Al cumplirse un aniversario más de la caída en combate,del comandante Ernesto Ché Guevara de la Serna

El hombre nuevo

67,2.005, 38 años hacen ya del aquel memorable 8 de octubre, día en que cayera al lado de un puñado de fieles combatientes, quien fuera sin ambages el más alto y puro revolucionario del siglo XX y de lo que va de esta centuria.

Cuentan que el infeliz a quien le dieron el miserable encargo de matar al Ché, herido y maltrecho en el rincón de una aula de aquella escuelita de la Higuera, se encontró con los ojos del fuego amoroso que hace el alma para los pueblos que han perdido la suya, y no se atrevía a disparar. Aquel asesino a sueldo de los mentores del capitalismo, pudo ver que estaba enfrente de un ser humano que concentraba en él la dignidad y la cepa de todo el pueblo irredento de la América Latina, y tembló, y tuvo mucho miedo como si él fuese el que iba a morir.

El Ché sabía ya que su suerte estaba echada, y tuvo conmiseración con el infeliz que sufría una pena más honda que la muerte misma, la pena de saberse miserable en su oficio rastrero de apuñalear las entrañas de su propia madre grande, esa que es tierra y pueblo de su propio dril, esa que los primeros europeos llamaron América, y después le agregaron lo de Latina. Esa ruindad de hombre descubría en aquel momento que él era el verdugo de sus propios hermanos. Era el mismo episodio de Cristo en el Gólgota:"Padre perdónalos por que no saben lo que hacen". Es la descomposición casi que absoluta de la conciencia humana. Nada podrán los poderosos contra los débiles sin la complicidad de los propios débiles en contra de su misma gente. En aquel trance terrible el Ché ayudó al asesino a disparar en contra de si mismo: "Dispara que soy el que va a morir, dispara que vas a matar un hombre". Y el mercenario disparó al fin las balas que atrevesaron el cuerpo del Ché. El asesino del cuño de los débiles disparaba contra su libertador, pero el Ché no moría,mientras él si caía fulminado en los jaramagales del olvido.

Los majaderos, al decir de Bolívar, en su habildad de velar las palabras con cierto dejo de humildad, eran realmente libertadores. Cristo libertando con su palabra redentora a la prole de Judea. El nazareno le ganó la guerra al imperio romano. A pesar de que fue crucificado, el logró sembrar el amor en los montes de Galilea, él logró verter el amor en las aguas del Tíberiades y del Jordán, y muy especialmente, logró inculcar el amor en aquel pueblo antiquísimo escapado de las garras del mismísimo Faraón,siguiendo la magnífica conducción de Moises. A la Hegemonía del egoísmo y del odio establecido por la prepotencia imperial más allá de los arenales de Palestina, Jesús el redentor opuso la contraofensiva del amor.

El hombre nuevo, es decir el revolucionario dispuesto a morir por cambiar el mismo egoísmo y del mismo odio enfrentado por Jesús, para convertirlo en amor, sin en el cual no podría haber igualdad, fraternidad y libertad, ese revolucionario, que según la propia afirmación del Ché, era el escalón más alto de la especie humana, es sin desperdicio un libertado potencialmente libertador de la irredención de cualquier pueblo de la tierra.

De ahí la insistencia del Ché ante el diezmado ejército loco que lo seguía en la altiplanicie boliviana: "el que no se sienta preparado a ser ese tipo de revolucionario, debe abandonar la lucha". Se refería nuestro comandante a ese hombre nuevo que tanto había preconizado. Un hombre del futuro que comenzó con Jesús, continuaba con Bolívar y con todos los héroes de nuestra emancipación latinoamericana. Un hombre que él había venido a confirmar, a formar en el azarozo devenir histórico de la especie humana. Ciertamente "un hombre que no respondiera a estímulos materiales sino a estímulos morales".


El hombre nuevo es la señal inequívoca de una revolución verdadera, sobre la cual afirmaba el Ché "que se vivía o se moría". Esa afirmación parte de la convicción de que la muerte es un fenómeno natural absolutamente inevitable, al menos sin la participación de los avances científicos en la genética, mientras que el hombre nuevo es una construcción de filigrana amorosa que depende exclusivamente del desarrollo espiritual humano.

Bolívar dijo en medio de los avatares de la guerra: "maldito el soldado que dispare sus armas en contra del pueblo" . Pero avanzando más allá, dictaminó pena de muerte para el que se robase un peso del erario público. Parodiando a Bolívar y al Ché, nosotros decimos hoy: trimaldito el revolucionario que se diga sin serlo, y se aproveche de esa investidura para su beneficio personal. Ese tipo de alimaña es justamente la antítesis del hombre nuevo que consolida revoluciones.

A 38 años de la caída del primero de todos los hombres nuevos del siglo pasado y de esta centuria, decimos, vive para siempre el Che en las luchas por la liberación de la especie humana.

¡SOCIALISMO O MUERTE, VENCEREMOS!.


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Eduardo Mármol


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