Estoy siguiendo con gran interés el revuelo que se ha levantado la eliminación de "La Hojilla" de la Televisión Venezolana, así como otros artículos aparecidos en Aporrea denunciando las tensiones que están apareciendo dentro (y fuera) del MVR entre los que pretenden dirigir la revolución bajo consignas estrictamente partidarias y los que no siguen consignas si no coinciden con su propia apreciación de la situación. Y no resisto a la tentación de poner mi granito de arena en este debate, con la sana intención de contribuir a aclarar las claves de este proceso, apoyándome en las lecciones que nos ha proporcionado la historia de las anteriores revoluciones de parecido signo.
Vaya por delante que al creador de "La Hojilla" lo conocí a través de Internet, cuando La Hojilla salía solamente en la citada Web. Era cuando inicie la andadura de una página Web: Doctorlandia. com y le pedí permiso para utilizar una caricatura que publicó en Aporrea con un hombre con el pelo blanco que se parecía mucho a mí. Me contestó diciendo que esa caricatura era de su padre, ya fallecido, un emigrante gallego, del cual había recibido grandes lecciones. Yo seguía con interés su "Hojilla" de la página Web, que daba siempre en el blanco. Le perdí la pista cuando se pasó a la Televisión. Cuando estuvimos, mi esposa y yo en Caracas (en abril de 2003, con motivo del Encuentro Internacional) intenté localizarlo e incluso hablé con él por teléfono, pero no pudimos encontrarnos. Al parecer andaba muy ocupado.
Quiero centrar la atención en un punto que considero capital para este análisis: Esa resistencia al cambio y ese camaleonismo de los que tenemos alrededor (sean jueces, políticos, policías, funcionarios de cualquier punto de la escala e incluso nuevos desconocidos que se integran en las asociaciones populares para medrar) la vamos a encontrar sea cual sea la bandera que enarbolemos, con tal de que esa bandera se haya impuesto sobre las demás. Donde vas Vicente, donde va la gente. Al chavismo, pues al chavismo. ¿Qué discurso hay que aprenderse? Si me apuran, lo recito mejor que el propio Chávez. Y a vivir, o sea, a prosperar.
Este cinismo pasa de debates ideológicos e incluso de las particulares de cada proceso revolucionario, en el sentido más amplio de la palabra. Lo hemos visto en Rusia, tras una insurrección popular, lo hemos visto en China, tras una Larga Marcha y la tomada de las ciudades por los campesinos en armas y la hemos visto en Cuba con el triunfo de una guerrilla. (La situación mundial ha cambiado mucho y es posible y altamente deseable que Cuba no acabe como los países ex-socialistas.) Esto es como una apisonadora que pulveriza toda "teoría revolucionaria", este es el muro invisible, pero de piedra con el que tropezaron todos los constructores de lo que rápidamente se transformaron en "cartillas revolucionarias", incluso muy a su pesar.
Recordemos a Lenin, recomendando a los miembros del partido que se leyesen todas las actas de las reuniones para entender el porque de las disensiones dentro del partido, (¿cuántos lo hicieron?) o afirmando (en un estudio sobre Hegel que no encuentro en este momento, con la biblioteca en estado caótico) que no se puede comprender el marxismo sin haber leído de cabo a rabo la "Lógica" de Hegel. (¿Cuántos se han dado al trabajo de iniciarla siquiera?). Tomemos un aspecto de su crítica a la realidad que se repite muy frecuentemente en buena parte de sus escritos, que fue escrita en medio de una lucha social semejante a la que atraviesa ahora Venezuela:
"Sí, esta conciencia sé halla oscurecida hasta lo increíble. Con nuestros métodos artesanos de trabajo hemos comprometido el prestigio de los revolucionarios en Rusia: en esto radica nuestra falta capital en materia de organización. Un revolucionario blandengue, vacilante en las cuestiones teóricas, limitado en su horizonte, que justifica su inercia por la espontaneidad del movimiento de masas, más semejante a un secretario de tradeunión que a un tribuno popular, sin un plan audaz y de gran alcance que imponga respeto incluso a sus adversarios, inexperto e inhábil en su arte profesional (la lucha contra la policía política), ¡no es, con perdón sea dicho, un revolucionario, sino un mísero artesano!
Que ningún militante dedicado al trabajo práctico se ofenda por este duro epíteto, pues, en lo que concierne a la falta de preparación, me lo aplico a mí mismo en primer término. He trabajado en un círculo que se asignaba tareas vastas y omnímodas, y todos nosotros, miembros del círculo, sufríamos lo indecible al ver que no éramos más que unos artesanos en un momento histórico en que, parafraseando el antiguo apotegma, se podría. decir: ¡Dadnos una organización de revolucionarios y removeremos a Rusia en sus cimientos! Y cuanto más frecuentemente he tenido que recordar el agudo sentimiento de vergüenza que experimentaba entonces, tanto más se ha acrecentado en mí la amargura sentida contra esos seudosocialdemócratas, cuya propaganda "deshonra el nombre de revolucionario" y que no comprenden que nuestra obra no consiste en abogar por que el revolucionario sea rebajado al nivel del artesano, sino en elevar a éste al nivel del revolucionario." (Obras escogidas. Editorial Progreso, pág 223)