“Tú no sabes bien, mi buen amigo, cómo los solitarios todos, sin conocerse, sin mirarse a las caras, sin saber los unos los nombres de los otros, se dan las manos, se felicitan mutuamente, se bombean y se denigran, murmuran entre sí y va cada cual por su lado. Estás sólo, mucho más sólo de lo que te figuras, y aun así no estás sino en camino de la absoluta, de la completa, de la verdadera soledad. La absoluta, la completa, la verdadera soledad consiste en no estar ni aun consigo mismo. Si quieres vivir de ellos, vive para ellos. Pero entonces mi pobre amigo, te habrás muerto”.
La unidad, que debe aparecer en las diversas partes de las fuerzas revolucionarias, debe ofrecer otro carácter. Podemos comprender la doble condición que exige. Primeramente, es necesario conservar en cada parte su vitalidad propia, según se ha dicho ya. Pero, además, si consideramos el derecho en virtud del cual puede introducir lo particular en la revolución, partimos del principio de que la revolución ha sido comenzada para representar una idea fundamental. Por tanto, todos los grupos y todas sus partes deben derivarse de esta idea. En efecto, el fondo de esta unidad no puede ser en sí de naturaleza abstracta, sino que debe reclamar un desarrollo para cada uno de sus componentes o grupos.
Es verdad que, realizándose, esta diversidad puede tomar la forma de unión directa. Pero, si tiene realmente su principio en ese fondo en sí, pleno de unidad, esto sólo puede suceder en tanto que el mismo, conforme a su idea y a su esencia, encierre una totalidad completa y armoniosa de las partes que realmente le constituyen; su sucesión no es, pues, otra cosa que el desarrollo del proceso socialista. Bajo este aspecto, en cualquier punto que parezcan oponerse entre sí, conservan una secreta armonía que tiene su principio en su propia naturaleza.
Pero, en segundo lugar, como la revolución representa el ideal del pueblo, la unidad, para no poner en peligro la imagen viva de la realidad, sólo debe ser el lazo interno que mantenga las partes, combinándose en un todo orgánico. Esta unidad viviente y orgánica es la única que puede consolidar la revolución, en oposición al imperialismo y la burguesía. En efecto, cuando cada grupo aparece como medio para un fin determinado, no tendrá en sí ningún valor y ninguna vida propia; lejos de ello, muestra en toda su existencia que no está ahí por sí misma, sino al servicio de un fin extraño. La ley de conformidad a un fin manifiesta su dominio sobre todos los puntos en los cuales el fin se realiza.
Pese a la semejanza de ambos procedimientos, y aparte del carácter que distingue el desarrollo puro del pensamiento de las representaciones figuradas de la política revolucionaria, debemos señalar una diferencia esencial: que la deducción filosófica demuestra la necesidad y la realidad del aspecto particular de la existencia. La sequedad misma del procedimiento dialectico prueba de manera expresa que lo particular sólo halla su valor y su verdad en la unidad concreta. Por el contrario, la política no llega a semejante demostración expresa. La unidad armónica debe residir en el fondo de sus obras; debe manifestarse en ellas como principio de animación que vivifica el todo en sus partes.
Sin embargo, bien lejos de querer separarse completamente de la realidad, la unidad debe entrar con vida propia en medio de la política. Ya hemos visto cuantas relaciones conserva la unidad en general en el mundo político, cuyo fondo y forma suministran las ideas e imagines de sus representados, en cuanto a la relación viviente en el mundo real y sus accidentes particulares se muestra de manera más diáfana. Por tanto, cabe preguntarse cómo puede vencer la unidad esta dificultad y conservar su independencia. Muy simplemente, mostrando que únicamente considera y presenta la circunstancia exterior, no como fin esencial, sino como medio al cual da forma y desarrolla utilizando todos sus derechos y su libertad.
Toda la labor revolucionaria es un organismo infinito, perfecto en sí; rico por su fondo, que se desarrolla bajo la forma conveniente, pleno de unidad, sin estar regido por la ley de la conformidad a un fin, ofreciendo en sus partes esta independencia que constituye, sin depender de ningún otro fin extraño perteneciente a otro dominio que el de la unidad, producto de una actividad libre, que únicamente se propone manifestar la idea de la política bajo su imagen verdadera. La unidad armónica debe residir en el fondo de nuestras obras, debe manifestarse en ellas como principio de animación que vivifica la política en sus partes.
“De sueños de ambición apacentaron su ociosidad y su pobreza, y despegados del regalo de la vida, anhelaron inmortalidad no acabadera".
¡Gringos Go Home!
¡Libertad para Gerardo! ¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!
Hasta la Victoria Siempre. Patria socialista o Muerte.
¡Venceremos!
manuel.taibo@inter.net.ve