“Ha muerto don Miguel de Unamuno en Salamanca, en el último instante del año 1936. Tal instante simbólico y la manera suave y súbita de morir pareció dar a esta muerte como un sentido algo así como si respondiese a una llamada misteriosa y divina. Tenía la angustia y obsesión de la muerte. Su vida y su obra no fueron más que una atormentada agonía contra la muerte… Murió sin agonizar. Sin lucha. Sin tormento. El, que era un constante atormentado. Murió en paz. El, que siempre vivió en guerra”.
Don Miguel de Unamuno y Jugo, pontífice de la paradoja, se despide de la historia de España. Por el claustro alto del Estudio salmantino pasea sus últimas soledades, que en un momento parecieron, para bien de la propaganda franquista, casi spenglerianas. Hasta que chocó en su campo, en pleno paraninfo de la Universidad, con el hombre que por entonces encarnaba la propaganda del alzamiento: El general José_Millán_Astray, otro girón, más desgarrado aún, del mismo 98. Tuvo que arbitrar, para bien de España, Carmen Polo de Franco, en su primera actuación como primera dama del país; todos los comentaristas han elogiado su discreción y su gesto del 12 de octubre de 1936. Después del escándalo épico, allí quedó silencioso el_escenario_inmortal,_el_paraninfo.
Lo sucedido el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca ha sido objeto de silencio parcial, de reticencias y de deformaciones a lo largo de los años. Merece la pena conocer la versión de Emilio Salcedo:
“Don Miguel de Unamuno, en representación expresa y personal de Franco, preside en el paraninfo de la Universidad el celebérrimo acto académico. La autoridad, decisión y diplomacia con que actuó la esposa de Franco al término de la sesión, tras las palabras del rector, la réplica de Millán Astray y la tormenta que se desencadenó inmediatamente, supone, un dato muy importante: La primera intervención política y personal de alto nivel en la escena española por parte de doña Carmen Polo de Franco, cuyo gesto final de tomar por el brazo al titán y salvarle de un seguro desastre tendría que conocerse de una vez por todas en las páginas de un libro”.
…Unamuno estaba ayudando a la familia de Atilano Coco… Único pastor protestante que había en Salamanca. Y... aquel día (de octubre) Unamuno sabe que no puede abrigar esperanzas sobre el futuro de su amigo masón, que será fusilado en la madrugada del día de la Inmaculada Concepción.
Cuando el día 11 habló con el vicerrector le encargó a éste que presidiese el acto religioso. Al repasar el programa del acto académico, Madruga le preguntó si pensaba intervenir y don Miguel contestó:
—No, no quiero hablar, pues me conozco cuando se me desata la lengua.
El acto literario en honor a la festividad de la Raza se celebra a paraninfo lleno. Preside don Miguel, que ostenta en el acto la representación del general Franco. A su izquierda se sientan el presidente de la Audiencia, don Manuel de Busto, el delegado de Hacienda, señor Benito Jiménez Ezguerra, y el general Millán Astray; y a la derecha el gobernador civil, señor Ramón Cibrán Finot; el teniente coronel Miguel Pérez Lucas, en representación del coronel gobernador militar; el presidente de la Diputación, señor Francisco Márquez, y el alcalde de Salamanca, señor Francisco del Valle. Comenzado el acto, llegó al paraninfo la esposa de Franco, doña Carmen Polo, cuya presencia iba a ser decisiva para evitar una trágica e irreparable catástrofe momentos después. Acompañaba a la esposa de Franco el ayudante de éste, teniente coronel Díaz Varela, y la escolta formada por una escuadra de la guardia de palacio. Entró, con breves minutos de diferencia, el obispo de Salamanca, monseñor Enrique Plá y Deniel, (que lanzó oficialmente, por primera vez, la invocación de cruzada referida a la lucha capitaneada por Franco, y precisamente en la misma víspera de la promulgación, solemne en Burgos, del general Franco como jefe supremo. Su tajante opinión sobre la guerra “incivil” logró inmediatamente el asentimiento de todos los obispos españoles y de los de todo el mundo). La presidencia se alteró: doña Carmen Polo de Franco pasó a ocupar un sillón a la derecha del rector y el obispo a su izquierda.
Unamuno abrió el acto anunciando que ostentaba la representación de Franco. Después hablaron José María Ramos Loscertales, el dominico P. Vicente Beltrán de Heredia, señor Francisco Maldonado de Guevara y señor José María Pemán.
El tema de todos los conferenciantes es, fundamentalmente, de circunstancias. Ramos habla de imperio, de las esencias históricas de la raza; el P. Beltrán de Heredia, de la obra de ilustres maestros de Salamanca sobre América, especialmente la influencia del P. Vitoria; Maldonado, siempre barroco, se extendió en un juego conceptual aplicado al momento político, y Pemán, que empezó agradeciendo a Unamuno la invitación que éste le había hecho para hablar en la universidad, hizo glosa actual y política del momento. Ha empezado a hablar el primer orador y don Miguel ha sacado del bolsillo de su chaqueta la carta que días atrás le envió la mujer del pastor evangélico. No necesita releerla para saber lo que dice.
Ha concluido el último orador y cuando los aplausos se apagan don Miguel se pone en pie. Reconstruir lo que dijo es tarea casi imposible, porque la pasión ha falseado la memoria en unos y otros, omitiendo palabras a veces y en otros inventando una fraseología nada unamuniana. Con muchas reservas me atrevo a brindar un posible resumen. Don Miguel, en pie, con la cuartilla doblada en la mano, con voz más velada e incisiva que nunca, con aire de indignación, rompe el silencio que se ha cernido sobre el atestado paraninfo.
—“Dije que no quería hablar, porque me conozco; pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra “incivil”. Nací arrullado por una guerra civil y se lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no de inquisición. Se ha hablado también de los catalanes y los vascos, llamándoles la anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda la mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Ese sí es imperio, el de la lengua española, y no…”
“El general Millán Astray, sentado en un extremo de la mesa, golpeó con su única mano la mesa presidencial, poniéndose en pie e interrumpiendo al rector. Varias veces antes ha dicho en voz bastante alta: ¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar? Tras su sillón, con la metralleta, estaba recostado en la pared el más fiel guardián del general. Su despertar del letargo fue acompañado del gesto automático de poner el arma a punto. El general pronunció muy pocas palabras, justificando la situación del hombre de armas, los motivos del levantamiento militar y, al fin, perdió el control, debió hacer temblar las bóvedas del paraninfo, aunque no se movieron, cuando bajo su ambiente se oyó el grito de: `¡Mueran los intelectuales!´ y `¡Viva la muerte!´ Unamuno inició la replica dirigiéndose directamente al general y éste vuelve a hablar cuando en el paraninfo estalla ya el escándalo. Los legionarios que asistían al acto se agrupan y entonces la serenidad de la esposa de Franco salva la situación. Doña Carmen hace una seña a su guardia, que avanza hacia la presidencia. Millán Astray casi le grita a Unamuno: `Dele el brazo a la señora´. La mujer de Franco toma del brazo a don Miguel y tira de él, mientras éste se deja llevar… La escolta de palacio cierra guardia en torno a don Miguel. El tenso silencio de unos minutos de estupor se ve sucedido ahora por el griterío de quienes desde todos los sitios abuchean a Unamuno y le hacen gestos amenazadores… Don Miguel se deja llevar consternado por las amenazas del general y los abucheos de los asistentes… A la puerta de la universidad, al ser llevado hasta el coche del cuartel general, tropieza y es doña Carmen Polo quien tiene que sostenerle.”
El día 14 de octubre, mientras el dolor y la hondura de la tragedia de su patria van minando por horas la vida de don Miguel, otro español injustamente arrojado de escena, don Mateo Múgica, sale silenciosamente de Vitoria camino de Roma.
Unamuno negó a España: sentido de la sumisión, lección de disciplina. Siempre estaba fuera de lo colectivo, al margen del Estado, aunque a veces transitara por él, fugazmente, entre aclamaciones y cariños. El, que definió nuestra mística clásica y española como “la libertad en la sumisión”, no logró nunca someterse del todo para liberarse plenamente.
La noche final de 1936 se ha llevado al exponente más decisivo que tuvo esa generación llamada del 98: don Miguel de Unamuno y Jugo.
¿Cuánto tiempo más seguirá el pueblo español soportando a los franquistas Borbones?
Despierten: ¡Construyan una Patria socialista! ¡No al socialismo del ladrón Felipe González, Zapatero y camarilla! ¡Fuera los ladrones fascistas PePeros!
¡Viva la III República!
manueltaibo1936@gmail.com
¡Pa’lante Comandante, estamos contigo! Lucharemos. Viviremos y Venceremos.
Hasta la Victoria siempre y Patria socialista.
¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!
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