Que vivamos en un mundo de abundancia, donde cada quien reciba lo que necesita, entendida la necesidad mucho más allá de las necesidades básicas de todo ser humano y de toda sociedad saludable, es decir en su sentido más amplio, lejos de preocuparme me entusiasma. Así lo plantea Marx cuando habla de la sociedad comunista, utopía aún no realizada. Pero sé que para ello no bastan los discursos, ni los llantos por el pueblo, ni las promesas; no son suficientes los deseos ni los héroes, pues ese estado de bienestar sólo se garantiza con una producción de riquezas gigantesca, inimaginable en este momento, posible únicamente con el desarrollo de un aparato productivo de primera, que debe ser construido con trabajo, conocimiento científico y tecnológico de primera línea, eficiencia y honestidad.
Me preocupa es que se crea que basta con repartir la riqueza actual, la poca que generamos, para alcanzar ese estado perfecto de bienestar, pues en realidad significaría un reparto de la miseria, que haría un poco menos pobres a los verdaderamente pobres y empobrecería en forma significativa al resto de la sociedad; sería la creación de una sociedad homogénea de necesitados. Prometer un futuro de bienestar y hablar de reparto socialista de la riqueza, mientras se produce solamente una materia prima en particular, sin importar su alta demanda ni sus elevados precios en el mercado, no sólo es una insensatez sino un engaño demagógico que busca exclusivamente respaldos electorales y políticos para mantenerse en el poder. No hay posibilidad real de socialismo con la producción actual de riquezas en Venezuela.
Que el Estado actual desaparezca y sea substituido por la organización pacífica de la sociedad, sin exclusiones, en un sistema de abundancia, como en la sociedad comunista de Marx, lejos de atemorizarme me regocija. Pero sé que la desaparición de los cuerpos represivos del Estado, de la dictadura de clases consubstancial a todo gobierno, de los líderes que ordenan y presiden, de los comandantes y los presidentes, colocados todos ellos por encima de la sociedad, requiere de una organización económica y social instaurada sobre otros principios, resultados de una educación de alto nivel del pueblo, su trabajo creador eficaz y eficiente, el conocimiento científico más avanzado, capaces de construir y mantener nuevas relaciones de producción; una nueva formación económica-social muy distinta a la existente, que no se obtiene con el cambio de una burguesía por otra, así ésta se llame bolivariana.
Me alarma sí que se engañe y manipule a toda la sociedad con la idea de que su participación es lo fundamental, cuando la misma está dirigida y condicionada, mediante diferentes instrumentos, por ese Estado represivo que castiga cruelmente la disidencia, que enarbola como única bandera la lealtad al jefe y no a la Patria, que estimula el culto a la personalidad, que carece de autocrítica, que discrimina a quienes no lo respalden, que mantiene un estado de miseria e ignorancia que le permite manipular voluntades y sentimientos con dádivas y promesas y que sólo le interesa el mantenimiento del poder para su usufructo bastardo.
La derecha venezolana, que nunca ha trabajado por la construcción de una patria avanzada, desarrollada, autosustentable, de necesidades satisfechas, sin las taras de la miseria y el abandono, soberana y realmente independiente; la que nunca se planteó un modelo de explotación petrolero distinto del rentista actual, que no desarrolló las ciencias y la tecnología venezolanas ni buscó formar un ciudadano altamente instruido y formado, capaz de desempeñar un empleo formal de elevado nivel y en forma permanente, avanza sus campañas contra el Gobierno de Chávez con el miedo al comunismo, equiparándolo con el fracaso ocurrido en Europa Oriental, a pesar de saber que no hay relación entre el gobierno ineficaz de Chávez y la sociedad comunista marxista.
No me atemoriza el comunismo; me atemoriza el pseudocomunismo chavecista, basado en asambleas comunales de voto a mano alzada bajo la amenaza del ojo vigilante del lumpen disfrazado de pueblo revolucionario. Un pseudocomunismo que mantiene la miseria y controla las decisiones de la gente con la entrega de alimentos, viviendas, línea blanca, televisores, vehículos chinos y sobre todo con el desorden, que permite la substitución de la libertad por el libertinaje. Un pseudocomunismo autoritario, que chantajea a los ciudadanos con el empleo público y a los disidentes con la cárcel, el desprestigio moral o el exilio; que hostiga a sindicatos y gremios y favorece al capital financiero.
Un pseudocomunismo adeco, que nació por allá en el trienio 1945-48, luego del golpe contra Medina Angarita: la “revolución” adeca llamada de octubre como la rusa, de discurso comunistoide betancourista, sectaria a más no poder, que ametralló sindicatos en nombre del pueblo, con su Asamblea Constituyente y su reforma constitucional, que para goce de las empresas transnacionales eliminó la inmunidad de jurisdicción del Estado venezolano, por lo que aceptó árbitros y juicios extranjeros en la resolución de conflictos de contratos de esas empresas con el Estado, algo que nuestros constituyentistas de 1999 no corrigieron y el TSJ “revolucionario” actual ratificó.
Es a ese pseudocomunismo de origen adeco, hoy chavecista, a lo que se le teme, pues llevará a nuestra patria por el camino de su disolución en medio de un discurso antiimperialista, muy lejos de corresponderse con la práctica.
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