Socialismo de verdad… o más de los mismo

La revolución bolivariana en su momento más critico

La Revolución Bolivariana se encuentra en un momento crítico de su rica y accidentada experiencia. Sin haber amainado los peligros ciertos que suponen estar en la mira del imperio más poderoso de la tierra, los errores de una oposición dislocada, acéfala y hemipléjica le han conferido al ambiente una sensación equívoca que, lentamente ha ido venciendo el músculo revolucionario hasta sumir, a la mayoría de sus cuadros, en una suicida pereza intelectual.



Por otro lado la mayoría de las Misiones Sociales sufren del veneno de una cultura, un modo de hacer y concebir la vida, deshumanizado, egoísta y burgués. Es imposible construir una sociedad socialista si los valores profundamente humanos del socialismo no están, primero, sembrados en el corazón y la mente de los individuos. Con sus excepciones, claro está, pero sembrados en forma suficiente en los individuos de la pretendida sociedad socialista. Con ladrillos amasados en los viejos valores sólo se podrá construir una ilusión, un muro fatuo, sin contenido real ni esencia, un muro de puras emociones, y las emociones engañan, cualquiera llora en un momento de emoción sin que eso signifique conciencia. Cualquiera salta sinceramente emocionado y grita revolución sin que ello signifique verdadero compromiso, cuando la emoción, como el día, pase y llegue el ocaso de la intimidad con los valores propios, el monstruo viejo aparece de nuevo aplastando el entusiasmo y toma control de los actos. El propio comandante Chávez decía, con inocultable pena cómo, muchos de los becarios de las Misiones, esperaban cobrar el recurso para irse a libar aguardiente o comprarse ropa de marca.



Estudios que realizamos el año 1996, -en plena debacle del modelo neoliberal capitalista en Venezuela- confirmaron la responsabilidad que pesa sobre el sistema educativo en la frondosa indiferencia de la mayoría de los jóvenes ante el cuadro inhumano que presentaba la nación. De igual modo la presencia de profesionales cuyo servicio a la sociedad y el compromiso ético aparece groseramente mediatizado por el éxito económico, -razón por la que fundamentalmente estudiaron bien abonada en el sistema- pero indiferentes ante los males de la patria, esforzándose por alcanzar unos conocimientos que les alcance el bienestar particular, -al que tienen derecho legítimo- pero no dotados de la nobleza que los impulse a cancelar la deuda social que tienen contraída con millones de compatriotas pobres y excluidos.



El concurso de jóvenes y profesionales debidamente concienciados motivaría, desde el valioso pedestal del ejemplo, la imprescindible formación en el ámbito de la sabiduría, esa luz necesaria para el uso del conocimiento. Se trata de una decisión vital: continuar con el sistema de valores que anima la educación venezolana o cambiarla. Se trata de seguir adelante parcheando el sistema sin hacer elección entre los valores fundamentales que forjan el temple del individuo. Unos, los que se han venido sembrando, que afirman a la persona en la idea de qué, dentro de la pirámide social: estima, recursos, fama, etc., está condicionada por el valor de cambio que posea su conocimiento, y los otros, aquellos que insertos en el más profundo humanismo, condicionan el qué hacer, al como y para qué hacer, vale decir, el modo de aplicar esos conocimientos en el marco de valores humanos indefectiblemente solidarios, éticos y socialistas, haciendo del ejercicio de la profesión una fuente de recursos propios, consecuentes con los esfuerzos realizados para alcanzar su profesión, pero también, y de modo prioritario, una fuente de justicia, solidaridad y generosidad que no acepte las limitaciones que pone el dinero para que los desposeídos accedan a las bondades de sus conocimientos. En Venezuela, aún en medio de este desastre de valores que es el capitalismo, sobran ejemplos de hombres que habiendo alcanzado conocimientos de primer orden prestaron y prestan sus servicios animados por profundos valores éticos.



Del estudio antes mencionado se desprende la responsabilidad que el sistema educativo tiene en la actitud del estudiantado. Particularmente dolorosos fueron los datos acerca de la valoración de la historia. Allí se evidencia como la insustancialidad de un conocimiento transmitido sin más pretensión que recordar fechas, actos, nombres y situaciones, como un fin en si mismos, evitando el rico proceso de reflexión crítica, libre y abierta, enriquecedora y apasionante, luminosa para discernir sobre la situación presente, determina la abulia ante el conocimiento de la historia hasta devenir en la generación de un ciudadano amnésico, plástico, moldeable, insensible, e impedir que se reconozca en las generaciones precedentes, deficiencia mortal de necesidad para emprender un proceso de cambios socialista y sólo útil para quienes necesitan de esta amnesia inducida para seguir sacando del sombrero de los engaños los conejos de la mentira sin el temor a ser descubiertos.



Debe adelantarse en la escuela, con urgencia infinita, este proceso de cambio que modifique esa caravana gris, sin más objetivo que el acceso a un “papelito” que acredite un supuesto conocimiento, que desmonte la exquisita práctica del disfraz y no continúe concediendo un título, en historia por ejemplo- recayendo tal honor en una persona cuyas habilidades, al final, solo sirvan para salir a ganar dinero y asemejen más a las adquiridas en algún taller para hacer tarjetas de navidad. Un “profesional” que posea sacrosanto respeto a las normas, hasta ser testimonio vivo del arte de no pensar, a la ciencia de hacer trabajos bonitos, a la destreza genuflexa, al acatamiento acrítico de cuanto otro, -más importante que él, por supuesto- haya escrito, siempre sin caer en el locura de cuestionar el fondo de ninguna idea. Formas inspiradoras del sistema que, al hacerse visibles en las instancias que otorgan el papelito, (diploma), poco a poco se han impuesto hasta conseguir abundancia, por la vía del premio, a los que permanecen dóciles a un estilo, y por la del castigo al quienes pretendan plantear juicio sobre las “verdades” recibidas.



Se modifica de raíz la filosofía que orienta el sistema educativo, y se hace desde ayer, o la soñada y pretendida Revolución Bolivariana hará agua, empantanada en el corazoncito burgués de sus propios cuadros. Se construye socialismo desde los cimientos, como debe hacerse con toda edificación, o en este país, además de la originalidad de poseer generales “preñados de buenas intenciones”, también seremos otro ejemplo más de gente creyendo en pajaritos preñados, por cierto, entre muchos ejemplos en los que deberíamos reconocernos. Si se hace, muchas cosas empezarían a cambiar, habría menos lugar para los egoísmos, la pereza intelectual y el tirapiedrismo tan activo en estos días.


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Martín Guédez


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