Al alba de aquel hermoso día, desde el horizonte, una ráfaga tormentosa invade mi trinchera y golpea todo mi cuerpo. Mi alma, bruscamente separada del cuerpo, se eleva sobre las altas montañas que definen la cordillera. Desde lo alto, allá muy alto en el firmamento, puedo ver a lo lejos, en el horizonte futuro, los mástiles de la armada invasora.
En el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, los cancilleres de Brasil, Rusia y China, también dieron su aprobación para el asalto final. La operación “tormenta en el Caribe” a comenzado. De oriente a occidente y del noroeste al sureste, como plaga de tiempos bíblicos, las fuerzas invasoras lanzan su feroz y mortífero ataque dejando tras de sí una extensa tierra devastada, una destrucción apocalíptica.
Desde el suroeste, se levantan los pueblos y junto a los soldados de estirpe y pensamiento Bolivariano, conforman el Gran Ejército Libertador. De los más profundos rincones de la Patria Grande acuden a la cita en defensa de quienes en el pasado se movilizaron hacia el sur en defensa de la Independencia.
No bastaran mil bombas atómicas, ni doscientos años más, para detener el ímpetu libertario, soberano e independentista de esta Patria Grande.
Diezmados por la guerra, las enfermedades y la hambruna, de las cenizas surgirá el Hombre Nuevo. Entonces, sólo entonces, la humanidad entenderá que esta Tierra de Gracia es lo más cercano al Reino de los Cielos, donde la esperanza, la verdad, la razón, la justicia, y la solidaridad prevalecerán por sobre todas las cosas. Una Tierra de Gracia Libre, Soberana e Independiente.
Con los primeros rayos de luz, sacudo mi cabeza y despierto. Fusil en mano, salto de mi trinchera y camino por la playa mientras hundo mis descalzos pies en la pura y cálida espuma mañanera.
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