Después no tanto, pero en la iglesia católica en su periodo de esplendor, desde el esclavismo hasta el Renacimiento, los curas hacían un verdadero esfuerzo por meterle coco al asunto ese de la armazón que sustente ideológicamente el sistema de explotación, del cual, dicho sea de paso, han sido ardientes defensores, per secula seculorum (según ellos).
Los teólogos, los filósofos, los curas intelectuales no salían de sus claustros pensando y haciendo sesudos análisis sobre Dios, su hijo y de toda la fauna y la flora celestial, del mundo ultra terreno. Análisis que terminaban en complicadísimas teorías para justificar lo injustificable, tornándose, la mayoría de las veces, en discusiones violentas entre grupos de intereses contrapuestos, conflictos que serían resueltos a como diera lugar en sus cónclaves y concilios, con la victoria segura de aquellos que hubieran tenido el mejor tumbao al acercarse a la sombra del máximo líder: el papa.
Fue en este tipo de lucha interna, en la iglesia de la época imperial, que logro imponerse, como reflejo de lo que en la tierra acontecía en relación a la jerarquía cortesana, una verdadera burocracia divina que obligó a Dios a crear nuevos cargos de escala bien definida. Así, en contraposición de lo que opinaba el mismo Orígenes sobre la igualdad de los espíritus en substancia, fuerza, etc., el Concilio de Constantinopla, por allá por el año 533 de nuestra era, emitió la gaceta oficial donde quedaba legitimada semejante burocracia, establecida en nueve coros y distribuidos de tres en tres, y comprendían: Los serafines, los querubines, los tronos, los dominaciones, las virtudes, las potestades, los principados, los arcángeles y los angeles.
De acuerdo a la resolución, todos eran ángeles, pero los ángeles (ángeles comunes) constituían la clase más numerosa y última de la jerarquía en contraste con los serafines que eran pocos y con mayores privilegios, dada la cercanía a Dios (primer círculo, digamos), aunque poco mediáticos, parece ser, por cuanto los más famosos: Gabriel, Miguel, etc., son arcángeles, los penúltimos de la lista.
De no haberlo hecho entonces, bien que la iglesia pudo llegar a la misma conclusión en nuestros días, con sólo observar nuestro entorno, toda vez que…”Los ángeles viven en comunidad íntima y personal con Dios y su relación con Él es, por consiguiente, de infinita adoración, de humilde sumisión, de incansable afección que renuncia a todos los amores fuera del amor de Dios, de completa y gozosa renunciación de todo su ser, de firme fidelidad, de completa obediencia, profundo respeto, gratitud sin límites, ardiente oración, lo mismo que de incesante alabanza, de constante magnificencia, de santa jubilación y de maravilloso goce”
Léxico Eclesiástico de la Teología Católica.
Saludos
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Valencia, 15 de noviembre de 2012