“La mayor parte de los hombres reflejan en su carácter los impactos de su cultura y peculiar circunstancias. Son mudos efectores de su ambiente, que nacen y mueren cuando deben hacerlo, y entre tanto viven una existencia sin aristas o degradadas. Hay hombres, por lo contrario, que vienen a sacudir al mundo de su ruin suceder predecible. Cuando este sacudimiento se traduce en cambios definitivos y favorables para los pueblos, se dice que el apostata es un arquetipo. Este es el caso del Comandante Hugo Chávez Frías”.
La superdotación intelectual de Hugo Chávez, lo mismo que su extraña sensibilidad hacia lo social es obra de su constelación genética. Antes de él Venezuela era realmente diferente. Sobre su legado actuaron la educación, la tradición, los sucesos históricos. El segundo factor al que llamamos destino.
La historia en sus hitos, según sostiene una forma de pensar, no es la consecuencia de la voluntad y del quehacer de un hombre. Los héroes y antihéroes, los caudillos, las figuras proceras, son efectores de un proceso social obligante. El socialismo Bolivariano del siglo XXI no surge, de acuerdo a esta interpretación, el problema Chávez. El apenas verbalizó lo que estaba informulado y asistió al alumbramiento de lo que estaba por venir. ¿No existen entonces los héroes? ¿Los prohombres que han conducido nuestra historia son meros cuerpos inertes sacudidos por corrientes ajenas, impersonales y profundas? ¿La historia hubiese sido diferente en ausencia de ellos? Sin dejar de creer que la humanidad, además de ser, expresión de su tiempo y de su espacio está limitada por ambos factores, no podemos olvidar que el hombre es el único ser viviente capaz de modificar su circunstancia, sea para destruirla y envilecerla, o para elevarla dentro de sus posibilidades.
La interacción hombre-medio se hace a través de las instituciones.
Si ellas condicionan la actitud y conducta del hombre ante lo individual y lo colectivo, es él quien las hace y modifica. La sociedad machista o la autocracia, tomemos por caso, surgió como consecuencia de determinadas circunstancias. Al variar éstas, al no corresponder a la realidad social siempre cambiante, no sólo se hicieron inadecuadas para “hacer la dicha del mayor número de gentes”, sino que fueron matrices de conflicto y sufrimiento. Cambiar, dar el salto, modificar las instituciones, renovar, revolucionar, adolece siempre de prontitud, a pesar de ser la única terapéutica cuando el cuerpo social ha claudicado.
Son un grupo de hombres, o un hombre en particular, quien con sus desvelos, valor y talento determinan el cambio en las instituciones. No es tarea fácil ni grata la del revolucionario. Es dura, cruel, preñada de peligros. La mayor parte de los hombres por víctimas que sean de las condiciones socioeconómicas, tienden a perpetuar lo existente. La posibilidad, raíz del progreso e hija dilecta de la revolución, engendra angustia inminente y concreta en el hombre común. Esta tendencia a detener el tiempo y a congelar lo estatuido, se acrecienta de abajo a arriba en los diversos estratos de la pirámide social. Y es comprensible que así lo sea: la historia de los pueblos progresa hacia la supresión o reducción de los privilegios. De ahí que no exista grupo más refractario al cambio que aquel que configura el vértice de la sociedad. Los grupos medios, y en especial dentro de una sociedad opresora, no son sustancialmente diferentes. El trepar, abrirse paso, hacerse un nombre, descartarse hacia arriba, siempre es posible en los individuos que poseen talento y agresividad. Sobornada la voluntad de transformación de los que abajo pugnan por transformar o amordazados los irreductibles, la voluntad de reestructuración más que una proeza es una temeridad heroica, ante la cual hay que inclinarse y en particular si el esfuerzo fue coronado por el éxito.
Los cambios políticos e institucionales generados por el Comandante Chávez, como conductor del pueblo venezolano, no son de una coyuntura histórica. Los mandatarios y más aún en las sociedades subdesarrolladas, si están limitados en su gestión por las condiciones socioeconómicas siempre existe dentro de ellas un campo de libertad de amplio espectro donde el gobernante, como expresión de su voluntad, puede conferirle a su acción coloridos del más variado y opuesto signo.
Los gobernantes, como parecen señalarlos los hechos, no son pues, puros efectores inertes del medio social que los contienen. Así como pueden frenarlo, desvirtuarlo y retrogradarlo puede señalarle otros derroteros e iluminarlo con su acción y con su prestancia poniendo en marcha fórmulas nuevas en el quehacer social. En la medida que un líder asuma este papel de encender y de conducir un proceso, como lo ha hecho el Comandante Chávez, se hace acreedor al título de creador de un sistema y de una época.
¡Eternamente –con– Chávez!