Revisando los testimonios de un testigo presencial sobre el tratamiento que recibían los prisioneros de guerra en tiempos de guerrillas, ahora nos figuramos porqué Leopoldo Castillo infería que a Víctor Soto Rojas no lo lanzaron de un helicóptero sino que resbaló por una maniobra del piloto que conducía la nave que trasladaba al prisionero guerrillero.
José Alejandro Galves, guerrillero y combatiente sobreviviente del Frente Ezequiel Zamora en las montañas de El Bachiller durante la década de los 60s, quizás fue uno últimos compañeros que vio vivo a Soto Rojas, el mismo se salva por decir que era familiar de un funcionario del entonces Ministerio de la Defensa, no obstante la gravedad de las heridas de fal recibidas en su brazo derecho y su pierna izquierda durante el combate de La Horqueta en julio de 1964.
Lo dramático de su caso es que fue lanzado en el piso de un helicóptero militar custodiado por cuatro soldados para ser trasladado hasta el Cuartel Chaguaramal en Cúpira (Miranda), pero las maniobras de inclinación extrema y las violentas picadas de lado de la nave casi lo hacen caer, pudo con dificultad sostenerse con la pierna sana y la mano izquierda para no desprenderse al vacío, sin recibir apoyo de los soldados ni estar amarrado al cinturón de seguridad, “todo el vuelo lo hicimos dando tumbos me salve porque tuve suerte y fuerza para sostenerme de los filos de la plataforma con mi mano izquierda cada vez que volteaban el helicóptero” dice Galve.
Leopoldo Castillo “reconocido ciudadano” hoy pudiera declarar ante una Comisión de la Verdad sobre los procedimientos atroces aplicados a Soto Rojas y a Galves en tanto que han sido públicas y notorias sus declaraciones y “suposiciones” y porque sus antecedentes en el Salvador dan cuenta del conocimiento de los métodos de tortura y tormento aplicados según los Manuales del Pentágono en los años 60, 70, 80 y 90
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