Así me enseñaron la Historia:
En un 17 de diciembre, hace ciento ochenta y un años, el sol se hundía frente a Santa Marta. La bandera a media asta desde las primeras horas de la tarde, inició en silencio su descenso bajo la mirada rígida de oficiales enlutados. El cañón de la fortaleza, al igual que el de los barcos de guerra surtos en el puerto, que disparaban salvas desde los comienzos de la tarde, acortaron su ritmo hasta agotar los veintiún cañonazos del homenaje. (Salvas regulares de quince segundos en tres planos) Restalló con dolor la campana de la Catedral y las de todas las iglesias de la ciudad, en triste repique a muerte.
Sobre la mesa del comedor, y en completa desnudez, yace el cadáver del Libertador, rodeado de sus oficiales. Atentos y compungidos, observan los últimos detalles de la autopsia que hace el médico francés Próspero Reverend.
Ya he terminado aquí, ayudadme, señores, a darle vuelta, a ponerle boca abajo…
¡Mon Dieu! ¡Mirad qué callos los que cubren sus nalgas y sus piernas!
Oficial: Fue uno de los precios que tuvo que pagar para liberar al Nuevo Mundo, se le formaron de tanto cabalgar.
El Libertador llegó a Santa Marta el 1 de diciembre, luego de seguir un derrotero de ocho meses, desde que salió de Bogotá, a comienzos de mayo. Venía ya muerto. Muerto, por la decepción y el desengaño; por las ofensas y vejaciones que cayeron sobre él con furia inaudita; muerto, al ver su Gran Obra destruida, la inutilidad de su esfuerzo y el trágico destino que vislumbraba para nuestro país:
A cinco meses de su humillante partida de Bogotá, donde las turbas lo apostrofaron, llamándole loco y tirano, y los estudiantes quemaron su efigie en la Plaza Mayor, recibe noticias de Urdaneta. Oficial: Libertador, os traigo buenas nuevas de Bogotá. El General Urdaneta se levantó en armas contra el gobierno. El 5 de septiembre renunciaron el Presidente y el Vicepresidente. El pueblo os aclama y reclama. Venimos en su busca en nombre del General Urdaneta, del ejército y del pueblo, para que os pongáis al frente del Ejecutivo.
Oficial: Así es, Libertador. Es bueno que sepa, también, Que los embajadores de los Estados Unidos, Inglaterra y Brasil han declarado públicamente que sólo usted puede salvar a Colombia.
El Libertador: (Melancólico) Estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, afligido, calumniado y (irónico) mal pagado.
El General Silva: ¡Libertador!, ¡Libertador…! Acaba de llegar esta comunicación de los jefes militares y políticos de Cartagena. Además de reconocer la acción de Urdaneta, os eligen como jefe del Ejército… ¿Qué decís a tantas buenas nuevas?
Libertador: Estoy todavía dispuesto a servir a mi país, pero este movimiento espasmódico a mi favor no constituye base para mi regreso a la Presidencia. Créanme que nunca he mirado con buenos ojos los levantamientos y que durante estos últimos días me he arrepentido hasta de los que emprendimos contra los españoles.
Confesión terrible, según comenta el historiador Gérard Masur, de donde entresacamos estas palabras literales de Bolívar:
Todos mis razonamientos llegan a la misma conclusión: no tengo esperanzas de salvar a la patria. Este sentimiento, o mejor dicho, esta convicción, ahoga mis deseos y me sume en la desesperación. Soy de opinión que todo está perdido y para siempre. Si sólo se tratase de hacer un sacrificio, aunque fuese de mi felicidad, de mi vida o de mi honor, créanme que no vacilaría. Pero estoy convencido de que ese sacrificio sería inútil… Además, los tiranos de mi Patria me han expulsado y proscrito; de modo que no tengo patria a quien ofrecer sacrificios. ¿De qué han servido veinte años de guerra y revolución? La América es ingobernable. Lo único que se puede hacer aquí es emigrar. Estos países caerán infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a los tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas, devorados por los crímenes y extinguidos por la ferocidad.
Poco conocidas y peor difundidas son estas sentencias del Padre de la Patria. Por ironía del destino, Bolívar halló su último refugio en la casa de un español, quien le ofreció como su residencia su hacienda San Pedro Alejandrino, a donde llegó el 7 de diciembre. Su agonía se prolongó por siete días. En su delirio gritaba: Vámonos; lleven mi equipaje a bordo. No nos quieren en este país. ¡Vámonos!
Escribe Masur: “El barco que debía transportarlo estaba anclado en el puerto, a la espera: era el barco de la muerte. El 17 de diciembre de 1830, a la una y cinco de la tarde, se embarcó en su viaje final a una tierra de gloria. Su fama, como profetizó aquel alcalde indio, continuó creciendo “Como crecen las sombras cuando el sol declina”.
Cita de Mario Briceño Iragorry:
—Para nosotros Bolívar no figura en la lista de “los fieles difuntos”. Bolívar no es un difunto. Bolívar es el héroe permanente y ubicuo. Bolívar nunca estuvo más vivo que ahora. Su espíritu ciérnese sobre el féretro que el pueblo venezolano lleva a hombros. Él está vivo, y si muchos lo miran como muerto, debemos luchar tenazmente contra tal idea. Bolívar murió para aquellos que quisieron hacerse sus albaceas. Y ha sido durante los largos años de nuestra historia, un muerto cuya fama sirvió para lustre a todas nuestras deficiencias. Porque no debemos olvidarlo: volvieron las cenizas del héroe, más quedó vigente por muchos años el decreto que lo había expulsado de nuestra Patria.
¡Gringos Go Home!
¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!
Hasta la Victoria Siempre y Patria Socialista.
¡Venceremos!
manueltaibo1936@gmail.com