El nombre de Caracas debe ser Caracas

Aunque a algunos les resulte extraño o paradójico, sin saber bien qué es lo paradójico, resulta que soi un marabino o maracaibero, defendiendo con fervor el nombre de Caracas, ya por razones lingüísticas, históricas, tradicionales o de amor a lo que ese nombre ha significado para los venezolanos i para toda la América que, en el ayer, de las epopeyas libertadoras siguió “el ejemplo que Caracas dio”, fue cuna del Sol de América i en el presente siguen de nuevo acatando otros países hermanos, el ejemplo que Caracas da a la América toda –incluyendo al imperio del norte− i me atrevo a decir que al mundo. Caracas, o mejor Santiago de León de Caracas, fundada en un bello valle de los más hermosos del trópico que se denominó en principio, Valle de San Francisco, le fue escogido su toponímico, acorde a los naturales que habitaron allí; i lucharon junto a otras etnias encabezados por Guacaipuro; pero el lugar ya había sido visitado por Fajardo que no fundó nada en concreto, mas ya estaba habitado por algunos españoles, mestizos de otras regiones i hasta mucho negros traídos de esclavos. Sin embargo correspondió a Diego de Losada la realización de su fundación, cumpliendo lo encomendado por Don Pedro Ponce de León que venía como Gobernador de la Provincia de Venezuela i para procurar conquistar la Provincia de Caracas. Era la madrigada del 25 de julio de 1567. I en la relación de Don Juan de Pimentel al Rei en el año 1578, le dice: “Esta Nación de Indios caracas tomó este nombre porque en su tierra ay (sic) muchos bledos que en su lengua de llaman caracas”.Los bledos eran una plantas silvestres, de tallos rastreros, de menudas florecillas rojas en inflorescencias conjuntas. La palabra, empero, tiene otras connotaciones. No viene al caso referirme, entonces, a la historia de Caracas, sino al nombre o toponímico que la distinguió o designó i que ha conservado desde entonces, no así otras ciudades del mundo que han cambiado de nombre, para citar una importante i conocida como Petrogrado, conocida hasta hace unos pocos años como Leningrado (así la conocí), i regresado otra vez a uno de sus nombres anteriores porque realmente nació como la ciudad de Pedro El Grande. Otro famoso es la antigua Lutecia, hoi París.

Caracas, en las relaciones cartográficas, figura como Santiago de León en tres fechas: 1552, 1578 i 1634, pero simplemente Caracas, desde el año 1647. En la segunda de la fechas citadas se denominó Ciudad de Santiago de León; i en otras fechas, León de Caracas en 1778 i Ciudad de Caracas en 1795. De resto, siempre, Caracas.

Los nombres, tanto de personas (o apellidos) i toponímicos, de cierta manera son arbitrarios i tradicionales. La religión ha impuesto numerosos nombres de santos (algunos de los cuales ni se sabe nada) o derivan de lugares, de acontecimientos, de árboles, de trabajo o labores, i algunos prácticamente indescifrables. Con los nombres, especialmente de personas, John Stuart Mill decía que, simplemente eran “marcas” i por eso se repetían mucho o de deformaban, se hacía abreviaturas i en el idioma se han creado los llamados hipocorísticos. Además hai palabras o nombres que a la vez denotan i connotan. Empero, algunos nombres i apellidos, combinados se hacen famosos, aunque existan otros iguales. Entre nosotros, por ejemplo, tenemos conocido al Almirante Cristóbal Colón, i a un jugador de béisbol venezolano. Así muchos ejemplos. Sin embargo los toponímicos americanos están llenos de palabras indígenas, tal como mucho léxico de ellos ha pasado al idioma español i a otros. Por eso, interesa su conservación; son nombres raíces de nuestro pasado aborigen i nos deben enorgullecer. Por eso he defendido que Venezuela no viene del despectivo aparente de “venezuela”, por pequeña Venecia, sino de un pueblo indígena a la entrada al Lago de Maracaibo, llamado Veneciuela o Veneçiuela. Lo conseguimos en los documentados libros del Hno. Nectario María i hasta en la obra de Guillermo Morón.

Cambiarle el nombre a Caracas, es como arrancarle el corazón o el alma a la Patria. Los nombres del terruño no están solo en los libros, en los mapas i documentos; están en la conciencia i en el alma de los hombres. Pensar que no se le debe aceptar por habérselo adjudicado conquistadores, es un actitud infantil i antihistórica. Tendríamos que cambiar igualmente de idioma, pese a que Neruda nos dijo que, pese a lo cruel de la conquista i los conquistadores, “a ellos se le iban cayendo de sus alforjas, LAS PERLAS DEL LENGUAJE”. Cuando los países modifican fronteras, el problema no radica en la connotación territorial, sino en la identidad de los pueblos. Por eso vemos el conflicto permanente entre los pueblos del Asia Menor, azotados por “el mal inglés” que hace años dibujó fronteras i fabricó países, sin consentimiento de los pueblos i, además otro desajuste terrible: las distintas i fanáticas religiones que envenenan la mentalidad de sus habitantes. Con tantos problemas como confronta este proceso revolucionario pacífico i necesario, ocuparse de una cosa así, con tantos problemas fundamentales por resolver, es darle oportunidad a la oposición más retrógrada, fanática i poco talentosa del mundo, para tomar una bandera i divulgar mentiras. Caracas es la cuna de la Independencia de América i del Primer Ciudadano del Mundo; Caracas es la de nuestro Himno al Bravo Pueblo, que nos conmina a seguir el ejemplo que la heroica i bella ciudad nos dio; Caracas es la inolvidable ciudad de los techos rojos, la de las rejas discretas, la de faroles i lunas de ensueño que, aun transformada equivocadamente en una metrópoli con rascacielos i muchos edificios de cabilla, concreto i ascensores, sigue en el alma de todos los venezolanos, como la hermosa ciudad de la eterna primavera. El nombre de Caracas, debe ser, eternamente ¡Caracas!





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Roberto Jiménez Maggiolo


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