La globalización no es lo que la mayoría piensa: una forma de estar interconectados con el resto del planeta, agilización de las comunicaciones o la interrelación económica que permite el flujo de capitales que se desplazan de un lugar a otro para beneficio general. No, esto no es más que una ilusión. La globalización es un planteamiento económico bien estructurado por los países hegemónicos que buscan captar con mayor eficacia y rapidez mercados para colocar sus productos (mayoría de ellos innecesarios) para el consumo masivo.
Para esto se valen de la velocidad en las comunicaciones y de las nuevas tecnologías. Los capitales fluyen pero eso sí controlados por las macrocorporaciones que focalizan la riqueza en un sector bien reducido dejando a más del 90% de la población del mundo sumida en la pobreza. Por consiguiente, la globalización produce un uso desmedido del espacio y sus recursos, pues a mayor producción más territorio y materias primas se necesitan.
Con la globalización la competencia se hace aún más desmesurada, desleal y egoísta pues los grandes monopolios asedian y aniquilan a las pequeñas empresas y desarticulan las estructuras productivas de los países empobrecidos. Los capitales se vuelven itinerantes y fantasmas, ya que se desplazan de un país a otro de acuerdo a las ventajas que brinde cada país para la obtención de mayores ganancias, otros capitales solo aparecen en inversiones fugaces de acuerdo al esnobismo del momento. Es decir, el capital invertido no es para contribuir desprendidamente con las finanzas nacionales o para auspiciar el fortalecimiento de la industria, no, está allí por el plusproducto tan lucrativo que se genera en los países de la periferia. El proyecto global-neoliberal pide puertas abiertas a los países periféricos para que el capital multinacional se instale sin mayores problemas, es decir, reglamentación jurídica amoldada a sus intereses, bajos impuestos, salarios paupérrimos, explotación de mano de obra al máximo y entrega total de los derechos laborales, entre otros. Es tanto como darle la llave de nuestra casa a un ladrón para que nos robe.
La globalización no es otra cosa que una dinámica que nos inserta en la lógica del capitalismo neoliberal consumista a escala mundial, eso sí, de manera muy desigual y desventajosa para nuestros países dependientes. Esto que han denominado globalización o mundialización de la economía afecta todos los ámbitos del quehacer cotidiano de las sociedades. Se generan cambios alimenticios ya que se imponen pautas de consumo, de horario, afecta el idioma y se insiste en el consumo desenfrenado, por si fuera poco jerarquiza mucho más las sociedades pues las divides entre quienes acceden al nuevo modelo y quienes no.
No creemos que esta etapa global-neoliberal significa el umbral de los modelos socioeconómicos al estilo apocalíptico de Francis Fukuyama. Preguntamos ¿No hay respuestas alternas ante los desastres inminentes de la globalización y su aliado el neoliberalismo? Existen pero los países hegemónicos se han encargado de ahogarlas pues representan un peligro para los intereses de los capitales multinacionales. Las contradicciones generadas por el capitalismo neoliberal en el ámbito mundial no pueden ser superadas bajo la dinámica de su lógica depredadora y desigual. Hoy más que nunca se hace necesaria una alternativa humanizadora que devuelva al hombre su papel creador, colectivo y humanitario. Solo así la tecnología y la producción estarán al servicio de las mayorías.
Las medidas neoliberales son desastrosas en cualquier momento y hacen transitar a los pueblos del mundo hacia la pobreza más desproporcionada. Solo por citar un caso tenemos el Milagro Argentino convertido en el peor desastre económico de América. Preguntamos ¿Dónde están los capitales multinacionales? Sencilla la respuesta, lograron su cometido de lucrarse y emigraron.
Las medidas que propone la oposición venezolana son desastrosas, pues implican acrecentamiento de las políticas neoliberales y la subordinación ante el bloque hegemónico para que deje lamer a los capitalistas nacionales las migajas de la globalización. Es decir, la aplicación sin ningún recelo de un paquetazo que exija mayores sacrificios que los actuales y que, además, se entreguen las empresas y los recursos naturales de la nación a los consorcios transnacionales. Por lo que se ve esto no es ninguna salida alternativa a la crisis.
Por tanto, sin ceder a los deslices neoliberales del gobierno, pero sin lanzarnos a los brazos de la retorcida, virulenta y malintencionada oposición; debemos impulsar un cambio de rumbo. La tarea es la organización de los marginados y excluidos del sistema para luchar por la profundización de la democracia participativa. Rescatar el sentido social de las políticas económicas e impulsar la verdadera revolución. Ése es el camino a transitar y no el de la retórica de la ilusión televisiva.
(*) Docente e investigador
LUZ - Facultad Experimental de Ciencias