Los que sentimos hermanos a los que viven en el continente americano, desde México a Tierra de Fuego, y también a todos los que siente su tierra aunque estén en cualquier Norte, no podemos celebrar el 12 de octubre. Porque no se celebra el haber hecho daño, porque no se celebran las conquistas, porque no se celebran las masacres – las buscadas y las provocadas aunque no fuera la intención-. Porque no se puede celebrar el sometimiento de un continente, la esclavitud, la devastación, el robo. Porque no se celebra la vergüenza de haber pretendido descubrir a nadie. Porque no se celebra, si se es decente, cuando los “celebrados” aún andan esperando una disculpa que permita el verdadero encuentro. América Latina se sabe hija de tres continentes. Nosotros, desde esta España irreconocible e irreconocida, no les dejamos sentir propio el decantado europeo que también les pertenece. De aquí salieron los conquistados. Allí estaban los que resistieron.
La hispanidad no existe. De hecho, ni siquiera España ahora mismo existe. La hispanidad, seguramente ya no lo hará nunca y, además, es bueno que sea así. De ser algo el deseado diálogo entre América y las Españas, será en el futuro, lejos del eurocentrismo, lejos del desprecio que animó a los que inventaron y propagaron el concepto, lejos de las nuevas formas de colonialismo económico. La España que celebra con un desfile militar y con reyes, príncipes y princesas el día de la aventura común de vivir juntos es precisamente la España que ya no vale. Una España oxidada, rancia, casposa, biliosa, fea, autoritaria, centralista y desagradable. Llena de parados, de gente expulsada de las aulas, sin sanidad, sin educación, sin respeto. Una España odiosa que esconde la España que podría ser si recuperáramos nuestras decisiones. La España federal, republicana, social que permitiera a las diferentes naciones que aquí han convivido seguir siendo un viaje común en una referencia amable que incorpore y no expulse. Una España que, lejos de segundas transiciones, traiga por fin una primera ruptura. Que permita entender ese pasado terrible compartido y que termine con viejas y nuevas ficciones (donde también están las que levantan los que andan inventando desde diferentes rincones de la peninsula su propia historia queriendo desentenderse de la compartida realidad negra -no la leyenda- de la conquista).
Si los pueblos de España deciden finalmente convivir y seguir juntos nunca escogerán el 12 de octubre como el día de celebración de estar unidos. Esa otra España federal y social tendrá que reconstruir su presente y su pasado, se disculpará por tanto daño hecho a otras personas y grupos (al menos desde la expulsión de judíos y moriscos en 1492) y hará lo posible para resarcir el atraso que ha contribuido a crear en otras partes del mundo.
Entonces cada vez que nos celebremos, los pueblos de América Latina quizá tengan también ganas de celebrar con nosotros por todo lo que compartimos. Esa España federal y republicana, comprometida con la democracia y la justicia social, podrá ser tan atractiva como lo fue en los años treinta. Cuando Neruda se sentía en Madrid o en Barcelona como en casa, Oliverio Girondo compartía tertulia en Pombo con Gómez de la Serna o Lorca cruzaba el continente sin salir de su patio andaluz. Ese horizonte suena tan hermoso que uno no se explica por qué estamos tardando tanto. Mientras tanto, disculpen un año más, hermanos y hermanas de América Latina, por esta absurda y terrible celebración. Acepten como regalo que este año los legionarios no han gritado ¡Viva el Rey! Sé que no es mucho, pero imaginen cómo estamos que nos vale afirmar que algo es algo.