Tratando de deponer con ello el conocido aforismo marxista “La violencia es la partera de toda vieja sociedad preñada de una sociedad nueva”
El poder de respetar la ley haciendo uso racional de la Libertad, y, el poder de infringirla haciendo un mal uso o irracional delimitan el Estado de soberanía.
Así pues las leyes morales no nos son impuestas por ningún ente, ni siquiera por Dios, sino que nos las imponemos nosotros mismos actuando racional y libremente, si queremos una sociedad más justa tenemos que actuar de manera tal que haya fronteras que ni leyes ni políticos gobernantes estén autorizados a traspasar. Sin confundir la búsqueda de la libertad pública desde lo antes expuesto con el gusto por la libertad pública.
Invalidando el que las leyes se hagan solo para el pueblo llano, siendo a la vez más débiles y más numerosos necesitan restricciones que no le atañen ni tienen que ver con el hombre poderoso. Así en todo gobierno lo esencial es que el pueblo no invada nunca la autoridad de los poderos o poderosas.
Con la idea fija de que podemos tener como deber el aliviar el sufrimiento humano, la consabida justicia social de mejorar las condiciones de oportunidades a los menos favorecidos, que aunque esto no formen parte de una obligación moral individual conforman la necesidad de la pluralidad y mutualidad de los acuerdos recíprocos como el poder soberano de lo verdadero y legítimo de la revolución, así con ésta visión se parte de la idea de que cada nación tiene derecho a elegir por sí misma y para sí misma la forma política de gobierno que considere más adecuada para su estado de crecimiento espiritual y material para su felicidad.
Ahora el problema planteado a los revolucionarios es el reconocimiento no solo de un grupo de autoridad probo, sino la genérica incorporación de la doctrina colectivista en pensamiento y acción a través del sistema educativo a la conciencia posible como norma moral superior que otorga validez a todas las leyes hechas por suscritos o no acuerdos colectivos para el desenvolvimiento social en todos y cada uno de los ámbitos nacionales, ya que es irrefutable, en el caso venezolano el surgimiento-origen, o más académicamente la ontología actual del poder otorgado legitimo desde las raíces popular- etnicidad a los de arriba donde se tratará de realizar la felicidad colectiva en función de la esencia doctrinaria que le prescribe genuinamente, y por ello necesaria de un código ético, por lo tanto, no habrá y no hay soberanía más que con una condición: no tener la efectiva eficacia de la eficiencia del poder, que es acción a entender administrativamente la cosa pública; como saber lo que es malo y lo que es bueno para su transformación eficientemente propia y productiva
Así pues las normas que fijan esas fronteras provendrán del derecho natural conjuntamente en el marco cultural de socialización aunado a las nuevas legislaciones, que en el caso venezolano es progresistamente inédito al desarrollo histórico en ciernes de una revolución socio-política aceptando en común las normas como parte esencial del ser humano normal, teniendo clara que la aceptación absoluta de la inviolabilidad de la libertad individual en el desplegado ejercicio republicano constructor de naciones, adviniendo entonces que solo los derechos y no el poder pueden ser considerados como absolutos.
De manera tal que toda la humanidad entendida en sus derechos cualquiera sea el poder que los gobierne tienen que rehusarse a comportarse inhumanamente porque hay fronteras dentro del sistema “soberano” existen en virtud de lo anterior trazadas artificialmente para que los hombres no las violen o trasgredan. Con ello es obligatorio el que la razón pura tenga que someterse a la crítica de todas sus empresas.
Con ello suponemos el reconocimiento de la valides de barreras morales que circunscriben toda razón de Estado que preservan nuestra libertad y con ello una soberanía básica e imprescindiblemente independiente de la imposición de la voluntad de un hombre sobre otro.
Así la soberanía popular dejaría de ser una expresión sin sentido práctico y asistiría evolucionada a través de las adquisiciones históricas como las nuevas jurisprudencias en constituciones suscritas a los contratos sociales de democracias participativas y protagónicas populares sin destruir la virtud del electo gobernante ni la de sus electores como autoridades soberanas que es esencial fomentar para preservar.
Así, del Estado en cuanto orden administrativo en asociación empresarial respaldado por la ideología socialista concretamente real, ingresara a las naciones en vías de desarrollo dirigido a fines determinados como por ej. La educación gratuita y obligatoria, derechos y seguridad social entre otros bienes para y por la dirección del sistema político económico de regular los contratos laborales, fijar un salario mínimo, conceptualizar propiedad privada, dinero, trabajo … procurar el pleno empleo, garantizar el subsidio a los desempleados, es decir, estimular el estado popular de bienestar absoluto.
La política desde ésta amplia perspectiva necesariamente humanista tiene que ver con la deseabilidad de las condiciones civiles que han de respetarse a fin de llevar a ciertas acciones concretas que los ciudadanos dispongan por sí mismos, más no para sí mismos, de cara al sustantivo interés colectivo. Aunque es de destacar que es utópico pero no por ello involutivo.
El Estado donde predomina este sistema es de buenos vecinos –el Estado–Comuna- unidos por un mínimo de organización social establecida e indestructible, donde no se impone lo que arbitrariamente tengamos que decir y, en cambio nos proporciona los recursos casuísticos para comunicar lo que pluralistamente está ligado al sentir colectivo necesario que elegimos decir. Con ello se fortifica una especie categórica socialista de Estado moderno incluyendo la familia de hombres y mujeres que no representan la individualidad servil como una especie de indigencia espiritual sino una familia inmersa en el promulgado Estado Docente.
Así, dejara la oligarquía y la aristocracia de manifestarse como impuesto externamente y no como el poder de la esencia política universal de la soberanía de la moral común con el principio ético del ejemplo como motivación colectiva y, donde la principal pasión política no es el poder en sí y para sí mismo, confundiendo las verdaderas y prosperas pasiones políticas de la valentía, la búsqueda de la felicidad pública, el gusto por la libertad publica, el atractivo tendente a la superación individual como nacional reflejado equitativa y proporcionalmente en desarrollo con crecimiento social de las excepcionales virtudes bajo cualquier circunstancia.