Rubén Limardo Gascón: el legado olímpico de Noris

Rubén Limardo Gascón, como sabemos, es el joven que el 1 de agosto de 2012 logró grabar su nombre en la historia olímpica del deporte al conseguir la medalla dorada para nuestro país. Una medalla que lo consagró ante el mundo como el mejor deportista en Esgrima.

Supongo que muchas cosas han pasado en la vida de este muchacho ejemplar, desde ese momento, según se desprende de las entrevistas en las que ha sido protagonista. Cosas que acontecen hacia afuera porque de su interioridad –lo que es extraño en un mundo cargado de apariencias, egos, mediocridad, envidia, soberbia y vanidad- ha dejado bien claro cuáles son las bases que la sostienen. A saber: el amor y el ejemplo de su madre, tenidos como filosofía de vida, la unión y el apoyo de su familia, la disciplina, un sueño puesto al servicio de una inquebrantable voluntad y un deseo inmenso por ser útil a otras niñas y niños de su patria-matria, para que logren concretar sus propios sueños. Incluso, rechazó la oferta de otra nacionalidad de un país que lo ha acogido en su formación profesional como deportista, prefiriendo seguir en su amada Ciudad Bolívar para crear la Escuela de Esgrima que constituye su proyecto vocacional.

Se dice con facilidad pero esta visión en un joven de hoy, venezolano, de apenas 27 años y campeón olímpico, es para llenarnos de una inmensa alegría pues el mundo tiene con estos jóvenes (mujeres y hombres), la oportunidad cierta de construir la nueva humanidad.

He seguido con cuidado las declaraciones de Rubén, desde el mismo momento en que ganó la presea olímpica. Sus palabras cuando llegó a Venezuela y las respuestas que recogen las entrevistas que le han realizado. Este chico es, ciertamente, atípico. En todas sus respuestas a las preguntas que le han formulado, existe un hilo de Ariadna que las enlaza: no sólo el amor a su madre sino el conocimiento, la conciencia que tiene de que fue ella quien le transmitió, a través del ADN, lo que ha hecho posible que él sea el gran campeón olímpico. Y no se equivoca. Tal convicción y afirmación, que a la mayoría le parecerá nacida de la emoción y del sentimiento, tiene un asidero científico innegable e incontestable. Lo que Rubén Limardo Gascón expresa es lo que desde la década de los noventa del siglo pasado y con las investigaciones que han significado la revolución científica de la ciencia genética, quedó demostrado. Los genes que codifican la inteligencia han evolucionado en el cromosoma X, que se ha conservado durante la evolución de los mamíferos y que al poseer la mujer dos cromosomas X, es ella la que contribuye en mayor medida a la inteligencia y a su transmisión. Y si bien es cierto que a principios del siglo XX se consideró (sin fundamento científico para ello) que el genio era transmitido de forma dominante por el cromosoma Y, hoy se sabe que es el cromosoma X, ello es, la madre y no el padre, quien transmite la genialidad. De tal manera que Rubén debe su genio deportivo a su madre, Noris Gascón, fallecida en 2010. Y a su madre lo debieron Leonardo Da Vinci, Teresa de La Parra, Marie Curie, Iréne Joliet Curie, Teresa Carreño, Humberto Fernández Morán y hasta Dudamel. Por cierto, abro un paréntesis para preguntar, en relación a lo que venimos exponiendo, ¿cuántas Dudamelas han quedado y quedarán en el anonimato por no haber tenido la oportunidad cierta de emplear a fondo sus talentos, de formarse y figurar como Directoras, en las orquestas sinfónicas venezolanas y del mundo?.

Pero el tema no se limita, en el caso de Rubén y su madre, a la transmisión cromosómica. Con su madre existió (todavía existe) una relación que le permitió tener conciencia plena de esa transferencia: genética, síquica, sentimental y espiritual por lo que su estadio de empoderamiento es perfecto, en clara armonía con el universo.

La identificación de Rubén Limardo Gascón con el principio de lo femenino (sin que ello reste el masculino) es tan clara que incluso habla de que desearía tener tres niñas y “(…) prepararlas para la vida como ella nos preparó. También quiero que mis hijas se críen y crezcan entre campeones, que sueñen siempre en grande y triunfen. Soy de los que piensa que el éxito están en el ADN de cada quien, que sólo hay que sacarlo y saberlo usar (…)”. (Tomado del Semanario Las Verdades de Miguel, del 31 de agosto al 6 de septiembre de 2012). Es de concluir que, en las niñas, la genealogía materna de Rubén y de Ana Carolina (su novia) jugará un papel trascendente.

Otro aspecto que me llama la atención de este ya querido sembrador de sueños es la correspondencia absoluta entre el talento y el bien, como suma virtud. Ello es: se sabe portador de un talento excepcional pero esa certidumbre no lo ensoberbece ni le agranda el ego sino, al contrario, apegado a la humildad y a la disciplina, sabe que el mismo está al servicio del bien y de otras niñas y niños para el logro de sus sueños. Talento, bondad y humildad constituyen la tríada existencial mostrada por este deportista, ejemplo a imitar no sólo por quienes se dedican al deporte sino por quienes nos dedicamos día a día a construir un país, que es la obligación colectiva prioritaria. Un país en el que las mujeres seamos valoradas con igual importancia y tengamos las mismas oportunidades que los hombres, sobre el fundamento de la igualdad de derechos; aunque sea indiscutible la supremacía cromosómica y poblacional de nosotras.

Doctora en Estudios de las Mujeres
macanilla@hotmail.com


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Elida Aponte Sánchez


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