El poder de los fenómenos naturales es avasallador (terremoto, tempestad, huracán, tornado, avalancha de nieve, inundación, erupción volcánica) y deja secuelas profundas. La naturaleza guarda en su entraña poder infinito. Puede estar presente en la fragilidad de la nube cuya electricidad estática descarga ocho mil relámpagos por minuto sobre la superficie del planeta; o en la explosión volcánica con altura superior a cuarenta kilómetros, y provoca tsunamis como el ocurrido en las costas del continente asiático en fecha reciente.
Los fenómenos naturales han determinado eras geológicas y eventos trascendentales. Un aerolito caído sobre el golfo de México desató fenómenos atmosféricos que condujeron a la desaparición de los dinosaurios y otras muchas formas de vida. ¿Cuáles podrán ser las consecuencias del fenómeno metereológico conocido como Katrina? ¿Desaparecerán los dinosaurios de la Casa Blanca y con ellos sus maneras políticas?
Algunas secuelas del Katrina comienzan a parecerse al liquido anticorrosivo que utilizan los mecánicos para aflojar tuercas oxidadas. O como el ablandador que se fabrica con leche de papaya y los cocineros utilizan para ablandar carnes.
Katrina comenzó por ablandar la conciencia al pueblo estadounidense, para que comprenda su propia realidad y se despoje del mesianismo que pretende ejercer sobre el planeta. Ninguna nación del Tercer Mundo anda detrás de libertadores (ni Irak ni Haití ni Afganistán), mucho menos Irán, Cuba o Venezuela. Que no vengan a traernos su “libertad”. Déjenos vivir felices nuestra querida “anarquía y desorganización”, mucho mejor que su desprestigiada “democracia”.
Katrina, sin duda, le ha ablandado la conciencia a los electores que hace nueve meses reeligieron a Bush II y hoy lo rechazan en las encuestas (38% de respaldo). Reflejo del profundo repudio que sienten los pueblos del mundo, víctimas del amedrantamiento o inmolados en guerras imperialistas y genocidas (Yugoslavia, Irak, Afganistán o Colombia).
Katrina ha comenzado a ablandar la inflexible política del Pentágono, envuelto en la guerra de los tres golfos: la del golfo Pérsico (Irak, Irán y Palestina); la del golfo de México (Nueva Orleáns); y la del golfo de Washington, que está enfrentado al huracán de rechazo nacional por lo acontecido en Nueva Orleáns y a los fuertes vientos de tormenta provenientes de los cuatro puntos cardinales del planeta. Una primera muestra de ablandamiento está en el retiro de diez mil soldados de la fuerza invasora en Irak, para coadyuvar en labores de salvamento en zonas afectadas por el huracán. Días después se produce el anuncio del posible retiro, para diciembre, de cincuenta mil efectivos militares más.
Para atender la emergencia provocada por Katrina, el Congreso aprueba una primera partida de diez mil millones de dólares; seguido por otra de cincuenta y un mil millones. Es de suponer que estos dólares se quedarán para la guerra del golfo de México y no, para financiar la guerra del golfo Pérsico. ¡Ojalá! Estos dólares vayan al destino asignado, y no, al financiamiento de la guerra o agresión a Colombia, Paraguay o Bolivia. “La argent c´est la guerre” decía Napoleón.
Sin duda Katrina hace milagros. Le ablandó la conciencia al general Colin Powell que por fín atendió el llamado angustioso de su raza empantanada en Nueva Orleáns cuatrocientos años después de haber llegado de Africa en los barcos que traían los cargamentos de esclavos. En las plantaciones de algodón, tabaco o caña de azúcar, el esclavo era una mercancía que tenía valor y precio, lo cual motivaba al esclavista a brindarle cierta atención y cuidado. Pero con la libertad y el capitalismo, el esclavo convertido en proletario, perdió lo poco seguro que tenía y quedó librado a su suerte de explotación, pobreza y miseria. Gracias a Katrina, el general Colin Powell, al redescubrir de que color tiene la piel, expresó dolor e indignación por lo acaecido en Nueva Orleáns.
Pero el Katrina, si en veces afloja tuercas, en otras, las aprieta:
En Ecuador, le aflojó la conciencia a los ministros del gobierno del presidente Palacio y declararon que su país no servirá de yunque para que el ejército colombo-yanqui golpee a la guerrilla de las FARC; lo mismo que se ha pretendido hacer con Venezuela. El general Jarrín, Ministro de la Defensa, fue categórico, “la guerra en Colombia es una lucha social”, es un conflicto que deben resolver los colombianos. Ante esta posición del Ecuador, el presidente Uribe se quedó sin resuello. Ningún gobierno de los países limítrofes se presta para la mascarada antiterrorista.
Al presidente Uribe se le ocurrió que en Colombia “no hay guerra”, sino la “defensa de la democracia contra unos bandidos terroristas”. Quien afirme lo contrario es un “terrorista”. Cuando se leen estas declaraciones, uno se pregunta ¿Quién habla, Bush o Uribe? Durante cincuenta años la lucha social que se libra en Colombia ha sido aceptada como tal y las FARC y el ELN han recibido el reconocimiento de “Fuerza Beligerante” conforme a las condiciones que establece el Derecho Internacional, igual a como el pueblo irakí recibe el reconocimiento y respaldo de los pueblos del mundo en la guerra asimétrica que libra contra el invasor.
En Colombia, las secuelas de Katrina le están apretando las tuercas a Uribe que parece tiene más de un tornillo flojo. De un momento a otro, tira por la borda su consigna electorera de acabar con las FARC por medio de la guerra. Meta que debía realizar en el primer año de su gobierno. Ha llegado al año agónico de su mandato, y no sólo no ha derrotado la guerrilla, con el apoyo irrestricto de la avasallante tecnología del poderío militar gringo, sino que la guerrilla, cumplido el tiempo de repliegue táctico, ahora arremete en todos los frentes y en todo el territorio nacional. De nuevo hay voladura de puentes, torres de energía, ataque a bases militares y paro de actividades en extensas zonas.
Otro tornillo flojo que Katrina le aprieta a Uribe es el de la inconmovible política de imposibles conversaciones de paz con la guerrilla. Terreno vedado hasta tanto no renuncien a la guerra. Si llegara a ocurrir tal pretensión ¿para qué conversaciones de paz? En este cambio de político, de ciento ochenta grados, Uribe ordena poner en libertad, por tres meses, a Francisco Galán, preso desde 1992, para que participe en las conversaciones como representante del ELN. Pero, al mismo tiempo, invita a conversaciones a los “señores” de las FARC, que sin más ni más, les quita la denominación de “bandidos”. Ya no se habla de “terrorismo” sino de “conflicto”. Y el enfrentamiento vuelve a denominarse “guerra”. Realmente las palabras cambian el sentido de las cosas: de “bandidos a señores”; de “terrorismo a guerra”. Sin duda, con la vuelta que Katrina le da a la tuerca que Uribe tenía floja, pierde la iniciativa mantenida durante tres años y lo coloca a la defensiva. De nuevo la guerrilla tiene la iniciativa para poner las condiciones que regirán las posibles conversaciones de paz. De la noche a la mañana la política de Uribe se derrumba ante la presión internacional que rechaza el “Tratado de Paz” firmado con los paramilitares y por el cual les otorga la amnistía de sus crímenes horrendos. Tratado de paz sin fundamento porque el gobierno colombiano nunca estuvo en guerra con los paramilitares, convertidos en brazo ejecutor de la violación a los derechos humanos y las masacres que realizaba el ejército. Tratado de paz que le sirve a la oligarquía de disfraz para aparentar falsas actitudes pacifistas. Con el tratado de paz los paramilitares quedan convertidos en mansos corderos que se trasladarán a las ciudades a disfrutar de sus rapiñas, sus negocios ilícitos y cumplir en forma soterrada la misma función que realizaban en las zonas rurales, por cuanto en las ciudades se agudizan las luchas sociales con el ejemplo de Bolivia, Perú, Ecuador y la Revolución Bolivariana de Venezuela. La oligarquía acorralada como nunca antes, aislada como siempre del contesto latinoamericano por su alianza con el Imperio y el respaldo a la invasión de Irak, mueve su ejército de paramilitares hacia nuevas posiciones para acentuar el asesinato de dirigentes políticos, sindicales, estudiantiles y comunitarios.
En Colombia, igual que en Irak, Katrina deja sentir sus secuelas sobre un problema crucial, el financiamiento de la guerra. ¿Podrá el gobierno de EE.UU. continuar financiando la guerra en Colombia? ¿Será ésta la tuerca que se le aflojó a Uribe y lo obliga a cambiar su política, o será una trapisonda más en el camino a la reelección? Con reelección o sin reelección ¿Cómo financiar la guerra y mantener un contingente militar de casi 400 mil efectivos en armas? ¿Puede el Estado colombiano hacer frente a un gasto militar de tal magnitud, y al mismo tiempo enderezar su quebrada economía con un déficit de casi cuatro trillones de pesos? Las realidades son tercas. A Bush, el embuste de las inexistentes “armas de destrucción masiva”, ya le ha costado, del dinero de los contribuyentes, 200 mil millones de dólares, en dos años de guerra y con sólo 150.000 efectivos militares.
Las secuelas de Katrina son muchas y de muy variada índole. La otra guerra, la que se perfila con vientos huracanados sobre el golfo de Washington, es de impredecibles augurios. Por menos de los engaños de Bush, el presidente Nixon debió abandonar la Casa Blanca. No se puede engañar tanto a tantos en tantos sitios y por tanto tiempo.
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