Porto Alegre (Brasil) - 28 de enero de 2005
Es oportuno, en vísperas de un acontecimiento de la importancia del Foro Social de las Américas, y en una coyuntura internacional tan crítica como la actual, preguntarse acerca de la vitalidad y fortaleza de las fuerzas sociales que resisten la imposición del proyecto neoliberal, el momento de su aparición y las formas organizativas bajo las cuales lo hacen. Las razones de la irrupción de nuevos sujetos políticos son múltiples y complejas, pero existen algunas que se reiteran a lo largo y lo ancho de América Latina y que, por eso mismo, conviene destacar.
El fracaso del neoliberalismo
Después de casi treinta años de cruentos ensayos, iniciados en el Chile de la sangre todavía caliente de Salvador Allende en 1973, continuado luego por la dictadura genocida establecida en la Argentina en 1976 con el objeto de instaurar el predominio del capital financiero y diseminado posteriormente como una pestilencia medieval por todo el Tercer Mundo, el veredicto de la experiencia histórica es inapelable:
1. el neoliberalismo ha demostrado ser incapaz de promover el crecimiento económico, y en este sentido su desempeño ha resultado ser, tomando un período suficientemente largo, uno de los fiascos más estruendosos de la historia económica del siglo veinte, con tasas de crecimiento muy inferiores a las de los períodos que le precedieron
2. el neoliberalismo ha fracasado de manera aún más rotunda en redistribuir los ingresos y las rentas, pese a las reiteradas promesas en contrario, ahora silenciosamente archivadas, de las argumentaciones basadas en la "teoría del derrame," esa engañifa que pretendió pasar por una verdad revelada. No hubo tal cosa: los ricos se enriquecieron cada vez más al paso que la gran masa de la población se sumergía más profundamente en la pobreza
3. al dar rienda suelta a las tendencias predatorias de los mercados el neoliberalismo provocó notables fracturas de todo tipo al instituir un verdadero "apartheid" económico y social que destruyó casi irreparablemente la trama de nuestras sociedades y debilitó hasta límites casi desconocidos la legitimidad del estado democrático trabajosamente instaurado en los años ochentas del siglo pasado.
Este triple fracaso del neoliberalismo potenció las contradicciones desencadenadas por la crisis del modelo de acumulación establecido en los años de la posguerra al imponer como estrategia de salida de la misma las políticas de "ajuste y estabilización" impulsadas por el Consenso de Washington y cuyos resultados están a la vista. Todo este cuadro no podía sino tener consecuencias bien significativas en lo relativo a la constitución de nuevos sujetos políticos, por cuanto:
a) precipitó el surgimiento de nuevos actores sociales que modificaron de manera notable el paisaje sociopolítico de varios países. El caso de los piqueteros en la Argentina; o los pequeños agricultores endeudados de México, nucleados en "El campo no aguanta más," arrojados a la protesta social por el despojo y la exclusión económica y social a que los someten las políticas neoliberales son de los más conocidos. Habría que agregar también en esta categoría a los jóvenes privados de futuro por un modelo económico que los condena y a toda una variedad de organizaciones de inspiración identitaria -de etnia, género, opción sexual, lengua, etcétera- y los movimientos "alterglobalización" (sobre los cuales volveremos después) hastiados de la mercantilización de lo social y las políticas de supresión de las diferencias promovidas por el neoliberalismo.
b) acrecentó la gravitación de otras fuerzas sociales y políticas ya existentes pero que, hasta ese momento, carecían de una proyección nacional debido a los insuficientes niveles de movilización y organización que las caracterizaban y a las dificultades para instalar sobre el terreno de la política nacional sus formatos organizativos, tácticas de lucha y reivindicaciones históricas. En una enumeración que no pretende ser exhaustiva señalaríamos el caso de los campesinos en Brasil y México, o el de los pueblos originarios en Ecuador, Bolivia y partes de México y Mesoamérica
c) atrajo a las filas de la contestación al neoliberalismo a grupos y sectores sociales intermedios, las llamadas "clases medias", a causa de sus impactos pauperizadores y excluyentes o, como en el caso argentino, por la lisa y llana expropiación de sus ahorros sufrida por estos grupos a mano de los grandes bancos y con la complicidad del gobierno. Los "caceroleros" argentinos son un ejemplo muy concreto, pero también lo son los médicos y trabajadores de la salud en El Salvador; o los grupos movilizados por la "Guerra del agua" en Cochabamba; o la resistencia a las políticas privatizadoras del gobierno peruano en Arequipa.
Los infranqueables límites de los "capitalismos democráticos"
En segundo término es preciso decir que el surgimiento de estas nuevas expresiones de resistencia al neoliberalismo se relaciona íntimamente con el fracaso de los "capitalismos democráticos" en la región.
Aclaremos que preferimos utilizar esta expresión en lugar de las más usuales como "democracias capitalistas" o "democracias burguesas" porque, tal como lo demostráramos en otra parte, estas acepciones más corrientes ofrecen una imagen distorsionada de la realidad política y social de los estados de la región al sugerir que en ellos lo esencial es su componente democrático siendo lo "capitalista," o lo "burgués," meros aditamentos adjetivos a un orden político que fundamentalmente democrático cuando la realidad enseña exactamente lo contrario. Baste con señalar que la frustración generada por el desempeño de los regímenes llamados democráticos en esta parte del mundo ha sido intensa, profunda y prolongada. [1]
Fue de la mano de estas peculiares "democracias", que florecieron en la región a partir de los años ochenta, que las condiciones sociales empeoraron dramáticamente. Mientras que en otras latitudes el capitalismo democrático aparecía como promotor del bienestar material y cautelosamente tolerante ante las reivindicaciones igualitaristas que proponía el movimiento popular -e insistamos en eso de que aparecía porque, en realidad, tales resultados eran consecuencia de las luchas sociales de las clases subalternas en contra de los capitalistas- en América Latina la democracia trajo bajo el brazo políticas de ajuste y estabilización, precarización laboral, altas tasas de desocupación, aumento vertiginoso de la pobreza, vulnerabilidad externa, endeudamiento desenfrenado y extranjerización de nuestras economías.
Democracias pues, vacías de todo contenido, reducidas -como recordaba Fernando H. Cardoso antes de ser presidente del Brasil- a una mueca sin gusto ni rabia incapaz "de eliminar el olor de farsa de la política democrática", causado por la incapacidad de ese régimen político para introducir reformas de fondo en el sistema productivo y "en las formas de distribución y apropiación de las riquezas." [2]
Tal como lo planteáramos en Tras el Búho de Minerva, nuestra región apenas si ha conocido el grado más bajo en la escala de desarrollo democrático posible dentro de los estrechos márgenes de maniobra que permite la estructura de la sociedad capitalista.
Democracias meramente electorales, es decir, regímenes políticos sustantivamente oligárquicos, controlados por el gran capital con total independencia de los partidos gobernantes que asumen las tareas de gestión en nombre de aquél, pero en donde el pueblo es convocado cada cuatro o cinco años a elegir quién o quiénes serán los encargados de sojuzgarlo. Con democracias de este tipo no es casual que, al cabo de reiteradas frustraciones, se produzca el renacimiento de fuerzas sociales de izquierda y el avance de los movimientos que resisten a la globalización neoliberal.
La problemática de la organización
En tercer lugar habría que decir que este proceso ha sido también alimentado por la crisis que se ha abatido sobre los formatos tradicionales de representación política. Pocas dudas caben que la nueva morfología de la protesta social en nuestra región es un síntoma de la decadencia de los grandes partidos populistas y de izquierda, de los viejos modelos de organización sindical y de las formas tradicionales de lucha política y social. Decadencia que, sin duda, se explica por las transformaciones ocurridas en la "base social" típica de esos formatos organizativos debido a:
1. la creciente heterogeneidad del "universo asalariado";
2. la declinante gravitación cuantitativa del proletariado industrial en el conjunto de las clases subalternas;
3. la aparición de un voluminoso "subproletariado" -denominado "pobretariado" por Frei Betto- que incluye a un vasto conjunto de desocupados permanentes, trabajadores ocasionales, precarizados e informales, cuentapropistas de subsistencia (¡los futuros "empresarios schumpeterianos", en la delirante visión del teórico neoliberal peruano Hernando de Soto) y toda una vasta masa marginal a la que el capitalismo ha declarado como "redundante" e "inexplotable."
Esto, en una sociedad como la capitalista que se asienta sobre la relación salarial, significa que esas masas ya no tienen derecho a vivir. De ahí que con sus políticas y sus criminales de "cuello blanco" y con estudios doctorales de economía en los Estados Unidos el neoliberalismo practique una silenciosa pero efectiva eutanasia de los pobres en América Latina, África y Asia.
La decadencia de los formatos tradicionales de organización se relaciona, como si lo anterior no fuera poco, con la explosión de múltiples identidades (étnicas, lingüísticas, de género, de opción sexual, etc.) que redefinen hacia la baja la relevancia de las tradicionales variables clasistas. Si a esta enumeración le añadimos la inadecuación de los partidos políticos y los sindicatos para descifrar correctamente las claves de nuestro tiempo, la esclerosis de sus estructuras y prácticas organizativas (no en todos los casos igual, pero sí predominantemente), y el anacronismo de sus discursos y estrategias comunicacionales, se comprenderán muy fácilmente por un lado las razones por las cuales estos entraron en crisis y, por el otro, las que explican la emergencia de nuevas formas de lucha y movimientos de protesta social.
Unas y otros son también síntomas elocuentes de la progresiva irrelevancia de las llamadas instituciones representativas para canalizar las aspiraciones ciudadanas, lo que a su vez explica, al menos en parte, el visceral -¡y suicida!- rechazo de las fuerzas sociales emergentes a enfrentar seriamente la problemática de la organización que tantos debates originara a comienzos del siglo veinte en el movimiento obrero, y el creciente atractivo que sobre dichos sujetos ejerce la "acción directa".
Tal como lo demuestra contundentemente la experiencia argentina es de la mayor importancia abrir una discusión que permita dilucidar las razones por las cuales un vigoroso movimiento popular pudo poner fin a un gobierno, el de la Alianza presidido por Fernando de la Rúa, pero no pudo poner fin al ensayo neoliberal. Lo mismo aconteció en Ecuador y, más recientemente, en octubre del 2003, en Bolivia. Esta asignatura está aún pendiente en los movimientos populares de América Latina.
Globalización de las luchas
Un cuarto y último factor, en una lista que no intenta ser exhaustiva, que explica la emergencia de nuevas fuerzas sociales es la globalización de las luchas en contra del neoliberalismo. Estas comenzaron y se difundieron rápidamente por todo el orbe a partir de iniciativas que no surgieron ni de partidos ni de sindicatos ni, menos todavía, se generaron en la "escena política oficial".
En el caso latinoamericano el papel estelar lo cumplió el zapatismo, al emerger de la Selva Lacandona el 1º de enero de 1994 y declarar la guerra al neoliberalismo. La incansable labor del MST en Brasil, otra organización no tradicional, amplificó considerablemente el impacto de los zapatistas. Luego, en una verdadera avalancha, se sucedieron grandes movilizaciones de campesinos e indígenas en Bolivia, Ecuador, Perú y en algunas regiones de Colombia y Chile.
Las luchas de los piqueteros argentinos, lanzadas como respuesta a las privatizaciones del menemismo, son de la misma época y se inscriben en la misma tendencia general. Los acontecimientos de Seattle y otros similares escenificados en Washington, Nueva York, París, Génova, Gotemburgo y otras grandes ciudades del mundo desarrollado le dieron a la protesta en contra del Consenso de Washington una impronta universal, ratificada año tras año por los impresionantes progresos experimentados por la convocatoria del Foro Social Mundial de Porto Alegre. Se produjo así una especie de "efecto dominó" que, sin lugar a dudas y contrariando una teorización muy difundida en nuestro tiempo, la de Hardt y Negri en Imperio, reveló la comunicación existente entre las luchas sociales y procesos políticos puestos en juego en los más apartados rincones del planeta.
El neoliberalismo armado
Dada la proliferación y la fortaleza de los movimientos contrarios al neoliberalismo no sorprende su explícita transformación en una doctrina y una práctica fuertemente autoritarias. A medida que sus políticas tropezaban con una creciente resistencia popular tanto en los capitalismos metropolitanos como en la periferia el neoliberalismo fue progresivamente abandonando su fachada falsamente democrática y demostró que en el fondo no era otra cosa que un proyecto reaccionario y autoritario de contrarreformas que pretendía disimularse en la supuesta racionalidad y anonimato del mercado. En este proceso involutivo podemos distinguir tres etapas: una primera, anterior a los acontecimientos de Seattle, en noviembre de 1999, en la cual el neoliberalismo se empeñaba en mostrar su "rostro humano" y en exhibirse como el portador de la sensatez técnica en el manejo de las complejas cuestiones económicas.
Luego del trauma de Seattle el neoliberalismo elabora estrategias defensivas y comienza a desarrollar un discurso y una práctica orientados a la militarización de la política y a la criminalización de la protesta social. Huelga aclarar que estas directivas provenían de Washington y eran transmitidas a través de una densa red de mediaciones que las presentaban no como una estrategia en contra de la protesta social sino como parte de un plan socialmente más ambiguo diseñado para combatir al narcotráfico y las insurgencias guerrilleras de la región.
La etapa posterior, la tercera, está marcada por el evento traumático del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono y comienza, para ser muy estrictos, con el anuncio de la nueva doctrina estratégica norteamericana en septiembre de 2002, en donde se afirma el principio de la "guerra preventiva" y se clausura en los hechos la posibilidad de un orden internacional plural a partir del principio de que, en palabras del presidente George W. Bush Jr., "ésta es una guerra entre el bien y el mal, y Dios no es neutral." En esta interpretación Dios, naturalmente, está del lado de los mercados y la democracia liberal al estilo norteamericano. Quienes no comprendan una verdad tan elemental como ésta, un axioma que no requiere de prueba alguna, sólo pueden ser personeros del mal a los cuales se les debe tratar sin ninguna clase de contemplaciones. Su mera existencia como seres humanos poseedores de derechos inalienables se desvanece, ante los ojos de los imperialistas de hoy, de la misma manera como lo hiciera la humanidad de los pueblos originarios de América Latina ante la llegada de los conquistadores ibéricos.
La satanización de los críticos de la globalización neoliberal, unida al vertiginoso endurecimiento del clima ideológico y político nacional e internacional, provocó en los meses inmediatamente posteriores a los acontecimientos del 11 de septiembre del 2001 un importante reflujo en las movilizaciones y las protestas que se venían produciendo con un ritmo cada vez más intenso en numerosos países. No obstante ello, pocos meses después la ofensiva de los movimientos sociales contrarios a la globalización neoliberal recuperó su dinámica expansiva, que se ha sostenido hasta la actualidad.
Es que tales protestas nada tienen de coyuntural, sino que son indicativas de una condición estructural de esta nueva fase del desarrollo capitalista, en la cual la proporción de excluidos sin ninguna posibilidad de reintegrarse al mercado de trabajo crece sin cesar. En ese sentido, la exitosa realización del Foro Social Mundial de Porto Alegre a comienzos del 2002, cuando aún no se terminaban de remover los escombros de las Torres Gemelas de Nueva York, fue de alguna manera el síntoma de una irresistible recuperación, que se ratificaría después en numerosas ciudades de las Américas y Europa, para encontrar su apogeo en las gigantescas demostraciones de Génova y poco después en Florencia, durante la realización del Foro Social Europeo en noviembre del 2002.
Por otra parte, las formidables manifestaciones contrarias a la guerra de Irak y muy particularmente las que tuvieron lugar en las principales ciudades del mundo el 15 de febrero del 2003 en la Jornada de Protesta Global contra la Guerra promovida desde el Tercer Foro Social Mundial de Porto Alegre, que convocaron en ciudades como Londres, Roma, Madrid, Barcelona, París y Berlín, entre tantas otras, a la más grande cantidad de personas jamás vista ratificaron este ascenso de la lucha de masas contra el neoliberalismo y la agresión imperialista. La exitosa realización del IV Foro Social Mundial en Mumbay, en febrero del 2004, y la revitalización de las luchas contra el ALCA en toda América Latina son otras tantas señales de que pese a su creciente despliegue represivo las clases dominantes no logran detener a las fuerzas sociales contestatarias.
En este marco no puede sorprender la renovada agresividad del imperialismo y sus aliados locales, evidenciada en Afganistán e Irak y también por su incondicional apoyo al fascista Sharon en Israel y a cuanto gobierno reaccionario exista en el mundo. Violencia que se manifiesta, en América Latina, por la escalada de agresiones y hostigamientos contra Cuba y Venezuela, y contra cualquier gobierno que en América Latina insinúe tímidas críticas a los intereses dominantes.
El neoliberalismo, despojado de todas sus artificiosas justificaciones morales, se presenta ahora desnudo, fuertemente armado y dispuesto a todo. Ante esto sería bueno que los movimientos sociales latinoamericanos y, sobre todo, las siempre titubeantes buenas almas progresistas, recordasen la sentencia que el Dante inscribiera en la entrada del Séptimo Círculo del Infierno: "este lugar, el más horrendo y ardiente del infierno, está reservado para aquellos que en tiempos de crisis moral optaron por la neutralidad."
Publicado en: América Latina en Movimiento
Atilio A. Borón
Sociólogo, Director del Observatorio Social de América Latina, Presidente del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (FLACSO)
[1] Atilio A. Boron Tras el Búho de Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2000), pp. 149-184
[2] Fernando Henrique Cardoso, "La democracia en América Latina", en Punto de Vista (Buenos Aires), Nº 23, Abril de 1985
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