Nuestros aparatos del sistema social como la educación, religión, política las artes, los medios de comunicación, la cultura, crean, moldean en el ser humano, actitudes, conductas, valores, creencias y hasta necesidades, de cómo debe ser una mujer y cómo debe ser un hombre.
Por ejemplo, el niño al nacer se le viste de azul, éste no debe llorar, debe ser fuerte e inteligente, debe ser en el futuro el hombre de la casa. La niña por su parte, se le viste de rosado, es normal que sea llorona, débil, y proclive a las emociones.
Así definimos Género como el conjunto de características sociales y culturales de lo femenino y lo masculino. Y lo diferenciamos del sexo, que es el conjunto de características biológicas y anatómicas.
Igualmente la sociedad crea los llamados estereotipos en relación a la mujer y al hombre: Por ejemplo: La mujer debe medir 90-60-90, mientras que el hombre debe tener su cuerpo como un cono de helado.
Esto viene perpetuándose desde las culturas patriarcales y matriarcales, donde se fomenta la división social del trabajo, asignándose tareas para los hombres y para las mujeres.
Debemos enfatizar que en este orden natural de las cosas, donde el hombre siempre ha sido el protagonista, la mujer ha sido relegada a un segundo plano. Por ejemplo, se afirma que la mujer es triplemente explotada: como mujer pobre, como mujer negra o indígena y por ser mujer. El trabajo de las mujeres es en la comunidad y en su casa, éste último no se le paga ni considera. Han sido invisibilizadas.
Es necesario que la mujer se empodere, es decir, tome poder para liberarse. Uno de los primeros pasos para esta liberación, ya se ha dado, se esta hablando de lenguaje inclusivo: nosotras y nosotros.
(*)Teólogo y formador en Sociopolítica
joseamesty1@gmail.com