La inquietud es esperanza

Losportavocesdelamoralburguesa, destinadaaobstruirtodoespíritudeprogreso, todocambiopolítico, contemplanelmundocomounaobraarmónica; deelloinfierenqueelpueblosedesenvuelveen la mejordelasformasposibles, enelmásperfectodelosmundos. Eseranciooptimismodeenvejecidosmetafísicos, quellevaríaamirarcomograndesbieneslasguerras, ladesolación, elsaqueoylasepidemias, eldolorylamuerte, hamerecidocríticasrisueñas, jamáscontradichaseficazmente.

La moral socialista, presupuesto necesario de todos los que tienen ideales, opone al quietismo abstracto la creencia activa en la perfectibilidad; su optimismo no significa ya simple satisfacción frente a lo actual, sino confianza en la posibilidad de perfeccionar la sociedad. Lo existente no es perfecto en sí, pero marcha hacia un perfeccionamiento; para el pueblo, en particular, se traduce en dignificación de su vida. Todo lo humano es susceptible de mejoramiento; es natural el devenir de un bien mayor, mensurable por el conjunto de satisfacciones en que el pueblo hace consistir la igualdad, la libertad, la felicidad.

Afirmar que vivir en el sistema capitalista es una sociedad perfecta implica prescribir a la juventud una mansedumbre de siervos. De esa premisa escéptica partieron en todo tiempo los más hipócritas defensores de los intereses creados; mirar el instable equilibrio actual como un orden definitivo, implica desconocer que en toda sociedad existen desarmonías eliminables por una perfección ulterior.

La inquietud de saber más, de poder más, de ser más, renueva al pueblo incesantemente. Cuando ella cesa, deja él de vivir, porque envejece y muere. La personalidad intelectual es función, no es equilibrio; tiende a una integración permanente, enriquecida sin cesar por una experiencia que crece y un sentido crítico que la rectifica. Al renovarse es prueba de juventud funcional, revela aptitud para expandir el yo más íntimo, sin apartarse de sus caminos hondamente trazados; lo que es muy distinto del variar con el individualismo. Que sólo denuncia ausencia de ideas propias y pasiva adhesión a las ajenas. La incapacidad de perfeccionar su ideología, permite sentenciar el envejecimiento de un pueblo: implica la declinación de esas aptitudes asimiladoras e imaginativas que ensanchan el horizonte elevando los puntos de vista.

En el pueblo, la inquietud de renovación es la fuerza motriz de todo mejoramiento; cuando ella deja de actuar, el pueblo se envilece, marchando a la disolución o a la tiranía. El progreso es un resultado de la inquietud implícita en todo optimismo social; la decadencia es el castigo de las épocas de escéptico quietismo.

¡ChávezVive, laluchasigue!

¡Hastalavictoriasiempre!



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Manuel Taibo


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