Oposición venezolana: la inmarcesible trascendencia del pensamiento

Pareciera no haber mejor fórmula para entender al adversario que hacer esfuerzos de empatía. Ponerse en los zapatos de quien no acertamos a descifrar, pués. Tratar de compartir su perspectiva, por insoportable que pueda antojársenos. Con la dirigencia de la oposición venezolana esta norma deviene en estruendoso fracaso, al menos para mí, con altos estudios en la cátedra del fracaso. Sencillamente no hay forma de que mi mente limitada, apenas dotada de para medio captar lo razonablemente evidente pueda descifrar el profundo enigma, la altura luminosa, la inmarcesible trascendencia del pensamiento de estos genios, estos Mozart de la política, definitivamente condenados a la incomprensión de gente común y corriente como yo.

Desde luego no tiene nada de raro mi manifiesta incapacidad. Llevo años intentando despejar algunas de las joyas del pensamiento que legó a la humanidad, por ejemplo, el Sócrates de Rubio. ¿Cómo no sentir el afloramiento de rebeldes lágrimas cuando se sumerge uno en ese paradigma de la contradicción axiomática que es: “Ni sí, ni no, sino todo lo contrario”?. Es claro que debo perseverar por años, penosamente, escalón a escalón, para subir a semejantes alturas y jamás lo lograré.

Ayer, sentado frente al televisor, debidamente provisto de un té de manzanilla para controlar el galope fiero de mi corazón, lentes oscuros para evitar la ceguera ante tanta luz concentrada, me propuse, una vez más, intentar la aventura. ¡Inútil!, ¡he vuelto a fracasar!, ¡quedé como increíble simbiosis de pajarito en grama con rabipelao cegado en carretera!. Una malsana tendencia a compartir el fracaso me lleva hoy a proponerles este mismo camino. Espero lograr dos importantes objetivos: quedan ustedes sumidos en el fracaso como yo y, por tanto, no estoy sólo ni soy un espécimen con brutalidad irredimible, o al fin me entero y alcanzo, así sea por trastienda, el secreto de la luz.

El héroe, -guía indiscutible de los Robertos-, Antonio Ledezma, proponía a las “grandes mayorías” de la oposición una estrategia para el domingo 7 de agosto. Hagan ustedes lo que al principio propongo como método, pónganse en las pantuflas de un opositor, o sigan con las alpargatas, total de igual. Traten de barajar este tiro, de coger este trompo en la uña. Oigan y pelen ojos y orejas: “El domingo 7 de agosto el régimen quedará descubierto, hará esfuerzos por rotar activistas por los centros de votación para que la gente crea que hay pueblo en las calles, por tanto, el pueblo debe monitorear los centros de votación, estar vigilantes, no permitiendo la consumación del fraude con su presencia. El domingo todos debemos permanecer en nuestras casas y desenmascaremos al régimen”.

¡Ya va, dame chance…! ¡Que va, no puedo!, ¿pudo alguno de ustedes?, ¿alcanzó a rozar siquiera la riqueza conceptual de la propuesta?. El domingo, si yo fuese algún confundido opositor, -confundido sí, opositor no lo soy- debo salir y quedarme en mi casa. Ubicuidad pura y simple. Milagro que sólo el pensamiento inaccesible de Toñito puede realizar. Consumación del “sí, ni no, sino todo lo contrario”. Luz espléndida del cielo. ¡No te merecemos Toñito!

Está claro, para que la oposición logre deslegitimar al régimen cada opositor debe invocar el auxilio del Espíritu Santo, recibir los dones de su proclamada naturaleza y nada más. Fácil el tiro. ¡Con dirigentes así no digo hasta el 2021 sino hasta el fin de los tiempos amigos!, salvo qué… todo no sea más, que la burda aplicación de un libreto, concebido y financiado desde Washington, y entonces…¡Está todo clarito, Toñito!.





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Martín Guédez


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