Manuel

A Manuel…

“Aprieta suave, Manuel. A ver si los ojos no salen hundidos y la cabeza se deforma…” – Manuel moja sus dedos y sigue moldeando. La arcilla ha terminado por arrugarle los dedos y, no quiere saberlo, hasta el corazón. Pero, sigue moldeando como un niño la esperanza de hacer un trabajo mejor. Amasa con delicada devoción cada una de las ideas que ha pensado desde siempre.

Terco y pragmático, recorre letra a letra todas las formas del pensamiento; incluso, me atrevo a afirmar como objeto moldeado, no se atreve a corregir la postura del dedo índice, que ha sido culpable de la tara que le ha hecho inolvidable haciendo muñecos. Los pómulos son su crítica diaria. Pero, igual sigue sin corregir lo que sabe debe corregir – “¿Para qué? ¡Carajo! Si siempre salen igual…” – Juzga sin compasión la humedad de la arcilla o el metro cuadrado que escogió hace veinte años para recogerla o los dedos que pisaron los ochenta desde hace rato y, sospecha, son la causa de no alcanzar la perfección o porque loro viejo no aprende a hablar y el dolor que tengo en el pecho no me permite soñar.

No obstante, sigue acariciando la arcilla; ahora la boca, el cuello, la nariz y la esperanza de tener una conversación sencilla – “Porque quiero saber que sería de ti si te quiebras, si te apartan como un viejo recuerdo, si te botan al basurero porque necesitan muebles nuevos, si terminas siendo barro de nuevo y no existo yo para volverte a moldear…” – Manuel adora su obra con un hilo de voz y yo, objeto inanimado, sigo tratando de hablar para que me quieras como centro de mesa. Pero, el miedo de no sentir que me moldee eterno entre sus dedos, prefiero no saber ni escuchar un susurro extraño que me cuente como está Manuel.

Acelera el ritmo. Moldea con rapidez el brazo, los dedos, las piernas y los otros dedos, el torso, el sombrero, las uñas y le habla de aquel mar encrespado que viene del norte, frío, extraordinario, el mar que colorea su memoria – “A veces los recuerdos duelen…” – Y yo, que conozco de siglos, le recuerdo que pasé mil años regado en ese metro cuadrado que escogió su disciplina. Que entiendo el dolor de ese tiempo que no regresa. Que me sirve de mucho verlo armando muñecos. Que es mejor atenderlo cuando construye un sueño.

Y es que nos hizo, como Dios a los tristes humanos. Mejor o peor, nos hizo. Sin estar, siempre estuvimos. Con Marx, con Lenin, con el solidario ejemplo de sus dedos que hoy se arrugan por el exceso de agua. Con el temor de ser su orgullo, con el amor de ser su presencia y con la atención de igualarle en disputas. Siempre barro de su tierra lejana y el respeto por delante, a pesar de verme moldeado por su punto de vista – “La honestidad no se compra en el mercado. Prefiero que me crean pendejo a ser un sinvergüenza que no tenga la frente en alto…” – Manuel acude a los detalles del pelo antes de colocarle el sombrero. Escupe el peine y hala las hebras descubriendo la frente. Yo, que me enamoré de sus manías, lo dejo terminar la frase – “¿Qué vaina es esa de taparse la frente con un copete? ¡No señor! Un hombre siempre tiene la frente despejada, limpia, altiva…” – Sonrío y recuerdo las estrellas que me ha enseñado, la huerta de sus cuentos, el pueblo de sus poesías, el abuelo y la abuela que nunca conocí y que, en honor a la verdad, prefiero seguir conociendo de boca de Manuel. No sea que el barro se resquebraje por una opinión destemplada o porque se me ocurra visualizar con mi cristal.

Ya está. El sol cae y la puntualidad es asesina. Manuel ha terminado otro de sus muñecos. La repisa está llena de ellos y, acusando el cansancio que le invade desde que le dio por amortiguar sus pensamientos, escoge un lugar especial para colocarlo. Mañana marchará a buscar más arcilla, volverá a moldear otro y escogerá otro lugar privilegiado para el que nazca de sus dedos. Manuel los quiere a todos; son el día que pasa, son la preocupación que le acompaña, son la queja diaria – “Son ustedes, mis hijos y, aunque se ahoguen mis sentimientos, quiero que sepan que los quiero…” – Yo, que fui moldeado por esos dedos; que me da por competir con sus defectos, que se me ocurrió heredar su honestidad, solo me permito pensar que lo quiero y compartir su esperanza de ver a mi país libre del imperio.

Barro soy de su barro… Manuel, pescador de libros. Poeta, filósofo, anarquista, marxista y, sobre todo, constructor de sueños.


msilvaga@yahoo.com


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Mario Silva García

Comunicador social. Ex-miembro y caricaturista de Aporrea.org. Revolucionó el periodismo de opinión y denuncia contra la derecha con la publicación de su columna "La Hojilla" en Aporrea a partir de 2004, para luego llevarla a mayores audiencias y con nuevo empuje, a través de VTV con "La Hojilla en TV".

 mariosilvagarcia1959@gmail.com      @LaHojillaenTV

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