Refiere Salazar Martínez en sus Historias de Bolsillo que cuando se construía el ferrocarril de Valencia hacia 1875, llegó a esta ciudad, acompañado por su esposa, un ingeniero francés a quien todo el mundo llamaba el conde León. Como en aquella época, al igual que ahora, un título nobiliario embelesaba a nuestra republicana burguesía, la pareja fue bien acogida, aunque nunca faltase algún incrédulo:
Venezolano incrédulo: ¡Qué conde ni qué nada! Yo no sé de donde se les ocurre a ustedes una idea tan peregrina. Su primer apellido es Conde; y el segundo, León, de los que tanto abundan. ¡Conde León y ya basta!
El conde León, sin embargo, no hacía el menor esfuerzo por defender su nobleza, limitándose a sonreír condescendiente, cuando se le inquiría sobre el particular. Era un hombre entrado en años, regordete, ventrudo y amable; que veneraba dos figuras, la del Libertador y la de Napoleón.
Conde León: (Con acento francés) Bolívar, luego de Napoleón es el más grande hombre nacido de mujer…
Venezolano: (Irritado) ¿Cómo que después de Napoleón? Primero que Napoleón y que todo el mundo. ¡Y ojo e ‘garza si dices lo contrario, Musiu!, porque te clausuramos el contrato…
Conde León: Esta bien, amigos míos, no fue mi intención ofenderos…
Esposa del conde: ¡Deja de contar tonterías! Hablemos de otras cosas. A mi marido, a pesar de su veneración por Bolívar, no se le puede tocar al Emperador…
Venezolano: ¿Y Napoleón era tan chivato, como se dice?
Conde León: ¡Chivato es poco! Además de gran militar y estadista era un hombre de gran corazón…
Dama: ¿Napoleón era como Bolívar?... quiero decir, ¿era enamoradizo?
Esposa del conde León: Decía el sabio Berthelot que “por no haber hecho gemir los colchones hizo gemir al mundo”.
Conde León: ¡Vamos mujer! Esas no son formas de hablar del Emperador…
Esposa: Bueno, muy buena suerte no tuvo con las mujeres… Hay que ver la caramera que le puso María Luisa.
Conde León: ¡Esa era una ramera infeliz! (Avergonzado) Perdonad, amigos, pero las palabras de mi mujer me han sacado de quicio. Napoleón tuvo tres grandes amores: Desirée; la polaca María Waleska y Josefina, la hermosa criolla… y para su desgracia a María Luisa, la hija del Emperador de Austria.
Dama: ¿Napoleón dejo hijos?
Conde León: Tres, señora mía. Uno con María Luisa, el célebre Aguilucho, Napoleón II, el Rey de Roma. Otro con María Waleska; y un tercero con una bailarina, una pobre mujer sin importancia.
Dama: (Curiosa) ¿Que ha sido de ellos?
Conde León: El rey de Roma murió precozmente. Se dice con insistencia que fue envenenado por su propio abuelo… El hijo de María Waleska tiene un gran título… y el hijo de la bailarina, es un poco tarambana… Lo conocí en París, poco después de haber regresado de Bogotá, donde conoció al Libertador.
Venezolano: (Incrédulo) ¿El hijo de Napoleón conoció al Libertador?
Conde León: Al mismo. A él precisamente le debo mi entusiasmo por vuestro país. Ama tanto a Venezuela como a Napoleón.
Esposa del conde León: A mí ese hombre me revienta… ¡Es un cretino, un imbécil!...
Conde León: ¡Calma, por Dios mujer! ¿Qué pensaran los amigos?
Esposa: Precisamente, lo que yo quiero… aparte de que yo no creo que ese infeliz sea hijo de Napoleón… Su madre era una trota-calles.
Conde León: No hables de tal manera, querida. A mí me consta que era una buena mujer… El Emperador siempre estuvo pendiente de su hijo… Le asignó una pensión vitalicia de 10.000 francos.
Esposa: Que los Borbones se encargaron de suprimir apenas retornaron al trono.
Conde León: Pero que el Rey Luis Felipe y su primo Napoleón III restablecieron, aparte de reconocer el título después concedido por el Emperador.
Venezolano: Dígame una cosa, conde León, ¿usted conoció a Napoleón Bonaparte?
Conde León: ¡Ciertamente, amigo mío! Era yo muy chico cuando tuve el inmenso honor de conocerlo en las Tullerías… Habló conmigo con simpatía. El Gran Corso era de una ternura infinita, y en particular con los niños. Escuchen este cuento y luego me dirán lo que piensan. La noche de Navidad, el Emperador llegó al castillo de unos condes franceses enemigos de la revolución y que vivían en Austria. Eran nobles de los que huyeron de Francia en los tiempos del terror. Como era natural, odiaban a la Francia revolucionaria y a su Emperador. Haciendo de tripas corazón, se prepararon para recibir al General triunfante:
Conde: ¡Bienvenido a mi morada, Sire!
Napoleón: Tenéis un hermoso palacio, señor Conde.
Napoleón: ¡Oh, que hermoso! ¡Ya me olvidaba de que esta noche era Navidad! Veamos que piden vuestros niños…
Conde León: El hijo menor del Conde era un chico de unos siete años. A pesar de todas las prédicas antifrancesas, amaba secretamente a su país, al Emperador y a su glorioso ejército. Por eso Napoleón no pudo contener su asombro al leer la carta dirigida a San Nicolás: “Père Noël, tráeme soldados franceses.” Al día siguiente, antes de partir a una batalla decisiva, Napoleón pasa revista a su ejército de cien mil hombres. De un lado está la caballería con sus vistosos uniformes. En la explanada toda la infantería. Al fondo, los mariscales del Imperio. En sus brazos el Emperador lleva dormido al niño. Cuando la banda marcial rompió con el himno revolucionario (La marsellesa), El Emperador lo despertó, afable:
Napoleón: Eh, pequeño, San Nicolás ha cumplido su promesa…
Luego de la reunión, uno de los matrimonios presentes comenta:
Dama: ¡Qué bonito el cuento que echó el conde sobre Napoleón!
Venezolano: Pero la que no lo puede ver ni en pintura, es la mujer.
Dama: Es demasiado joven para él. El conde no baja de los sesenta años, setenta diría yo…
Venezolano: Bueno, al fin llegamos. Mañana tendremos que salir muy temprano el Conde y yo para Puerto Cabello para coger el barco que nos lleve a Carúpano… La mujer se quedará en Valencia. Así descansará el uno del otro.
A los pocos días de haber llegado a Carúpano, el Conde León fue víctima de la fiebre amarilla. Poco antes de morir dijo a su amigo, el señor Orsino, cónsul de Italia:
¿Sabéis una cosa, amigo mío? Yo soy el tercer hijo de Napoleón. En mi baúl encontrareis objetos de su pertenencia, entre otros, un mechón de su cabellera.
El hijo de Napoleón fue embalsamado y sus restos fueron guardados en una urna de zinc, a la espera de que fuesen reclamados por su intemperante mujer. Como quiera que el tiempo pasó y la viuda no dio señales de vida, fue enterrado en el cementerio de Carúpano, donde su tumba seguramente desapareció tragada por el olvido. ¿Será cierta esta historia que recoge Salazar Martínez, de que el tercer hijo de Napoleón murió tristemente en Carúpano? Las fechas, por más que se alarguen, casi no alcanzan. El historiador Gérard Masur sin embargo refiere que el Conde León, hijo del Gran Corso, llegó a Venezuela con el propósito de servirle al Libertador. Cierta o falsa esta conseja no deja de ser interesante para exaltar la imaginación.
—Cita de Mario Briceño Iragorry: Debemos ver a Bolívar no como difunto, sino como el héroe que renace para el triunfo permanente y cuya apoteosis ahoga la misma voz del muerto. Debemos tenerle cerca para escuchar sus admoniciones y enseñanzas y así medir nuestro deber en el campo de la dignidad humana.
¡Gringos Go Home!
¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!
Hasta la Victoria Siempre y Patria Socialista.
¡Venceremos!
manueltaibo1936@gmail.com