“La realidad cotidiana nos dice que no podemos ser optimistas
(…) sólo los pesimistas pueden cambiar el mundo”.
José Saramago
Cada vez que intentamos llamar la atención sobre algo que, a nuestro juicio, obstaculiza el desarrollo del proceso revolucionario, alguien (nunca falta) nos increpe con el índice enhiesto: “Sí, pero también hay que señalar los logros del proceso…” De tal suerte que al hacer algún señalamiento crítico, no podemos olvidar concluir nuestra inquietud con un listado de todo cuanto a lo largo de 14 años hemos venido acumulando como éxitos de la Revolución Bolivariana para no correr el riesgo de que, a continuación, se nos descalifique como: contra revolucionarios, escuálidos, anti chavistas o en el mejor de los casos como pesimistas, ahogando por la vía más expedita, todo intento de profundizar la discusión en el libre y democrático ejercicio de contrastar opiniones.
Esta situación, de por sí absurda, no conduce a ninguna parte que no sea la pérdida de tiempo, al tener que señalar sólo algunos de los beneficios adquiridos a lo largo de la década porque primero, es imposible para nuestra limitada memoria registrar todas y cada una de las cosas hechas en revolución y segundo, dado el interés y criterio de cada quien, cada logro tendrá un valor diferente, no pudiéndose establecer una jerarquía de los mismos igual para todos. Además, de qué sirve estar enumerando permanentemente lo logrado hasta ahora si de lo que se trata es de jalonar nuevos avances, de trabajar porque la revolución no se detenga, de ser creativos en nuestra tarea de buscar soluciones a tantas necesidades y no sentarnos en contemplación extásica de lo alcanzado y hacerle concesiones al histórico y más poderoso enemigo interno de las revoluciones: el burocratismo.
Aún no logro discernir sobre las motivaciones de algunos camaradas que se molestan por el simple hecho de hacerles notar incongruencias en nuestra política y tratar de considerar no sólo las causas, sino además posibles soluciones –molestia que varía desde una ligera, pero notoria, intranquilidad en la discusión casual, hasta el insulto soez y despiadado que nos pueda llegar vía correo electrónico- siendo el caso de la confrontación “ideológica” en el mismo seno del pueblo revolucionario y socialista, no se justifica ningún rechazo, velado o abierto a la polémica, siendo su importancia reconocida por todos para la profundización y permanencia del proceso. El miedo al conflicto que acarrea la confrontación de las ideas es incompatible con los deseos de transformar la sociedad y por lo tanto es inadmisible que un revolucionario se deje llevar por él.
Esto no quiere decir que debamos olvidar todos los beneficios que la Revolución ha puesto al servicio del pueblo, ya que una buena política de información, diseñada con inventiva, para mantener informada a las nuevas generaciones y a la población en general, es tan importante como necesaria, pero aún así, no se debe saturar la programación de los medios informativos en ese sentido, si no se quiere exasperar a quienes no vemos la necesidad de estar enumerando constantemente los mismos. Estos mensajes y propaganda de lo realizado resultan a la larga contraproducente por lo repetitivos y fastidiosos. Y su presunta escasa frecuencia no conforma –como lo cree el presidente Chávez- el problema fundamental de nuestros medios informativos. Más bien, es saludable mantener campañas de lo que está realizándose o de proyectos futuros como recordatorio permanente del compromiso adquirido con la población por entes e individuos involucrados en su ejecución.
Los que defendemos el proceso bolivariano no estamos esperando una obra más del gobierno para reafirmar nuestras convicciones revolucionarias, tampoco miles de obras más lograrán convencer a quienes han decidido enfrentar al presidente Chávez y el movimiento que él encarna, jamás habrá acción de gobierno que supere el resentimiento de quienes sienten haber perdido privilegios. Si todo cuanto se ha hecho en 14 años no ha logrado convencer a los indecisos a que no voten por la opción de las clases dominantes, una de dos, o son irremediablemente reaccionarios, o creen que se puede profundizar los cambios y están descontentos por las rémoras existentes al interior del Gobierno y el Partido.
Estoy seguro que estos últimos son los más, que podrían estar equivocados en cuanto a utilizar su voto como herramienta de castigo, que pudieran pecar de inmediatismo y desesperar ante la lentitud de los cambios, son, como diría Saramago, los pesimistas, al que el mundo debe su transformación constante, que valoran más lo que está por hacerse que lo que ya se hizo, los que piensan que mejor es lo que vendrá que lo ya vivido (nunca fueron mejores los tiempos idos, excepto para las clases dominantes). En fin, los que consideramos que el futuro, al que habrá de construirse de acuerdo a nuestro sentido de justicia y equidad, demanda todo el esfuerzo y sacrificios que podamos dar para salvar los grandes obstáculos que el enemigo de clase coloca en el camino y para ello primero es necesario definirlos y de ser posible, si el temor a la crítica no nos inmoviliza: adivinarlos.
Saludos
Jutor2000@gmail.com
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