probable que regrese a la literatura, a la carpintería y a la política; lo que no creo posible es que me vaya de la vaina del agua.
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