Ignoro sí habrá palabras en el mundo para agradecer que le devuelvan a uno la vida. Sí las hay en estos momentos no las tengo a la mano, ni siquiera es cuestión de que me atraganto, sino que cuando pienso en eso, mi mente pareciera anularse y sólo me provoca salir a la calle y gritar a los cuatro vientos, ¡Gracias, Corpozulia!, volver a tomar aire y seguir gritando hasta exteriorizar esta emoción y alegría, que a veces, pareciera que me van a hacer explotar. No se me ocurre otra cosa.
Me refiero al caso de Juan González, un hombre de 64 años, que ha dedicado toda su vida al trabajo y a la familia y que ahora vive gracias a esa institución que no sólo le donó un marcapaso, sino que se encargó de la intervención quirúrgica para colocarle el dispositivo y, de esta forma, ganarle una batalla a la muerte.
Imagino que habrá personas no sólo en el Zulia, sino en Venezuela y el mundo, donde existe gente que necesite menos que un marcapaso, para continuar viviendo y ojalá tengan la misma suerte de Juan, lo digo de corazón.
Pero este fue el suceso que sufrí en carne propia y me permito contarles, como en una especie de amistad y desahogo a este sentimiento que me embarga el saber que más que un primo, un amigo y hermano va a permanecer a nuestro lado.
Y es que estos son hechos de dolor indescriptible, más cuando las persona tiene y expresa todas las ganas de vivir, y así es Juan. “Chico, yo no me quiero morir”, confesaba a la familia cuando hablaban de lo delicado de su corazón, que había padecido cuatro infartos.
“Provocaba abrirse el pecho, sacarse el corazón y decirle, tranquilo, mijo, esto es para que vivamos los dos”, comentó José Luis, uno de sus hermanos.
Juan reside en el barrio Los Robles de Maracaibo, estado Zulia, calle 114E, casa 67-105, detrás de Ciudad del Mueble, donde sortea las vicisitudes que le depara la vida. Allí recibió los paros respiratorios que casi lo eliminan físicamente y que lo internaron por meses en el hospital, donde los diagnósticos de los cardiólogos fueron casi tan avasallantes como la propia enfermedad : necesitas un marcapaso para vivir.
Juan pensó en insistir organizando los bingos y parrillas de carne y pollo, para conseguir los recursos que le permitieran superar los quebrantos de su enfermedad, pero peor reacción le produjo el precio del aparato. “El marcapaso que necesita usted, cuesta 12 millones y medio de bolívares”, le dijo un vendedor de equipos médicos quirúrgicos.
El hombre salió cabizbajo del establecimiento y consultó en otros negocios del ramo, pero los doce millones y medio de bolívares golpeaban como un estruendoso centellazo los oídos del convaleciente. Sabía que vendiendo parrillas a cuatro mil bolívares se le iría lo que le resta de vida, reuniendo para comprar el pequeño equipo.
Pensó entonces en vender la casa, pero no le ofrecían ni la mitad de lo que cuesta. Además dijo cuando todavía hablaba : “Eso sería siempre mi muerte, porque no voy a soportar ver a mis hijos en la calle, mientras yo suplico un rincón para morir con algo de dignidad”.
Rosa, hija de Juan, señaló que habló con personas, recorrió instituciones y organizaciones en busca de ayuda, pero no obtenía respuesta.
Contó que mientras hacían las diligencias para encontrar el marcapaso, el tiempo transcurría y con él se agravaba la salud de su padre, hasta el punto que le sobrevino una trombosis que lo dejó mudo. “Pero sería Dios”, añadió Juancito, otro de sus hijos, “que hizo que las suplicas llegaran a Corpozulia y desde ese momento cambio la suerte de todos nosotros.”
“La institución”, añadió, “ hizo suyo el caso que nos atormentó durante años. Nadie sabe lo que se siente ver que al padre se le va yendo poco a poco la vida y no se puede hacer nada, sencillamente, porque se es pobre...Por eso, a Corpozulia y a su personal, con el alma, todo el agradecimiento de la familia...Ojalá Dios les retribuya tanta bondad”
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