El Coronavirus y el triunfo del capitalismo digital

No se puede negar que las previsiones y la mayoría de las políticas sanitarias y de aislamiento para frenar el Coronavirus han sido acertadas. Lo que observamos es que el virus nos ha empujado más al mundo digital impulsado por el capital mundial desde hace años. Estamos ante un momento liminal que ha sido la excusa necesaria para restringir aún más la libertad. La proliferación del pánico a escala global nos distancia e impide acercarnos a otros seres humanos por temor al contagio. Esto no es nuevo, el capitalismo ya había impuesto esta lógica globalizadora que nos aislaba cada vez más. Pero para su satisfacción, el Coronavirus le permitió acelerar la vigilancia y el control social.

El mundo virtual tomó posesión de la realidad. No hay posibilidades de corroborar los ámbitos sociales a través de lo empírico. Nuestros sentidos se activan y desarrollan frente a una pantalla, pero no en la interacción física con otros individuos. Con el Covid-19 se privilegia lo metafísico, esa parte de la realidad construida desde lo aparente. La hegemonía del consumo visualiza un futuro en el que la dominación establece una agenda para simplificar la realidad y producir zombis con cerebros corroídos por el capital. La era virtual se ha trasformado en el Mefistófeles del siglo XXI, que hace que los individuos sigan su lógica, designios e ideales casi alucinando realidades.

La sociabilidad que permitió a la especie humana los lazos de solidaridad necesarios para mantenernos y desarrollarnos en el planeta, está siendo dejada a un lado. El distanciamiento que prevalece ante el miedo a contaminarse con el virus nos está haciendo perder parte importante de la condición humana y aceleró la sociedad del encierro individualista. A medida que se amplía el aislamiento aparecen brotes del egoísmo más profundo.

Los seres humanos portadores del virus son tratados como leprosos, ni se les mira. Solo les queda el confinamiento absoluto, a veces hasta morir en la soledad de las paredes del hogar. La enfermedad ha hecho salir lo mejor y lo peor de las personas. Se debaten entre la solidaridad y el individualismo debilitándose el tejido social. La solidaridad y el apoyo han sido restringidos a la familia nuclear. La familia extendida, el barrio, la comunidad se ve lejana desde la ventana. En nuestros países la interacción cara a cara venía limitada por la era de Internet. La consigna que el capitalismo ha incentivado en tiempos de Coronavirus es que la interrelación entre seres humanos está llena de peligros, que el encierro genera seguridad y por ello es preferible mantenerse alejados. Después de la pandemia, la postura del capital será generar riquezas con el menor contacto interpersonal como ideal de un capitalismo tecnológico que hace más fácil la explotación de seres humanos y la acumulación de riquezas en pocas manos. El mundo del contacto entre muchos –contrario al capitalismo de principio del siglo XXI– lleva la simulación hasta el paroxismo. Perder la perspectiva de la realidad o construir una realidad alienada es más acorde con el reacomodo del capitalismo mundial.

Hemos entrado en la etapa del capitalismo más despótico, del estado autocrático de mayor vigilancia y control social. Es la recomposición de los bloques de poder: no hay otra opción en el mundo. Rusos, chinos y europeos entraron al juego de posiciones para aventajar a Estados Unidos en la supremacía económica y política.

Pensar que desde el capitalismo algo se hace con ingenuidad y filantropía es necedad. Experimentan políticas de vigilancia de largo alcance que permiten control social definitivo sobre la población, limitando a los excluidos a las lógicas de producción capitalista desde el "Dios" tecnología.

El Covid-19 es oportuno para este reajuste del capitalismo. Con lucidez, David Rockefeller planteó que "Estamos al borde de una transformación global. Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial".

Es la respuesta del gran capital a sus crisis cíclicas. Es la manera de redefinirse y mostrarse como modelo viable capaz de ofrecer bienestar. Es crear opacidades que nos mantengan ocupados mientras reconstruyen el ámbito social desde nuevas bases de poder que les aseguren apropiarse trabajo, creatividad, innovación y riquezas generadas.

Hegemonía dominante constructora de una matriz de opinión según la cual todos somos iguales frente al Coronavirus para que veamos menos la desigualdad. El virus no nos iguala. Ahonda las desigualdades entre quienes tienen acceso a medicinas, alimentos, agua, electricidad y vivienda, y los que siguen en completo abandono.

No podemos caer en la manipulación que pretende equiparar a las familias de la realeza europea o los Rothschild padeciendo el encierro de la pandemia de la misma manera que las personas en condiciones precarias de existencia antes del virus, para quienes solo se ha acrecentado la exclusión del consumo más básico.

Que el virus no discrimine entre ricos y pobres no nos hace miembros de una misma clase social. El pobre lo vive con necesidades, mientras el rico lo hace con comodidades, privilegios y bajo tratamiento médico eficaz.

La pregunta necesaria es si la sociedad pospandemia podrá reconstruir los lazos colectivos y el apoyo entre seres humanos para no sucumbir ante el capitalismo digital que nos encierra. Una salida es reconstituir el mundo desde eso que nos hace humanos: la sociedad, transitar juntos, reencontrarnos, reciprocidad, ser solidarios y reconocernos en la diversidad. Repensar el mundo más allá de cómo ha sido delineado desde el capitalismo y los intentos del llamado socialismo.



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Johnny Alarcón Puentes

Docente/investigador. Universidad del Zulia. Licenciatura en Antropología.


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