He estado en la política desde mis años de estudiante de medicina de la UCV, cuando comencé a trabajar con el grupo estudiantil de izquierda de la Escuela de Medicina J. M. Vargas, dirigido por la juventud comunista. Antes de mi ingreso a la misma en 1964, ya había estudiado el “Manifiesto Comunista”, las partes correspondientes a “Materialismo dialéctico, histórico y teoría del conocimiento” del Manual de la Academia de Ciencias de la URSS” y parte de los textos de “Economía Política” de Juan Bautista Fuenmayor y de P. Nikitín. Más adelante tomé y aprobé los cursos universitarios de “Economía Política” y de “Filosofía”, que dictaba el primero de los nombrados y emprendí directamente su dictado a militantes y amigos de la juventud y del partido, al cual ingresé en 1968.
Dicho de otra manera, entré al movimiento revolucionario venezolano estudiando y continué, dentro de él, ese proceso de formación permanente e indispensable, que nos permite aplicar el método marxista a las realidades concretas, para entenderlas y contribuir en su modificación. He aquí una grandísima diferencia entre quienes hoy se incorporan a la llamada revolución bolivariana y quienes ayer lo hicimos. En el pasado, además de amor, fervor y entrega al ideal libertario, se exigía que se adquiriera los conocimientos que substentaran los resultados y diagnósticos socioeconómicos nacionales, así como las proposiciones de cambios presentadas al país. Hoy, se habla de socialismo del siglo XXI, sin que siquiera la vanguardia revolucionaria comprenda lo que significa el socialismo.
Tuve la fortuna de formarme en un medio académico universitario, el cual además era revolucionario, lo que lo hacía muy estimulante en relación con la seriedad y profundidad de los argumentos manejados en las discusiones científicas y políticas y con la necesidad revolucionaria de las ciencias y la tecnología, para alcanzar el desarrollo e independencia nacionales. Allí aprendí que no existe conocimiento superfluo y, mucho menos, despreciable, por lo que la pertinencia social del conocimiento es un concepto que no se puede manejar como muchos lo hacen hoy. Aprendí que los calificativos y etiquetas, así como los prejuicios y los “a priori”, pudieran aceptarse en las discusiones en bares, pero no para las confrontaciones académicas y políticas, las cuales deberían ser conducidas en el más elevado nivel intelectual posible.
Me preocupa la ausencia de formación ideológica de los cuadros jóvenes de la revolución, pero más me preocupa la actitud asumida por algunos de los dirigentes del proceso venezolano actual, no necesariamente jóvenes, de desprecio absoluto y de burla en relación con el conocimiento y la academia. Debería recordarse que el avance de la filosofía es dependiente del avance de las ciencias y que el marxismo pudo aparecer sólo luego de un avance importante del conocimiento científico anterior a su nacimiento.