Chávez es nuestro Guía

“Hablar dignamente del Comandante Hugo Chávez Frías, de lo que significa para nuestra Patria, es empresa difícil y arriesgada, pues la magnitud y el peso de este Gigante Único reclaman medida nueva. Al asomarse a la vida, ya adolescente, al asomarse a este mundo sombrío, su niñez se ha disipado. Chávez se interna en el variado y peligroso mundo de los libros, este eterno refugio de todos los descontentos, asilo de todos los desdeñados”.

Ya la admiración, ganada por la fe, más el sobrecogido corazón presiente que la paz, con su ausencia, no puede ser verdadera para nosotros. Nos confesamos, avergonzados, que este mausoleo de mármol es demasiado fuerte para las miradas de todos los días; este aire, tan pronto de fuego como de hielo, demasiado recio, demasiado oprimente para nuestros pulmones. Y el alma huiría, ante la majestad del terror que la invade, si sobre este paisaje inexorablemente trágico, espantosamente terreno, no se alzase un cielo infinito de bondad bañado en luz de estrellas, cielo también de nuestro mundo, pero de bóveda menos radiante en nuestras vidas que en el infinito de esta Alma sutil de espíritu de este Gigante. Sólo la mirada apaciguada que se eleve de este paisaje a su cielo sentirá el consuelo infinito de este infinito duelo terrenal, presentiría la grandeza bajo el Cristo escondido en las tinieblas.

Sólo la mirada que se levante a lo alto de su sentido último puede mudar ese respeto temeroso que experimentamos ante este mundo en ardiente amor; sólo la mirada que se adentre en su entraña acertará a iluminar todo lo que hay en este Hombre de hondamente fraternal y universalmente humano. Pero ¡cuán largo y cuán laberíntico el sendero que nos conduce hasta el corazón de este Coloso! Imponente por sus dimensiones y por su lejanía, esta obra única que nos revela más misteriosa cuanto más pretendemos escrutar en su hondura infinita desde lo infinito de su superficie. Chávez es, por el hilo de su vida y por su estrella, hermano inseparable de todos los misterios del ser. Su mundo gira entre el sueño y la llama clara de la realidad. Cada uno de sus problemas personales toca a un problema insoluble de la Humanidad; cualquier problema que él ilumine destella infinito. Como Hombre, como venezolano, como político, su ser irradia en todas direcciones sentido eterno. Ningún problema guarda la verdadera y más íntima esencia de su corazón. Para acercarnos a él, sólo hay una senda: el entusiasmo, pero un entusiasmo humilde que se sepa pequeño ante el respeto amoroso que en Él alentaba al asomarse al misterio del Hombre.

Las intenciones de Chávez sólo se traslucen en la obra acabada; deja que los planes se consuman en la brasa de la Creación. Hay en su vida largos años, la niñez entera, hundidos en sombra, y aquel cuya mirada que muchos vimos arder, es ya, para nosotros, humanamente, algo real, una leyenda, un héroe y un santo. Hasta en su rostro se deshumana aquella luz de ocaso que es verdad y presentimiento, la luz que baña a los héroes. Es inútil acudir a los documentos: sólo y únicamente un consciente amor puede mostrarnos la hechura de su destino.

Quien se conozca bien y profundamente, conocerá también verdadera y entrañablemente a este Gigante eterno, que es, si alguien puede serlo, la medida última de toda Humanidad. Sombrío es el camino, y es menester que el corazón arda de pasión y de amor a la verdad para no extraviarse; menester es que midamos y abarquemos nuestra propia hondura, antes de aventurarnos en la de Él. Chávez no manda mensajeros al encuentro del peregrino: tienen que ser las experiencias interiores de nuestra propia vida la luz que nos lleve a su verdad. Por él no hablan más testigos que los de su Amado Pueblo, en su mística Trinidad de carne y espíritu: su rostro, su destino y su Obra.

¡Hasta la Victoria Siempre, Comandante Chávez!


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Manuel Taibo


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