La democracia puntofijista

La clase política que dominó la escena nacional a raíz del derrocamiento del gobierno desarrollista del general Marcos Pérez Jiménez que agudizó la fractura de la sociedad, quebró al Estado; y ha obligado a la aceptación del modelo desarrollista —esta vez con apoyo foráneo—  que ha agudizado la profundización de la brecha en la ya seriamente dividida comunidad nacional. Sin embargo, el fracaso de la clase política no ha significado su derrota, y ello ocasiona la lucha que se escenificó  dentro de la mascarada del combate a la corrupción, en la cual el objetivo central era la derrota de la burocracia y su consiguiente subordinación a la burguesía.

En la transición de la Venezuela perezjimenista hacia la democracia puntofijista puede apreciarse un desenvolvimiento armonioso y natural con los conflictos inherentes a la transición. Era quizás una sociedad prejuiciada y de privilegiados a la que no llamaremos inicua porque no llegaba a tanto, pero igual a como es ahora con grandes diferencias entre la burguesía y el pueblo, cuando unos detentan la riqueza y la mayoría sufre toda clase de penalidades.

El derrocamiento de la dictadura el 23 de enero de 1958 con apoyo del imperialismo, secundada por militares y civiles ambiciosos, señaló el advenimiento, cónsono con los nuevos tiempos del auge de las masas y el advenimiento de una nueva clase política. En ésta, el comportamiento y la tradición tenían mucho menos importancia, privando por encima de todos los demás los logros materiales el poder y el dinero.

Cuando al huir el general Pérez Jiménez dejando inconclusa su obra material, se inició el ensayo “democrático”. Muchos síntomas de vuelta a la anarquía y desajuste institucional entre la realidad y lo que se pretendía alcanzar empezaron a cernir sombras sobre el futuro del país. Para instaurar la democracia se instauró un exaltado predominio de la forma sobre la esencia. Con los gobiernos de Rómulo Betancourt, Leoni y Rafael Caldera dichos síntomas se fueron convirtiendo en un diagnóstico de fracaso. La Reforma Agraria desembocó en el más completo caos, fuente primigenia de corrupción, y el país no logró producir ni siquiera lo necesario para su subsistencia. El desarrollo industrial tomó el atajo del ensamblaje y excepto en el ramo textil no pasó de una producción mala y escasa de bienes de consumo. Pero fue sobre todo en la construcción de viviendas donde se hizo más notorio el fracaso. El incremento demográfico y la sobrepoblación en las áreas urbanas hizo cada vez más notorio el desfase entre los requerimientos y la capacidad de construir.

Las cien mil casas por año, ofrecidas por Rafael Caldera, eran insuficientes para atenuar el déficit habitacional, pero tal proyecto ni siquiera fue cumplido en un 25%. Viviendo al igual que sus cochinos y gallinas en ranchos miserables, los venezolanos vieron frustradas todas sus esperanzas de rehabilitación. Su situación empeoró aún más por la afluencia de colombianos indocumentados que compitieron con su poca voluntad de trabajo.

No eran personas verdaderamente cultas y preparadas quienes iban a asumir el poder y sustituir a la vieja aristocracia. De estadistas no tenían un coño y muy pronto lo demostraron con el fracaso durante el quinquenio de su primera gestión.

En nuestra vida política el ejemplo más notorio fue precisamente Rómulo Betancourt, que era nulo como gobernante… Jamás ha trabajado para ganarse la vida, si se exceptúa la época en que explotaba una pulpería (que quebró) en Barranquilla… Raúl Leoni no brillaba más. Sus actividades profesionales apenas produjeron para beber ron en bares baratos. Gonzalo Barrios era inteligente, con buenos modales, pero perezoso. Ignoraba todo de la administración pública. Y así fueron todos ellos, tanto adecos como copeyanos.

Rómulo quien, reputado como un revolucionario que atemorizaba a la burguesía, en los años treinta y cuarenta, terminó por convertirse en el más decidido defensor de las adineradas clases sociales, terminando por asociar a ellas su organización política. El Partido Acción Democrática es también el mejor ejemplo; dejó de ser un instrumento de lucha social y ya no observó una actuación correcta, decente, honesta en el ejercicio de la política.

Esta nueva clase ha venido formando la oligarquía del dinero con los hijos y parientes de los llamados líderes y el perraje partidista, se basaba en el dinero, en el dinero robado. Para el año 1958 esta gente eran unos limpios. No tenían ni siquiera un apartamento como los del 23 de Enero, y hoy son dueños de bancos, financiadoras, fábricas, empresas e industrias.

En una rebatiña impresionante jamás vista ni en el siglo pasado cuando una facción “revolucionaria”  asaltaba el poder, empezaron el reparto de cargos y prebendas entre los miembros del Partido, que empezó a llamarse “del pueblo”, sin distinción de si eran preparados técnicamente o culturalmente.

Había más puestos que adecos, y para poderlos colmar con gente afecta  el reclutamiento indiscriminado era el único procedimiento adecuado. Las oleadas de personas queriendo afiliarse a la nueva esperanza de lucro no pudo ser contenida ni regularizada sino hasta cuarenta años más tarde, el 2 de febrero de 1999, cuando se invirtió el impulso.

Pero tras las bambalinas germinaba ya el desagrado y la voluntad de corregir el fracaso. Una vez consolidado en el poder el sectarismo de Acción Democrática y puesta en evidencia su incapacidad administrativa, el descontento surgió en las filas del pueblo que le había confiado el destino de la república como si ésta fuera una bodega de fácil administración.

En Venezuela la riqueza fácil y la abundancia perduraron durante esos cuarenta años y al caer el país en manos de un sistema en el cual sus hombres y mujeres estaban identificados no solamente con la incapacidad, sino también con la corrupción y baja ralea moral, a falta de ese colapso regenerador, no se podían vislumbrar mecanismos de corrección capaces de enmendar el desastre. Los venezolanos, con la excepción de unos cuantos estudiantes que se echaron al monte para buscar por medio de las armas un remedio a lo que ellos consideraban una injusticia social y una aberración nacional; pero sin embargo la masa en su mayoría renunciaron al combate y a su seguridad, aunque no al amor, en aras del disfrute de las bienandanzas que les deparaba la riqueza fácil.

La situación de administración de justicia en Venezuela constituyó el ejemplo más vivo de esa degradación moral en que se encontraba sumida, pues el grado de corrupción, venalidad y mediatización política iba desde el más ínfimo tribunal de parroquia hasta la Corte Suprema, pasando por el propio Consejo de la Judicatura.

Esa ilicitud de la justicia no se refiere solamente a los casos donde se encontraba involucrada la política o altos funcionarios del gobierno, sino que se extendía a todos los aspectos tanto penales como mercantiles de la vida institucional de la nación.

Existe la firme convicción de que en tiempos de Juan Vicente Gómez o Marcos Pérez Jiménez al menos la justicia ordinaria, toda aquella que se refería a las relaciones entre las personas y no estaba relacionada o afectaba los entes dictatoriales, funcionaba con bastante imparcialidad o, usando una redundancia viciosa de expresión, “con justicia”. 

¡Pa’lante Comandante, lucharemos, viviremos y venceremos!  

manueltaibo1936@gmail.com



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Manuel Taibo


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