Una explicación necesaria
No es un secreto para nadie que he asumido posiciones que pudieran calificarse de extremas, en cuanto a la revolución bolivariana y sus objetivos. Tampoco es un secreto mi inclinación marxista-leninista, cuestión que nunca he ocultado y me precio de señalar, en un país que hasta hace poco era un “pecado” comulgar con las ideas comunistas y que, de igual manera, te estigmatizaba como locuaz trasnochado ñángara, apartándote de cualquier proyecto, de aquel estado que hemos insistido en llamar IV República y que aún sigue luchando por sobrevivir.
Hago esta aclaratoria inicial porque creo firmemente en Hugo Rafael Chávez Frías, quien ha demostrado, en todas y cada una de las situaciones de conflicto, tener en sus manos la razón, además, ha demostrado ser el estratega que sabe retroceder ante un obstáculo insalvable en su momento y luego rebasarlo sin esfuerzo alguno, para finalmente entregarle al pueblo venezolano las victorias que hasta ahora se han obtenido en el proceso revolucionario.
Cuando el Comandante Hugo Chávez ordenó enterrar la lista de Tascón -palabras textuales-, entendí perfectamente a qué se refería. Una lista que nació desde lo más reaccionario de la derecha, que sirvió para humillar a muchos empleados del sector privado, que sectorizó y enmudeció a muchas familias que dependían de un salario, que sirvió de excusa para atemorizar a una buena parte de la población que dependía de la locura de los empresarios privados, no podía obtener resultados positivos en la administración pública, incluso, si el carácter inicial de su aplicación estaba destinado a descubrir el gigantesco fraude de SUMATE y, la posibilidad cierta de propinar un golpe de estado por la vía electoral.
Efectivamente, su consulta sirvió para ubicar aquellos personajes que estaban en puestos claves del estado y sirvió además, para monitorear el compromiso revolucionario de quienes tenían el deber y el poder de efectuar esos cambios desde puestos que pudieran ser vulnerados o penetrados por la ultraderecha. Sin embargo, de esos puestos directivos se pasó a puestos de menor importancia hasta llegar al del obrero o simple ejecutor de trapo y balde. No sólo se empezaron a emular las acciones fascistas impuestas en la empresa privada, donde no se salvaba ni el jardinero, sino que se creó el caldo de cultivo para acciones personalizadas de odio encarnizado que agitaron las miserias humanas, el hecho puntual, el chismorreo de pasillo, las diferencias banales, las envidias míseras y el tonteo que terminó por marcar a muchos compatriotas.
De donde son los cantantes…
El fenómeno del chavismo nace con una frase que, aún hoy, teme la oligarquía. Aquel “Por ahora” que lanzó Hugo Rafael Chávez Frías el 4 de febrero, despertó la conciencia de un pueblo al que habían sometido a verbenas quinquenales. Aquel Teniente Coronel que se alzó contra el sistema corrupto impuesto por el Pacto de Punto Fijo, obraría el milagro de convertir a adecos, copeyanos, masistas, comunistas, socialistas, liberales, conservadores, maniqueos, reaccionarios, perezjimenistas y anarquistas en una sola masa ávida de justicia social, política y económica. En consecuencia, no es difícil afirmar que el chavista de hoy no lo trajeron desde Plutón o la Luna. Simplemente nació de la lucha de clases, esa que se cuece en las calles y que siempre ha generado los cambios revolucionarios en una sociedad maltratada por la desigualdad. Nació de las ambiciones de un sistema que impulsaba la privatización de nuestros recursos naturales. Nació de la arrechera y la impotencia que generaban los testaferros del imperio que insistían en vender el país a costa del hambre del pueblo… el pueblo se hizo Dios y, al séptimo día… nació el chavismo como fuerza invencible multicolor que desde las bases, se prepara hoy para conformar el poder popular.
Esa fuerza enorme arrastró la fe de transformar el país para construir un futuro sin excluidos, un país justo y digno, el país que todos deseamos para nuestros hijos, eso que hoy el Comandante llama el nuevo socialismo; una esperanza de igualdad que va tomando cuerpo en los pueblos de la América Latina, la mestiza, la rebelde. Sin embargo -bueno es señalarlo-, también arrastró los errores que nos fueron inoculados durante cuarenta años de vagabunderías, triquiñuelas, vivezas criollas y actitudes que están totalmente divorciadas de un cambio real en las estructuras del sistema que se debate entre el pasado y el presente. Uno que se niega a morir y otro, que está obligado a parir.
Diferencias conceptuales entre fanatismo y revolución
Más de una vez he atacado cualquier forma de exclusión o racismo. Me he rebelado contra la xenofobia, una de esas expresiones que aún se cuelan desde la inmigración, y he asumido una posición internacionalista porque todos los pueblos del mundo asumen posiciones de lucha que son afines al marxismo. No obstante, he visto a revolucionarios que esgrimen posiciones xenófobas, carentes de capacidad ideológica que les permita argumentar un mediano concepto de defensa de la revolución bolivariana, que sirven de ataque expedito al enemigo fascista.
Por otro lado, no son pocos los camaradas que han rechazado la propuesta hecha por el Comandante Hugo Chávez de enterrar la lista de firmantes. Pareciera que no existieran variables en todos aquellos que no firmaron, que les clonaron la firma, que firmaron convencidos de revocar al presidente o que fueron obligados a firmar en instituciones públicas en manos de la oposición y en las empresas privadas. Tal y como expongo en el caso de la xenofobia, la única argumentación se basa en la “debilidad ideológica”, echando a un lado el altísimo contenido de odio que inyectaron los medios de comunicación y la real posibilidad de perder el sustento diario.
¿Cuántas personas que simpatizaban y siguen simpatizando con el proyecto revolucionario no se vieron obligadas a firmar y hoy, son víctimas del juicio que hacemos a diario, nosotros, los “vergatarios revolucionarios”?
¿Cuántas personas no son juzgadas de “escuálidas” y son excluidas, porque no asumieron una actitud de valentía y prevaleció el miedo a perder un empleo?
Ahora:
¿Qué carajo es ser revolucionario?
¿Revolucionario es aquel funcionario, director de instituto, alcalde, ministro o gobernador -por no decir empleado-, al que se le consigue un crédito por encima de una lista de créditos que no han sido concedidos, porque se dice revolucionario y porque tiene en la mano derecha el “revolucionómetro” que mide a los demás?
¿Es de revolucionarios seguir asumiendo posiciones cuarto republicanas y favorecerse cuando estamos obligados a dar el ejemplo?
¿En qué nos diferenciamos de aquellos que firmaron y ejecutamos con saña, cuando sólo esgrimimos que somos más revolucionarios que la revolución misma?
¿Tengo derecho a juzgar, marcar, execrar y liquidarle el futuro a una persona, cuando estoy en el deber de lograr su integración al proceso revolucionario?
Dentro de la administración pública hay muchos que no firmaron en contra del Comandante y se dicen y se jactan de revolucionarios. Dentro de PDVSA hay muchos que se dan golpes de pecho, realmente no firmaron, y se dicen revolucionarios. Dentro de las alcaldías, gobernaciones y ministerios hay muchos que tampoco firmaron y se dicen revolucionarios. Pero, todos tienen algo en común: Obstaculizan las órdenes emitidas desde las direcciones, retrasan los cambios que se van generando en el proceso, se jactan de ser lo más arrecho que ha parido esta revolución y no hacen nada por cambiar el sistema.
Burocratismo, corrupción, tráfico de influencias, conspiración, chavismo sin Chávez, clientelismo, nepotismo, amiguismo, vagabunderías y una larga lista de miserias heredadas de la IV República, sólo destinadas a conservar el poder y demostrar que tienen control sobre esas pequeñas parcelas de poder… ¡Eso sí! En una vaina son muy buenos: Son expertos en ubicar escuálidos y, ¿por qué no?, también se incluyen los enemigos naturales, los que nacen de la vida cotidiana. Una doble moral que dista mucho de los cambios que se desean y un fanatismo que no soporta una revisión ideológica.
¿Cómo se puede juzgar a los firmantes, si no se ha tenido una conducta revolucionaria y, por ejemplo, un funcionario se permitió acceder a una vivienda en muy poco tiempo, mientras más de un millón de familias, desde hace años, está a la espera de lograr ese preciado objetivo?
Si algunos dirigentes o símbolos de la revolución piensan que tienen más derecho que el pata en el suelo, que el güevón que habita en los cerros, estaríamos mostrando una desviación muy grave y, es inadmisible que pretenda ser juez y jurado a soto voce abjurando de los que firmaron.
Es esa doble moral la que hoy mina buena parte de nuestras instituciones y, es esa doble moral la que no necesita el Comandante Hugo Chávez. Al contrario, estamos en el deber de convertirnos en ejemplo para, en su momento, tener la moral de criticar con la frente en alto.
Chávez: El Salto Adelante
Tengo en mi memoria al guerrillero heroico, Ernesto Guevara de la Serna, cuando se iba a los cañaverales a cortar caña. Aquel Ché Guevara que se colocaba último en la fila esperando su ración de comida, el Ché que curaba al enemigo después del combate, porque, ¡coño!, siempre existe la esperanza de ganarle una conciencia al enemigo, el Ché altruista que terminó sus días en Bolivia dando ejemplo revolucionario de entrega y amor por los pueblos del mundo, ese Ché que no podemos emular, pero que es ejemplo del hombre que deseamos parir, dejando a un lado nuestras bajas pasiones. Porque este pueblo está por encima de los caprichos y las ambiciones personales.
No hay un hombre en este país que haya demostrado más constancia y visión revolucionaria que el Comandante Hugo Chávez Frías. Sus enemigos lo han insultado hasta el paroxismo y, sobre todo, lo han subestimado. Ese ha sido un error histórico que, le costará a la oposición, quinientos años de revolución y a nuestra dirigencia, más de una reflexión.
Si algo he aprendido por encima de mis dudas, es que Hugo Chávez Frías sabe muy bien en qué escenario nos estamos moviendo… ¡Carajo! Por algo está allí, en Miraflores, mientras nosotros nos creemos dueños de la verdad.
Hay que ir con mucho cuidado y no permitir que un acto revolucionario se convierta en un simple acto de fanatismo. Incitar a nuestro pueblo, sin evitar que nuestras emociones intervengan, podría generar un retroceso en el carácter revolucionario de este proceso.
msilvaga@yahoo.com