Desde la caída del socialismo en la Unión Soviética, por más de un cuarto de siglo el capitalismo en su expresión más salvaje, la neoliberal, ha campeado por sus fueros. Apoyado en la más gigantesca maquinaria bélica de la historia y un fundamentalismo ideológico que hace enrojecer de envidia al Talibán, ha hecho lo que le ha venido en gana. Sin resistencia considerable ha impuesto su ideología económica y social en casi todos los países del globo con apenas algunas excepciones. El mercado ha hecho, con su mano invisible, todo lo pertinente como para ver sus cantadas bondades o descubrir sus miserias.
A la velocidad a la cual se mueven las cosas en estos tiempos es lógico que podamos hacer un examen que permita evaluar los efectos de una ideología económica que pretende imponer al mundo su visión como el único camino. Sin entrar a considerar el efecto que esta ideología de la producción y el consumo uniforme, concentrado y masificado tiene sobre un planeta que no soporta más desmanes, queremos detenernos en el mundo exclusivamente laboral.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT), ha publicado un informe en el cual señala que hay en el mundo más de 1.400 millones de trabajadores, -equivalente al 50 por ciento de quienes tienen empleo- obteniendo ingresos diarios inferior a dos dólares. Añade el informe que su condición ha desmejorado en los últimos diez años aceleradamente, de manera que no tienen ninguna posibilidad, bajo el sistema capitalista neoliberal, de escapar a la pobreza. Eso no es todo, el 40 por ciento de estos trabajadores (550 millones) obtienen ingresos inferiores a un dólar al día. Es fácil imaginar cuantas personas, dependientes de estos trabajadores, como decía el cantor del pueblo Alí Primera: “más que vivir agonizan entretejiendo sus sueños”.
Un informe, el del año 2004, de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) dice que más de 5 millones de niños mueren de hambre cada año en el mundo. Esto nos da 13.700 niños cada día, 571 cada hora y casi diez niños por minuto. Esto, mientras la gigantesca maquinaria de propaganda neoliberal intenta convencernos cada día y a toda hora, que cualquier salida distinta a su “paraíso” es el infierno y merece castigo por la osadía. Paradójicamente los síntomas de la enfermedad neoliberal empiezan a aparecer entre los propios habitantes de los países desarrollados. En ellos, en tanto los indicadores macroeconómicos crecen, simultáneamente se producen focos de pobreza creciente. Sólo en los EE.UU., existen 30 millones de pobres, excluidos de la seguridad social.
Las cifras macroeconómicas son una trampa caza-bobos espectacular. Resulta que si la Organización Cisneros aportó al PIB, digamos 3.000 millones de dólares en un año, y del otro lado hay 1 millón de venezolanos con ingreso igual a cero, pues el Ingreso per cápita señalará que cada venezolano tuvo ingresos por 3.000 dólares ese mismo año. Esto no es una travesura, ni siquiera un atrevimiento, pensemos que el 72 por ciento del PIB Mundial lo concentra poco más de 200 mega-empresas transnacionales y veremos que el señalamiento es correcto.
Pobreza, sida y los conflictos armados generados precisamente por esta espantosa realidad constituye la verdadera arma de destrucción masiva de seres humanos. Véase sino estas cifras ofrecidas por la UNESCO: a) más de 650 millones de niños viven en hogares con piso de tierra y condiciones de hacinamiento; b) más de 120 millones jamás irán a una escuela; c) la esperanza de vida en los países súper-explotados es de alrededor de 30 años, cuando en el mundo desarrollado supera los 80; d) casi la mitad de las personas que murieron en los conflictos armados eran niños y e) la tasa de mortalidad infantil es 20 superior a la media del mundo desarrollado. Frente a esta espantosa situación, el estatus neoliberal, sin enemigos serios a la vista, desde el punto de vista de la guerra regular, ha llevado el gasto militar a los 956 mil millones de dólares, suma de recursos suficiente como para reducir el hambre y la pobreza mundial a menos de la mitad en menos de diez años.
Uno se pregunta: ¿por qué venezolanos con un autoproclamado nivel cultural, se empeñan en utilizar todo su desgastado prestigio, -alguna vez lo tuvieron- en ponerle zancadillas a un intento por construir un modelo de desarrollo económico y social distinto en Venezuela?. Sorprende, cuando menos, tal actitud, pues no puede atribuirse a la ignorancia. Si no es por desconocimiento esta oposición cerrada, a dientes apretados e inmisericorde, ¿a que se deberá?. La historia nos muestra ejemplos significativos de lo bajo que puede caer el ser humano por ambición o por mala ralea. Judas tuvo su precio. ¿Cuál será el precio de estos venezolanos?.
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