12 de octubre de 1492. ¡Llegó la ayuda humanitaria del imperio español!
El Dr. Francisco Herrera Luque en su análisis científico sobre la criminalidad de los Viajeros de Indias, nos informa: La característica patológica más sobresaliente de la Conquista es la criminalidad de sus autores. No hay expedición, ni descubrimiento, que no tenga en sus anales el asesinato y la violencia como el signo más constante. Desde el Fuerte de la Natividad, primer asiento de los españoles en el Nuevo Mundo, hasta el más apacible paraje, dieron muestras de la ferocidad más despiadada e inhumana. El empalamiento, la ceba del perro, la cadena, el garrote lento, la hoguera, el hierro al rojo vivo, las heridas con sal, son procedimientos que utilizaron desde los asesinos públicos como Carvajal, hasta hombres como el virrey Mendoza en México.
Bartolomé de las Casas presa de indignación le escribe a Carlos V: “He visto cometer en aquellas mansas gentes y pacificas las mayores crueldades y más inhumanas que jamás nunca en generaciones por hombres crueles y bárbaros irracionales se cometieron, y éstas sin causa ni razón”
López de Gomara compara a las tropas de Cortés con las hordas bárbaras. A los de La Española los acusa de malvados y de ser responsables de la ola de suicidios que se produjo en aquellos tiempos: “Grandísima culpa tuvieron dellos por tratallos muy mal, acodiciándose más al oro que al prójimo”. De la generalidad de los hombres que vinieron a Indias, los acusa de haber matado a muchos indios, habiendo “acabado todos muy mal. Parésceme que Dios ha castigado sus pecados por aquello”
A Balboa lo llama rufián y esgrimidor; a Enciso, bandolero y revoltoso. Sobre Pedro de Heredia, el de Cartagena, anota: “Mató indios. Tuvo maldades y pecados por donde vinieron a España presos él y su hermano”. Notas similares hay sobre Pizarro y Pedrarias. A Cortés le señala “como cosa fea e indigna de un gran rey la tortura y muerte de Guatenogén”. De Pedro de Alvarado escribe: “Era hombre suelto, alegre y muy hablador, vicio del mentiroso. Tenía poca fe en sus amigos y así lo notaron de ingrato y aún de cruel los indios”.
Fray Antonio de Montesinos clamaba en 1511, de esta forma, contra los conquistadores: “¿Con que derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacificas?”.
Fray Matías de San Martín, Obispo de Charcas, escribe: “é ansí aujetaron la tierra robando y matando y no guardando no digo ley divina, pero aún natural”. El Obispo califica de nefando el modo que se empleara en descubrir y poblar”.
Fernández de Oviedo afirma que en el régimen de Pedrarias murieron en Centro América dos millones de indios.
La brevísima Relación de la Destrucción de las Indias de Fray Bartolomé es un verdadero tratado de la criminalidad y el sadismo de los españoles en América.
Motolinía, a quien no se puede acusar de parcialidad por Las Casas, asienta en su libro Historia de las Indias de la Nueva España que “fueron tantos los indios que murieron en las minas de Oaxyecas que en media legua a la redonda los españoles tenían que andar pisando cadáveres y huesos, y que eran tantos los pájaros que acudían a comer la carroña que obscurecía el firmamento”.
El Obispo de Landa escribía en su Relación de las cosas de Yucatán que “algunos españoles llegaron a pensar que quizás hubiese sido mejor que no se descubriesen las Indias, ya que la conquista proporcionó a los indios tales calamidades”.
Gran parte de los sacerdotes de la época revelan, en sus escritos y defensas de los indios, la ferocidad de los conquistadores. Entre ellos se destacan Sahagún, Motolinía y el Padre Vitoria.
Pero no son tan sólo los eclesiásticos los que señalan estas barbaridades. Escribía el gobernador de Nicaragua, Francisco de Castañeda, que “a la menor provocación e incluso sin provocación alguna, los españoles, montados a caballo, derribaban a los indios, incluyendo mujeres y niños, y los lanceaban”. “El oficial real Alonso de Zurita afirmaba haber oído decir a muchos españoles de la Provincia de Popayán que los huesos de los indios abundaban tanto a lo largo de los caminos que no había peligro de extraviarse”. El mismo Hernán Cortés no vacila en confesar que “la mayoría de los españoles que aquí pasan son de baja manera, fuertes y viciosos de diversos vicios y pecados”. Bernal Díaz del Castillo, su fiel amigo y cronista, cuenta en su Historia de la Nueva España el desagrado que a todos aquellos endurecidos soldados les produjo el ajusticiamiento de Guatemozín: “E fue esta muerte que les dieron muy injustamente, e pareció mal a todos los que íbamos”.
Refiriéndose a los conquistadores de Honduras escribió: “Pluguiera a Dios que nunca a tales hombres enviaran, porque fueron tan malos y no hacían justicia ninguna porque además de tratar mal a los indios, herraron muchos de ellos”.
Cieza de León, soldado, cronista y presunto aventurero, tiene para los conquistadores duros reproches. Dice en al poemio de su celebrada obra La Crónica del Perú: “no pocos (españoles) se extremaron en cometer traiciones, tiranías, robos y yerros”. Más adelante señala como los indios “padecieron crueles tormentos, quemándolos y dándoles otras recias muertes”. Dice que “en Panamá apenas quedan indios porque todos se han consumado por malos tratamientos que recibieron de los españoles”. A Gonzalo Pizarro y a sus capitanes les acusa de crueles. Iguales términos emplea sobre Belalcázar, el Mariscal Jorge Robledo y Francisco Carvajal. Igual que López de Gomara, considera que las muertes desastradas y miserables que tuvieron los ejecutores de Atahualpa, son un castigo enviado por Dios contra semejantes tiranos. Los juicios de residencia contra los gobernadores, nos revelan claramente la criminalidad de hombres como Alvarado, Belalcázar y Antonio de Mendoza, virrey de México. “La investigación secreta contra el virrey Antonio de Mendoza contiene esta acusación: Que después de la captura de la colina de Mixtón, muchos de los indios cogidos en la conquista fueron muertos en su presencia y por órdenes suyas. Algunos puestos en fila y hechos pedazos con fuego de cañón, otros fueron despedazados por perros y otros fueron entregados a negros para que los mataran, cosa que hicieron a cuchillo o colgándolos. En otros lugares los indios fueron arrojados a los perros en su presencia”. Hace notar el mismo Hanke que “algunas de las más reveladoras descripciones de la crueldad española encontraron cabida en órdenes reales, tanto que a Juan de Solórzano, jurista del siglo XVII, se le mandó a quitar del manuscrito de su Política Indiana el texto de algunas reales órdenes sobre el mal trato dado a los indios, para evitar que estas cosas llegasen a conocimiento de los extranjeros.”
El propio Federman, el cruelísimo lugarteniente de Alfinger, que por no detenerse a desatar la cadena donde llevaba los cautivos les corta la cabeza, escribía estas líneas respecto a los indios de Santo Domingo: “De quinientos mil habitantes de toda clase de naciones y lenguas desparramados en la isla hace cuarenta años, no quedan veinte mil con vida, porque han muerto una gran cantidad de una enfermedad llamada viruela, otros han perecido en las guerras, otros en las minas de oro donde los cristianos los han obligado a trabajar contra sus costumbres, porque es un pueblo débil y laborioso. He aquí por qué en tan corto espacio de tiempo, una multitud tan grande se ha reducido a tan pequeños números”. Sobre este particular observa Luis Aznar: “Todos los historiadores de la época están de acuerdo sobre la rapidez con que los españoles despoblaron la isla de Santo Domingo, tal como lo señaló el Padre de Las Casas”.
Fray Bartolomé de Las Casas pasó por segunda vez al Nuevo Mundo con la flota del gobernador Ovando. De él dice: “Este caballero era varón prudentísimo y digno de gobernar mucha gente pero no indios, porque con su gobernación inestimables daños les hizo”. Al poco tiempo de haber llegado este comendador de Lares, se inicia otra matanza contra los indios en La Española: la guerra de Saona: Cuatrocientos españoles, al mando de Juan de Esquivel, salieron en dirección de esa provincia. “Llegados a ella encontraron a los indios aparejados para pelear y defender sus tierras. El choque entre españoles e isleños fue tal que en una hora los caballeros alancean a dos mil dellos”. Desnudos y sin protección como estaban, las ballestas y las espadas que partían a un indio de un tajo hacen la más espantosa carnicería. Incapaces de resistir las cargas de caballería “teniendo como único escudo la barriga”, la indiada se bate en retirada huyendo desesperada por montes y breñas. Los persiguen hasta los más recónditos escondrijos del monte divididos en cuadrillas “donde hallándolos con sus mujeres e hijos, hacían crueles matanzas en hombres, mujeres y niños y viejos sin piedad alguna, como si en un corral desbarrigaran y degollaran corderos”.
A los que dejaban vivos les cercenaban los brazos hasta el hollejo con estas órdenes: “Anda, lleva a vuestros señores esta carta, conviene saber esas nuevas”. Probaban sobre los prisioneros el filo de sus espadas y sobre ellos hacían apuestas. A los jefes que agarraban los quemaban vivos, entre ellos a una anciana cacica de nombre Higuanamá. Pasados unos días y como considerasen que ya estaban más que escarmentados los aborígenes, Juan de Esquivel para cerrar con broche de oro aquella orgía de sangre ordenó que mataran a setecientos prisioneros: “Métanlos en una casa y los pasan a todos a cuchillo”, mandando a su capitán que los pusieran alrededor de la plaza a título de recordatorio. De esta manera dejaron aquella isleta destruida y desierta, siendo el alholí del pan por ser muy fértil”.
“Esto acaeció en esta guerra y fue público y notorio”. Los indios circunvecinos horrorizados de tal espanto depusieron las armas enviando a decir a los españoles “que ellos les servirían, que más no les persiguiesen”.
En 1552, cuando López de Gomara escribe su Historia de las Indias, observa sobre Cuba: “Era muy poblada de indios. Murieron muchos de trabajo. Así no quedó casta dellos”.
Esta es la historia de sangre de la conquista desde 1492 hasta 1511. En obra de veinte años escasos, los españoles han exterminado a cañonazos, malos tratos y hambre a toda la población indígena de Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico y Jamaica. Cálculos muy moderados suponen para estas islas una población de dos millones de habitantes para 1492. Hacia 1511 no llegan a mil. Las Casas se mofa del término de pobladores con el cual se designaba a los Viajeros de Indias: “más verdad es decir que la fueron a despoblar”.
Este exterminio de dos millones de almas fue ejecutado por los cinco mil hombres que entre 1492 y 1509 pasan al Nuevo Mundo.
Trescientos Viajeros de Indias, salidos de Santo Domingo, borran del mapa los 600.000 aborígenes de Puerto Rico; otro tanto de conquistadores y de igual procedencia extinguen a tizona y hambre el millón de indios de Cuba. Sesenta hombres, apenas, reducen a cien los 40.000 aborígenes de Jamaica. ¿No es demasiada saña que 660 hombres le arrebaten la vida a dos millones de personas?
Estos fueron los primeros Viajeros de Indias. Los que conquistaron la isla de Santo Domingo y las islas circunvecinas. Eran alrededor de 2.500 hombres hacia el año de 1509. Procedían de las gradas del trono, de los muros de Granada y de las cárceles de Sevilla, Cádiz y Huelva.
De allí partirán hacia Panamá y México, para luego extenderse hacia el Sur y hacia el Este, hacia el reino Maya y las tierras australes de los araucanos. Muchos son como Francisco Pizarro, veteranos que se vinieron con Colón y que todavía saltan de isla en isla y de gobernación en gobernación. La sombra fatídica de su crueldad se va extendiendo por América como un clamor. No hay expedición ni gobernador a quien la historia no señale ni inculpe por sus matanzas y crueldades. Si la sangre se desbordó en Santo Domingo, correría a raudales desde California hasta la tierra de los Patagones. Si privó en ella la traición y el crimen, América se la devolvería como un eco. Si trágica fue la historia en Santo Domingo, mil veces peor será más allá de sus dominios.
El Libertador, refiriéndose a los españoles, exclama: “Todo lo que nos ha precedido está envuelto con el negro manto del crimen. Somos un compuesto abominable de esos tigres cazadores que vinieron a América a derramarle su sangre”.
Los “Viajeros de Indias” constituyeron por trescientos años las raíces humanas de la clase dirigente venezolana desde Páez a Caldera II y de ese modo fundaron las normas, los arquetipos, las formas de relación y las escalas de valores de la vida venezolana. Ese grupo social al cual Herrera Luque califica de “cerrado y endogámico hasta el incesto”, determina de modo irreversible nuestro proceso histórico, nuestras virtudes y defectos, nuestro comportamiento y nuestra realidad.
¡Yanquis Go Home!
¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!
Hasta la Victoria Siempre. Patria Socialista o Muerte.
¡Venceremos!
manuel.taibo@inter.net.ve