La ferocidad salvaje con la cual el establecimiento plantea una escena de peligro permanente, está teniendo el deplorable efecto de actuar como un paralizador del pensamiento. El segmento temporal que deberíamos dedicar al análisis y reflexión del proceso, muere a manos del imprescindible inmediatismo. No obstante, siempre hemos de sosegar los espíritus y abrir espacio a la comprensión racional del torbellino que nos envuelve.
Es bueno, entonces, que poseamos la conciencia de que, todo cuanto está pasando no sólo era inevitable, sino que, es el mejor signo de que se está en el camino verdadero. Creo, que los más lúcidos cerebros del establecimiento, si acaso los hay, han comprendido muy bien la naturaleza del proceso revolucionario que se está verificando en Venezuela. Han percibido suficientemente que no están frente a un fenómeno caudillesco de consecuencias más o menos manejables para el sistema. Están seriamente persuadidos del peligro que representa para sus sempiternos privilegios el proceso revolucionario bolivariano, de allí la mencionada ferocidad salvaje, la tenacidad y consecuencia con la cual buscan fabricar la coyuntura que les permita borrar de una buena vez la causa de sus pesadillas más horribles.
Por cierto qué, saben muy bien que la pesadilla no es Chávez, intuyen correctamente que están frente a un fenómeno de dimensiones muy superiores. Están frente a un pueblo que ha adquirido aguda conciencia de su condición de dependencia y esclavitud. Un pueblo, motor y actor de su propio destino que se ha descubierto, eso sí, gracias al fenómeno catalítico que encarna Chávez, capaz de su libertad. Un pueblo que se apresta, con sabiduría infinita, a romper la red de dependencias que lo separa de un estadio superior de libertad.
Por tanto, no importa cuantas veces repitamos la conseja de revolución pacífica y democrática, la anciana oligarquía sabe que esa revolución popular significa el fin de siglos de opresión y privilegios. Así que, será cada vez más difícil impedir que la ruptura no alcance estadios de violencia y dolor. No porque el pueblo en su camino los busque, no, sino porque ellos jugarán la carta más determinante de su poder, aún intacto, la carta del contraataque cruento y brutal.
Estamos en momentos, en los cuales, la ruptura deviene en conflictos. Un conflicto que se inicia en el desenmascaramiento ideológico que pone de relieve ante los ojos del pueblo los mecanismos de dependencia y dominación. Un análisis socio-político que conduce a un estado de autorrealización, participación y protagonismo capaz de romper con los mecanismos de la dependencia y hacerse hábil para producir su propio destino.
Un proceso que lleva consigo un valor ético que hace posible, no sólo la constatación de la propia situación de dependencia sino de edificar su propio futuro. Por tratarse de un proceso que acontece entre dos categorías de correlación opuesta: dependencia-independencia, éste no acontece en forma armónica recorriendo fases sucesivas y lineales, sino que se da en el marco de una ruptura con el estatus, no para buscar a otros de quienes depender sino para alcanzar un estado de convivencia libre, igualitario y universal.
Por otro lado, nada ni nadie puede conquistar el nuevo estatus para o por el pueblo, sino que ha de ser él mismo quien conquiste su propia liberación e independencia, pasando de un estado de conciencia ingenua, apenas suficiente para detectar su propia situación de excluido, hasta una conciencia crítica por la cual adquiere noción de sí mismo y de su propio estado, extroyecta las categorías dominantes que habían en su interior y se abre al proceso crítico y a la verdadera creatividad. Todo esto ocurre, casi indefectiblemente, en un proceso que puede ser difícil, complejo y conflictivo.
Es bueno, entonces, ir transmitiendo ese estado de conciencia crítica que nos permita hacer frente al sinnúmero de provocaciones que la oligarquía irá colocando en el camino. Estamos en el umbral de una nueva época histórica para nuestro continente, y quizás para el mundo, una época plena de emancipación total, de integración colectiva, puede percibirse claramente en el horizonte del tiempo histórico, el preanuncio en la dolorosa gestación de una nueva civilización basada en la igualdad, la justicia plena y el amor.
(*) Sociólogo, historiador y coordinador de la Red de Información Alternativa, Simón Bolívar. (REDIAL)