Con su claridad característica, Carlos Marx advirtió hace más de 160 años que las ideas de la clase dominante, la que ejerce el poder material en la sociedad, es quien fija las ideas desde las que se piensa y explica la clase dominada. La historia no ha hecho más que confirmarlo.
Cada idea, que comienza siendo un esbozo, quizás un atrevimiento, se va fortaleciendo en razón de su incidencia social y es impulsada por prácticas que le van dotando de legitimidad. En un proceso político como el venezolano, donde se confrontan opciones tan marcadamente diferenciadas, las ideas y sus debates se posicionan en un primerísimo plano, las cuales obviamente no nacen de los árboles ni se generan espontáneamente: son pensadas por alguien y para algo.
Por esta razón y por muchas otras que pueden anclarse en el espacio de lo ético y de la consistencia ideológica, resulta preocupante que recientemente hayan copado espacio en el debate nacional algunas ideas que por su aparente conveniencia momentánea sean separadas de quien las dice.
Específicamente quiero referirme a la importancia que algunas personas abiertamente identificadas con la Revolución Bolivariana, y aún algunos de los que actúan como sus voceros, han otorgado a declaraciones por ejemplo de Rafael Poleo o Didalco Bolívar; el primero, abierto opositor no sólo de las políticas de Estado sino mucho peor, a los propios intereses nacionales y el segundo un político que tras un supuesto compromiso revolucionario estuvo 2 años prófugo de la justicia que lo requería por el eufemismo de “irregularidades administrativas”. Considero que es un grave error no dejar abierta la posibilidad –una grande, así lo creo- que estos trapos rojos terminen siendo parte de una estrategia contrarevolucionaria.
El descarnado oportunismo con el que algunos asumen los comentarios coyunturales de personajes como esos hace un flaco favor a la solvencia moral que debe ser un valor estructural de cualquier proceso revolucionario. Aplaudir mecánicamente aquello que de momento pareciera convenir es un obvio error que vulnera la base moral del proceso, su principal bastión.
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