(El presente artículo lo escribimos unas semanas
después del 27 de febrero de 1989; se ha cambiado el
tiempo de los verbos para actualizarlo; incorporamos
un último párrafo de análisis).
La insurrección acontecida en Caracas y zonas cercanas durante los días 27 y 28 de febrero de 1989 fue causada por el descontento acumulado por la población a lo largo de 30 años de un sistema democrático que no había satisfecho las aspiraciones de bienestar social y de progreso cultural y político que anidaban en nuestro pueblo. El detonante del alzamiento fue la comprobación práctica de la falsedad de las promesas electorales que hiciera Carlos Andrés Pérez, quien luego de prometer villas y castillos durante su campaña presidencial, comenzó su gestión de gobierno aplicando medidas antipopulares como lo fue el alza del precio de la gasolina, y por consiguiente, del transporte público, entregando la conducción del país a los intereses de la banca transnacional, del FMI y de los grandes empresarios criollos.
El alzamiento popular reveló que las clases dominantes perdieron el control ideológico que por 30 años habían tenido sobre la población. La democracia
representativa demostró que ya no era suficiente garantía para una dominación estable del capital, y durante 22 días los políticos le entregaron el poder a los militares, para que éstos restauraran el orden a sangre y fuego. El toque de queda, la suspensión de garantías y la salida del ejército a la calle, fueron medidas de los ricos para contener el alzamiento de los pobres.
El ejército salió a la calle para reprimir los atentados a la propiedad privada y garantizar los intereses de una minoría dueña de los grandes medios de producción y de distribución. Los militares resguardaron los intereses de los ricos mediante una salvaje dictadura de 22 días, durante los cuales se asesinó a mansalva a humildes trabajadores, a mujeres, niños y ancianos, por el único delito de vivir en los barrios populares, pues ni siquiera eran saqueadores; la casi totalidad de las muertes se produjeron luego de haber cesado los saqueos e implantado el toque de queda. Se torturó, persiguió y allanó al estilo de las más feroces dictaduras; se ejecutaron acciones punitivas contra los barrios que no se habían visto ni siquiera en tiempos de Gómez o Pérez Jiménez.
Aprovechando la suspensión de garantías, el gobierno se lanzó a una feroz persecución contra el movimiento popular organizado, sobre todo contra las
organizaciones de base, buscando descabezar a todos los grupos y sectores que pudieran en lo inmediato canalizar ese descontento popular que tan explosivamente se había hecho sentir. Los grupos estudiantiles independientes, los grupos culturales de los barrios, los cristianos de base y sectores revolucionarios sufrieron la brutal represión desatada por el DIM y la DISIP, culminando en el dictado de numerosos autos de detención por una supuesta rebelión militar.
La insurrección fue espontánea. No obedeció a planes preconcebidos por grupos o partidos. El objetivo del levantamiento popular fue apropiarse mediante los saqueos de los productos que la sociedad le niega. La propaganda consumista crea necesidades ficticias; muchos productos son inaccesibles por su precio para la mayoría de la población. La irracionalidad de los saqueos revela la escasa conciencia política de la población, pero en ninguna forma justifica la represión. Quien violó el orden establecido fue el mismo gobierno, al incumplir sus promesas electorales. El mismo gobierno pudo haber derogado las medidas antipopulares que acababa de tomar. Pero optó por seguir el camino de la sumisión ante el capital criollo y extranjero.
El alzamiento tomó por sorpresa a todos los sectores considerados de “izquierda” o “revolucionarios”. Se desplomaron las teorías que colocaban al pueblo como
partidario exclusivo de cambios lentos y graduales; las que establecían que las masas no se movilizaban si no tenían jefes que las dirigieran; la que subordinaba
la revolución a la acción de una vanguardia militar en las montañas; la que sobrevaloraba el parlamentarismo, etc. Se reveló de una manera cruda el aislamiento de esas vanguardias con respecto al pueblo. El gobierno reprimió a los grupos cristianos pues ellos están más vinculados al pueblo que la misma izquierda. La izquierda era objetivamente un estorbo para la lucha popular; su sectarismo y dogmatismo, sus aspiraciones de liderazgo mesiánico, su organización vertical antidemocrática, eran todos elementos de traba para la
acción del movimiento popular.
Se produjo la más grande movilización social del siglo XX en Venezuela, y se desarrolló sin que nadie la hubiera convocado. El pueblo se lanzó a la revolución
sin contar con los revolucionarios. Especulamos que si a algún grupo de oficiales progresistas se les ocurre distribuir fusiles entre los insurrectos, todavía se
estaría combatiendo en las calles de la capital.
Por la memoria de quienes murieron combatiendo en las calles, por que no se olviden los asesinados impunemente en sus hogares, por la dignidad histórica del pueblo venezolano, nuestra tarea ha sido convertir esa rabia espontánea en conciencia y en lucha transformadora. A partir del 27 de febrero, el pueblo
venezolano ya no dobla el espinazo ante la explotación, levantó su rostro y dijo ¡presente!. A partir de ese día, comenzó a sentirse la fuerza hasta hoy silenciosa de las grandes mayorías nacionales.
Lo acontecido luego de 16 años del 27 de febrero demuestra lo que previmos en ese momento. Los cerros bajaron y no han vuelto a subir. El pueblo se ha quedado para hacer su valer su deseo de protagonizar y escribir su propio destino. Una circunstancia histórica similar ocurrió en Venezuela cuando se
declaró la independencia el 5 de julio de 1811: el pueblo salió a la calle y se mantuvo en las calles hasta una vez concluida la Guerra Federal. En esta oportunidad, trabajamos porque no se regrese a la pasividad social hasta que no se haya derrumbado totalmente el sistema de dominación que el capital
multinacional ha impuesto en nuestro país por siglos. Ciertamente es mucho agua la que ha pasado bajo los puentes en estos 16 años: la lucha popular de calle mantenida en los 90, levantamientos del 4-F y 27-N, destitución de CAP, triunfo electoral de Chávez en el 98, golpe de estado del 11-A y vuelta al poder el 13-A, paro petrolero, guarimba, triunfo en el referéndum. Sucesión de luchas y victorias populares que indican la vitalidad que mantiene la insurrección popular iniciada un lunes de febrero de 1989. Atravesamos una época de revolución, proceso que aún está por escribir sus mejores páginas para beneficio de las grandes mayorías populares, olvidadas y traicionadas a lo largo de la historia transitada desde 1830 hasta 1998.
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