Los resultados electorales del 14 de Abril, independientemente del triunfo de Nicolás Maduro, ha evidenciado que el país está dividido en prácticamente dos partes iguales. Ello significa que las llamadas fuerzas revolucionarias (las cuales siempre hemos apoyado) no pueden imponer su forma de pensar sobre la otra parte del país. La muerte de Hugo Chávez ha dejado, quizás por lo que en su momento criticó el Centro Internacional Miranda (CIM, dirigido por el lamentablemente fallecido profesor Rigoberto Lanz), que su hiperliderazgo, por cierto, palabra muy criticada en su momento por el hoy Presidente Constitucional, una enorme vacuidad de conducción política. Chávez aquel 8 de Diciembre de 2012, intentó dejar el proceso orientado por su camino original; sin embargo, no podemos decir que un grupo haya derrotado al otro. Esa es verdad.
Nadie desde el Alto Gobierno, ni en el seno del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y la propia oposición pueden negar que los resultados tienen confrontada a la población. Las movilizaciones a las que han llamado ambos “líderes” por defender lo que supuestamente les “corresponde” amenaza con teñir de sangre los espacios del país; es decir, es mentira que tales movilizaciones terminen en “paz”, cuando sabemos que las emociones llevadas por el afán o “razón” política pudieran remitirnos a escenarios superados, similares a los ocurridos entre 2002 y 2003.
Inundarnos en este momento con argumentaciones falsas o ciertas, entre diatribas, insultos, discusiones sobre la “legitimidad o ilegitimidad” del gobierno. Calificar al adversario de golpista, terrorista, saboteador, antipatria son sinónimos de una guerra verbal, sicológica y hasta física que no podemos aceptar en los términos de la democracia. Ante ello, ¿qué terminamos defendiendo? ¿Por qué? ¿Cuáles son las razones por ejercer un poder o ser de oposición cuándo ni siquiera nos toleramos en el sentido de nuestra Identidad Nacional?
Es irónico, pero los resultados electorales como efecto del fallecimiento de Chávez, pareciera que nos han llevado a un punto final de una etapa histórica, porque un bando, una mitad se empeña en llevar adelante su revolución y la otra en afrontar que estamos frente al comunismo y el totalitarismo. Mientras esto ocurra, somos del pensar que semejante forma de hacer “política” puede llevarnos a circunstancias dolorosas y de consecuencias impredecibles en lo social, lo económico, y por supuesto, lo político.
En tal sentido, la conflictividad política que tenemos no podrá solucionarse de manera “institucional” salvo que los interesados tanto de un bando como de otro, es un ejercicio de sindéresis, comprendamos que la propia Constitución Nacional es la única herramienta que nos brinda el espacio idóneo para afrontar la situación política actual. Es por ello, que somos de la propuesta de ir hacia una Asamblea Nacional Constituyente conforme con lo establecido en el artículo 348 de nuestra Carta Magna, concretamente en lo descrito en que la misma podrá ser convocada con el quince por ciento de los electores y electoras inscritos en el Registro Civil y Electoral.
Ha llegado la hora de una auténtica participación protagónica que destierre los vicios de la corrupción, la ineficiencia, el sectarismo y el odio. Que se afronten los problemas del país sin revanchismos ni expresiones de hegemonía, ni desprecios por el otro en su condición indígena, social o cultural. Debemos convocar una Asamblea Nacional Constituyente.
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