Es increíble que una potencia como Estados Unidos, estrechamente vinculada a la realidad latinoamericana desde los años de las invasiones y del apoyo a las dictaduras hasta estos nuevos tiempos, con tantos intereses en la mayoría de nuestros países, con una influencia en el área que nadie tuvo ni le disputó en los últimos 100 años; increíble que una potencia que se supone maneja el mayor volumen de información de todo el continente y de cada una de sus partes, y que cuenta con los mejores talentos y más avanzados recursos tecnológicos para procesarlos, analizarlos e interpretarlos, no sea capaz de ver los cambios que están ocurriendo en esta región y pretenda desarrollar políticas para aislar a un país como Venezuela.
Uno no tiene que tener toda esa capacidad, ni manejar tanta información, ni disponer de tantos recursos a la mano, para llegar a conclusiones elementales sobre tales cambios. Basta acceder a las informaciones periodísticas, pese a toda la manipulación, al ocultamiento de algunos hechos y a la deformación de otros, para observar que la situación que hoy se vive en América Latina, el fortalecimiento de los movimientos populares y las políticas de varios de sus gobiernos, nunca antes se había visto, y hacen suponer que cada día se extenderá más y serán más sólidos.
La declaración que acaban de suscribir en Montevideo los presidentes de Argentina, Brasil y Venezuela, y el entusiasmo de los uruguayos por la presencia de Chávez, son muestras de una nueva realidad. Esa declaración debería ser examinada en Washington antes de que Roger Noriega siga llamando a los otros gobiernos latinoamericanos para quemiren con cuidado lo que está haciendo aquí “el desestabilizador de la región”.
No les agradará leer que en el primer punto los tres presidentes “celebremos la reanudación de relaciones con la hermana República de Cuba así como el impulso que se plantea a los procesos de integración suramericana”. Más adelante afirman que “el esfuerzo trilateral debe servir para fortalecer el proceso integrador con los demás países suramericanos”. La creación de la Comunidad Suramericana de Naciones, que, por supuesto, no mereció un saludo del Departamento de Estado, recibió un gran impulso en esas reuniones, y anunciaron que en el próximo mayo tendrán una cumbre con la Liga de Países Árabes.
Fíjense por dónde van.
Igualmente fue decisión que en lo sucesivo asumirán “una misma posición” en los organismos multilaterales regionales e internacionales.
¿Qué tal?
Con esto puede ser suficiente, pero Washington debe mirar que esas ideas “desestabilizadoras” ya no son sólo de Caracas, están un poco más lejos; resolvieron fortalecer Telesur y Petrosur, crear un Banco Suramericano y un fondo “para atender los agudos problemas que se originan en la pobreza”. Etc, etc, etc. Para no quedarse en palabras, programaron varias reuniones interministeriales, de presidentes de bancos centrales y una nueva cita presidencial tripartita.
Nunca tres presidentes latinoamericanos firmaron antes un compromiso de esa naturaleza.
Por eso, tiene que verse como muestra de los cambios que se están produciendo en América Latina, y que uno cree que en la Casa Blanca no los están viendo. Porque los ven con más claridad que otros, es que buscan ese aislamiento.
De la misma manera como Kissinger valoró en 1970, apenas llegó Allende al poder, la influencia que ejercería fuera de Chile su prédica por una democracia social, pudiera ser que Condoleezza Rice piense lo mismo del “efecto Chávez”, como si no soportaran gobiernos que no sigan sus lineamientos.
No es que los cambios sean irreversibles, pero no sé cómo van a detenerlos.
Periodista
Director de "Últimas Noticias"