I
Cuando comienzo estas líneas sobre cualidades culturales del presidente Hugo Rafael Chávez Frías, medité si ponerle en número romano la identificación de primer artículo, porque implica que será más de uno, por dos razones: conozco el tema de la cultura desde lo sociológico, pasando por lo artístico (literario, semántico i estético) hasta el terreno de lo que comanda todo lo primero en el mundo contemporáneo: la llamada cultura inmaterial o del intelecto, con estudio de lo biológico, psicológico i médico, fundido en la personalidad del hombre, i residente en su cerebro, al punto de estudiar, cuando hablamos de la muerte cerebral, sus distintos enfoques i teorías, el admitir la ciencia médica el concepto de muerte cerebral, sin el cual no se hubiese desarrollado la era científica de los transplantes i tampoco hubiésemos llegando a la científica conclusión de ser la muerte cerebral, la muerte de la personalidad. Luego pienso que, además, tenga que extenderme a dos o tres artículos más.
Esto lo hago o expongo como premisa, porque en Venezuela, desde el siglo XIX, lleno de políticos guerreros, generalotes con antecedentes de recoger glorias de la independencia como José Antonio Páez, el primero en encumbrar a la oligarquía criolla, i muchos otros que no voi a enumerar, tenían, es verdad poca cultura inmaterial, pero eso no quita inteligencia, de modo que en ocasiones críticas, podían alumbrar decisiones o soluciones inteligentes. Empero esa fama de torpes o brutos perduró i trascendió, hasta la primera mitad del siglo XX. Se hicieron chistes de Páez, los Monagas, Guzmán Blanco (a pesar de su “afrancesamiento”) i más cercanos a nosotros, de Castro, Gómez, López Contreras i ya en los días cuando formábamos muchos parte de nuestra población, del General Chacón i el Gral. Néstor Prato, de Pérez Jiménez i sus compañeros de Junta al comienzo, llamándolos “los tres cochinitos”.
Sin embargo Castro, dio muestra de coraje i patriotismo oponiéndose a que “la planta insolente del extrajero pisara el suelo de la patria” i Gómez, evadió las presiones del presidente norteamericano Wilson, quien lo presionaba para que le declarara la guerra a Alemania, i pese hacer de Venezuela su hacienda particular, unificó medianamente al país i pagó la deuda externa. Sin embargo, cualquier chiste de bruto de les adjudicaba a los militares, mientras que en la transición de López Contreras i Medina Angarita, hasta su derrocamiento (donde demostró inteligencia, integridad i principios humanitarios) dio paso a los hombres de Acción Democrática i posteriormente de COPEI, revestidos de fama de universitarios la mayoría, (la “intelectual” Generación del 28) quienes empezaron por ser golpistas antidemocráticos, indecisos cambiantes, como el prototipo de todos: Rómulo Betancourt de la juventud comunista rebelde a la “vejentud imperialista sumisa”, pero al mismo tiempo el más presidencialista de todos; un verdadero dictador, ególatra i pedante, como me impresionó la primera vez que le vi de cerca en una reunión en el Hotel del Lago, fumando la pipa i con los pies montados en una mesa, i en todos los comportamientos de su vida. Precisamente, en aquel partido que tuvo hombres de méritos intelectuales como Gallegos, Andrés Eloy Blanco, Pérez Alfonso, dirigentes como Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevali, Paz Galárraga i Luis Beltrán Prieto, etc., i otros más mediocres que fueron tomando nombre por ocupar cargos, pero que ya de paso o desaparecidos, comprobamos que poca huella intelectual dejaron. Luego, siguieron una serie de Presidentes opacos; siguiendo la sumisión del iniciador: Leoni, Caldera, Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera, Lusinchi, Carlos Andrés II, (Velásquez de transición, intelectual, pero supersumiso) i Caldera II, todos, incluyendo a Caldera, pobres intelectualmente, porque no son las credenciales i los honores en el papel o fabricados por los compromisos políticos i las condecoraciones, sino por la obra realizada. Ninguno destacó en su cargo; ninguno hizo obra transcendente. Empezando porque bastaba que la lucidez de pensamiento se expresa con la palabra i con el conocimiento de lo que se trata i en eso fueron mediocres. Todos nuestros presidentes no hablaron sino con el papel en la mano, lo cual sería permisible si fuesen discursos literarios que, además del contenido, la expresión retórica, el énfasis, la emoción de la palabra, fuesen componentes de una pieza literaria. Nunca escuché a ninguno un discurso que valiera la pena, ni unos anuncios que entusiasmaran ni…¡mucho menos! que expusieran ideas políticas acordes a la realidad nacional i a los grandes problemas del mundo. Jamás; la mayoría de los discursos, a todos, se los hacía o un escritor, historiador o literato, o una comisión o grupo de “asesores”, con ciertos patrones repetidos, resultando piezas rígidas, acartonada, mensajes sin mensaje. Esto a pesar de hablar poco o en los grandes momentos poner un Orador de Orden. Además, casi todos los problemas, las relaciones con el pueblo o las distintas clases sociales, se delegaban en los ministros, algunos de los cuales podían tener talento, pero la gran mayoría improvisados culturalmente como el mismo presidente. Además, casi ninguno llegó a conocer todo el país i, mucho menos, a su pueblo. Igual sus gobernadores i Ministros o en los Institutos Autónomos i Centros Diversos, se colocaban verdaderos truhanes para enriquecerse i burlarse del pueblo. Por eso, poco a poco, la Corrupción se hizo una Institución como no la hubo ni en los tiempos de tiranos. Todo, falta de amor a la patria, falta de talento o talento sin probidad. Pasados, entonces más de cuatro décadas de descomposición social, política, económica i cultural, de haber seguido el país con hombres como los que muchas veces fracasaron en el intento de llegar a la presidencia, como Gonzalo Barrios (el de la frase “aquí no hai razones para no robar”), Piñerúa el del lema “Correcto”, mientras las incorrecciones estaban en el partido, que no lo había llevado a completar la instrucción primaria, o el último, Alfaro Ucero, de quien decía que se parecía a la quemaduras, porque no pasaba de tercer grado i a quien al final, en la elecciones del 98, trataron como al empleado que barre, cerrándole las puertas de su oficina con un candado, aunque para unirse todos con otro candidato que, personalmente me pregunto ¿Qué sería de este pobre país rico, si hubiese llegado Alfaro el analfabeto o Salas Römer el jinete de Frijolito, i si el Canciller hubiera sido el hijo Sala “Bonito” Feo que, se sintió califa en Carabobo? ¿Seríamos quizá una estrella más en la bandera de las barras rojas de sangre? Pero, afortunadamente llegó Hugo Chávez; demostró más inteligencia que los partidos establecidos; con apenas un grupo de leales, recorrió el país (que además como soldado ya lo había conocido bastante) i después de haber sido derrotado en un intento de “golpe” que convenció a muchos que se trataba de un rescate de la dignidad de la patria, en manos de un crápula, supo convencer a la gran mayoría del pueblo venezolano que, debíamos volver a las ideas del padre Libertador, del sabio educador Robinsón de América i a los ideales de todos los grandes libertadores. La ideología la teníamos escrita, afirmada i demostrada posible, desde hace casi 200 años. I al menos, ya sabíamos, que los soldados de la patria, en mayoría ya no eran los del siglo XIX después de 1830 hasta casi un siglo después. Había, entonces, otros hombres con talento e ideal de patria. Nuestro ejército, o mejor nuestras Fuerzas Armadas, hoi una sola Institución, tenían instrucción superior, educación para la patria i conocimiento para afrontar el mundo. Si algunos quedaron rezagados i con ideas retrógadas, es porque nada es igual en la vida, ni siquiera dos gotas de agua, pero la gran mayoría, los vemos hoi al servicio del pueblo i de los ideales bolivarianos. Por ellos estamos cambiando radicalmente, por eso ha vuelto, aunque sea en unos pocos líderes guiados por Chávez, la arcilla sublime de los libertadores. Está demostrando la Fuerza Armada, como puede ser de grandiosa, noble i útil a su patria en tiempos de paz, sin dejar de ser un recia garantía para la misma.
(Continuará)