En 1531 el Rey
de España emitió una real prohibición de capturar naturales, pese
a la cual, tanto los mercaderes de esclavos como los conquistadores,
acostumbrados a burlar las órdenes de la Corona, continuaron apresando
indígenas del mismo modo que antes o con muy poca diferencia. Por aquellos
días, el Gobernador de la Isla de Trinidad había hecho levantar un
fuerte indebidamente en la costa de Paria, y como se hallaba comprendido
en la Gobernación de Diego de Ordaz, fue sorprendido y tomado por éste
en ocasión de hallarse ausente el usurpador, después de lo cual dejó
en él suficiente guarnición para su custodia.
Para mayor seguridad
de los suyos, dispuso Ordaz que Juan González fuese a reconocer las
gentes que habitaban en el delta del Orinoco, mientras él se ocupaba
en construir embarcaciones propias para navegarlo. Concluidas éstas,
entró por la Boca Barima o de Navíos, y remontó treinta y cinco leguas
con grave peligro y pérdida de hombres.
En 1535 llegó
el Maestre de Campo Alonso Herrera en sustitución de Ordaz, quien se
había retirado a España. Trece meses después empleó Herrera
entre Punta Barima, que cae a la embocadura del río Orinoco, sobre
su margen derecha, y el Caroní, ocupándose en construir barcos chatos
y otros preparativos indispensables para una larga jornada. Halló algunas
poblaciones indígenas abandonadas, pues sus moradores habían huido
a lo más intrincado de la selva; más no hicieron lo mismo los Caribes,
quienes en todo momento le salieron al paso en son de guerra, causándole
numerosas fatigas aunque sin lograr equilibrar sus flechas con las armas
de fuego de los conquistadores. Herrera logró remontar los raudales
de Camiseta y Carichama, y una vez llegado al río Meta, también lo
remontó mientras halló fondo para hacer flotar sus Bergantines; más
una flecha envenenada puso fin a su vida y a su empresa, pues, su segundo
Álvaro de Ordaz, quien le sucedió en el mando, dio por más prudente
retirarse al Fuerte de Paria, conduciendo muy poco provecho de aquella
expedición de diez y ocho meses, en que sin fruto alguno se habían
perdido muchos hombres.
En el año de 1568
fue constituida con Gobierno propio la Provincia de Nueva Andalucía.
Se extendía ésta en toda la Jurisdicción de los hoy Estados
Nueva Esparta, Sucre, Anzoátegui, Monagas, Bolívar, Amazonas y Delta
Amacuro, dependiendo en lo político-administrativo directamente de
la Real Audiencia de Santo Domingo y en lo espiritual del Obispado de
Puerto Rico. En el año siguiente, Diego Fernández de Cerpa, con despachos
del Gobierno peninsular para conquistar la Guayana, las riberas del
Caura y otras tierras de la citada provincia, reclutó soldados y aparejó
navíos, con los cuales se presentó en Cumaná. La Nueva Córdoba,
edificada entre pantanos, a la falda oriental del Cerro Colorado. La
cual, aunque cercana al mar, frontera a Margarita y con grandes ventajas
de todo género para la agricultura y el comercio, había hecho tan
pocos progresos, que Fernández no encontró en su recinto más que
diez y siete familias desgraciadas, viviendo en humildes chozas. Era
su intento, luego que hubiese sometido a los indígenas, atravesar la
tierra siempre al sur, hasta descubrir por aquel rumbo el Orinoco, pero
para dejar asegurada en la costa una puerta a los socorros y desembarazarse
de un número crecido de mujeres y niños que traía, resolvió fundar
en el sitio de El Salado, cercano al río Neverí, una ciudad que intituló
Santiago de los Caballeros, dejando en ella prevenciones suficientes
de manutención y resguardo.
Con las numerosas versiones
del fabuloso Dorado, cuyo nombre existe aún en una población de Guayana,
(Estado Bolívar) fueron atraídos numerosos aventureros, entre ellos
el célebre y famoso marino británico Sir Walter Raleigh, hombre ambicioso
e intrépido, poco escrupuloso en sus medios de hacer fortuna, y cuya
codicia, violenta como todas sus pasiones, había de causar infinitos
males en aquella región. Su genio emprendedor y amigo de novedades
le hizo formar el proyecto de conducir una expedición al descubrimiento
y conquista de los tesoros que la fama colocaba en ella, considerados
muy superiores a los que hallaron los conquistadores en México y el
Perú. A cuyo fin, Raleigh salió de Plymouth 6 de febrero de 1595
con cinco buques y algunos botes armados; el 22 de marzo llegó a Trinidad,
dando anclas en Punta Curiarán, (la que los españoles llamaban Punta
de Gallo) llegando a Puerto España y envió al capitán Caulfield con
60 soldados seguidos por el mismo a tomar la ciudad de San José de
Oruña, capital de la isla, apresando al Gobernador Berrío y quemando
la población. No habiendo encontrado en aquel paraje las riquezas que
se prometía, hizo explorar por sus tenientes las Bocas del Orinoco;
y porque hacían mucha agua sus navíos, construyó embarcaciones chatas,
en las cuales navegó sesenta leguas río arriba.
Raleigh pasó
más allá del río Europa, se detuvo en Morequito (actual San
Miguel) y sólo puso fin a su expedición cuando se vio detenido por
los raudales del Caroní. Nada encontró que correspondiese a las ideas
que se había formado acerca de las riquezas del Orinoco; y sin embargo,
a su regreso a Inglaterra, publicó una relación de su viaje contentiva
de unas extravagantes fábulas tendientes a despertar las más dormidas
ambiciones de sus compatriotas; y bien, porque sinceramente creyera
en la existencia de aquellos nunca vistos tesoros, buscó medios para
organizar y disponer dos viajes más a la Guayana en los ocho años
subsiguientes, sin más fruto que los de recoger nociones inexactas
sobre la situación de El Dorado, las cuales se divulgaron luego en
Europa con mucha exageración. Walter Raleigh fue preso luego por habérsele
complicado en una conspiración y hallándole culpable le condenaron
a muerte, más el Rey acordó suspender la ejecución de la sentencia
y le mandó encerrar en la Torre de Londres, donde permaneció por espacio
de trece años.
Walter Raleigh organizó una nueva expedición a fines de 1616, saliendo de Plymouth el 12 de junio de 1617 con 14 buques con 1000 hombres; al llegar a la desembocadura del Orinoco cayó gravemente enfermo y se detuvo con parte de las naves, enviando el resto a Santo Tomás de Guayana, al mando de su hijo y del capitán Keymes. Los españoles habían recibido aviso de su arribo y lo esperaban prevenidos para la defensa, la cual fue esforzada y brillante, pero con la muerte del Gobernador Diego Palomeque de Acuña en el combate, ocuparon la ciudad el 12 de enero de 1618, aunque con la pérdida del hijo de Raleigh. Los ingleses sondearon luego el río y recorrieron sus riberas hasta las bocas del Guárico, buscando inútilmente minas y riquezas que nunca encontraron. El 29 del mismo mes evacuaron la ciudad, no sin antes saquearla y poner fuego a los pocos edificios. Irritada la gente de Raleigh por el engaño de que fueron víctimas, le obligaron a volver a Inglaterra, donde revivía su anterior sentencia; el Rey le mandó cortar la cabeza para satisfacer así a la Corte española, que había reclamado sus ultrajes.
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