La economía venezolana transita por el escenario más indeseable para un gobierno tan atacado como el de Nicolás Maduro. Se apunta a la oposición empresaria como la causante del masivo desabastecimiento interno, lo que es cierto, y responde con una sorpresiva campaña nacional “contra la guerra económica de la burguesía”, con el movimiento bolivariano en las calles, lo que es muy bueno. Sin embargo, las causas están más abajo y son más complejas que los inevitablemente malos capitalistas de la oposición.
Basta preguntarse por qué los enemigos del gobierno pueden desabastecer un mercado interno de apenas 30 millones de almas y estómagos. La cuenta se complica más si recordamos que la economía venezolana no sufre un bloqueo como el padecido por Cuba desde 1962, Guatemala en 1954, Argentina cuando se declaró neutral en la II Guerra Mundial, o la vivida por el pueblo soviético hasta mediados de la década del ’20. Estados Unidos sigue siendo el principal proveedor (26%) de alimentos y baratijas en el mercado venezolano.
El asunto se vuelve más irracional, incluso para el sentido común, si advertimos que la administración cuenta con una sólida caja de ingresos anuales en dólares y un circulante nacional envidiable para cualquier país que haya sido bloqueado alguna vez, o vivido catástrofes, como Haití.
Los más de 800 convenios, tratados, acuerdos y protocolos firmados con una veintena de países, entre ellos dos potencias agrícolas como Argentina y Brasil, obligan a pensar que el desabastecimiento y la virtual estanflación venezolana de este año tienen causas más enmarañadas, aunque no sean tan visibles.
De la economía a la política
Si fuera cierto el apotegma leninista de que la política no es otra cosa que “economía concentrada”, entonces ambas cosas han entrado en estado de combustión en el país.
Nadie en su sano juicio puede negar que los empresarios opositores mantienen desde finales del año 2012 un plan de desabastecimiento programado. Todo huele al Chile de 1973. El objetivo es el mismo: quebrar la gobernabilidad, fragilizada entre la convalecencia presidencial y la escasa votación de Maduro.
A esa verdad hay que sumarle otra, si se quiere buscar la salida en el laberinto: el Estado es el que maneja los dólares, el petróleo y un tercio del abastecimiento. Allí es donde comienzan las paradojas. Las causas se diversifican y no todas caen del lado opositor.
Según las cifras del Banco Central de Venezuela, la escasez promedio nacional alcanzó un peligroso 20% entre enero y abril y subió al 32% entre julio y septiembre. En algunos productos vitales, como la harina de maíz, el aceite, el papel higiénico y el azúcar, el desabastecimiento escaló al 50% a finales del mes pasado.
Una contradicción fatal es que la marcación de precios dependa de monopolios importadores externos e internos. Esa y otras contradicciones impidieron a Chávez e impedirán a Maduro derrotar los tres cánceres actuales de la economía venezolana: la inflación, la inseguridad alimentaria y la corrupción.
En agosto, la banda de precios más alta superó el 40%, la peor inflación del continente; para comprender esta locura desquiciante hay que preguntarse por qué la distribución de alimentos sigue en manos de los enemigos jurados del gobierno. Mientras más de la mitad del comercio interior esté fuera de control jamás se podrá controlar la metástasis de la corrupción privada/estatal. Son los funcionarios de ambos sectores quienes se reparten, sin control social, la importación, el financiamiento en dólares y el control político de estas funciones económicas centrales.
No hay sociedad humana que soporte tamaña depredación sobre sus hombros.
La masiva migración de la renta petrolera al campo privado (incluyendo aquí al ciudadano burócrata y al nuevo ciudadano boliburgués) no tendría explicación sin ese mecanismo, tan perverso como absolutamente eficaz para el enriquecimiento ilícito de una minoría poblacional.
Mientras la burguesía fugó más de 158 mil millones de dólares en menos 10 años, la burocracia y la boliburguesía hicieron lo mismo con 22 mil millones en los últimos dos años y medio. Esa masa de capital social robado debe sumarse a la altísima tasa de ganancia (el robo legitimado del sistema de capital) de la burguesía comercial y financiera parasitaria, y lo que se ha llevado la boliburguesía por su parte.
La diferencia es que unos invierten la plata afuera, mientras los otros la esconden adentro. Debajo de ese insolente e irracional enriquecimiento y despojo a escala social, brotan la crisis actual, tanto como la imposibilidad de superar la economía rentista casi centenaria.
En este nudo económico, comercial, financiero y político están los secretos del grave tránsito de la economía venezolana. Tanto sus déficit de caja, como la cuadruplicación de la deuda externa y los cortes en la cadena de distribución, todos tienen la misma marca.
El viaje de Maduro a China tuvo dos objetivos, el principal fue reactivar el Fondo Chino-Venezolano de más de 24 mil millones de dólares. Por ahora, y menos mal, China es la muralla que evita la visita del FMI o del Club de París.
El problema de fondo es que ni el PBI se eleva sustancialmente desde 2008, ni la economía rentista cambió en 13 años de masivas inversiones, ni el Banco Central puede seguir financiando a Pdvsa.
10% contra la revolución bolivariana
Sumadas las familias de los capitalistas, de la capa de burócratas del alto nivel y las de los casi 5 mil boliburgueses agrupados en cinco cámaras, no pasan del 8 al 10% de la población. Este grupo de privilegiados se expande un poco cuando le añadimos la franja alta de la clase media comercial y rentista, esa que vive, piensa y siente en norteamericano y que en Venezuela se mide en petrodólares.
La fuente de riqueza de esta pequeñita fracción poblacional es la renta petrolera, ese milagroso chorro de bitumen sobre el que descansa el Estado-nación venezolano desde 1927.
En los últimos diez años, esa renta se multiplicó considerablemente, como lo hizo en 1974 y en 1982. Pasó de 50.000 millones de dólares anuales en 2002, al doble facturado por año en 2012, según datos de Pdvsa.
Los tres gobiernos de Hugo Chávez lograron rescatar para la gestión eststal cerca del 60% de esa renta. El año pasado, sobre una facturación de 100.000 millones de dólares, el gobierno se quedó con 57.000 millones para gastos corrientes. Hasta el año 2002 fue al revés: cinco multinacionales petroleras y la Gerencia Mayor de Pdvsa acaparaban más del 70% de la facturación anual. Eso explicó el golpe de abril de ese año.
Mirado en cifras y estadística, ese cambio en el control estatal y la distribución social de la renta, representa un enorme avance en soberanía y economía nacional. El chavismo cuadruplicó el gasto social en menos de 6 años, aumentando el nivel general de consumo, bienestar y la felicidad relativa de la población que vive del trabajo.
Una mirada más compleja señala que el resultado es más contradictorio, porque en las entrañas de ese enorme progreso social se acurrucaba un Alien propio.
La culpa no es de la renta.
Con la misma facturación petrolera usada para financiar las 17 Misiones sociales que le cambiaron la vida a los venezolanos más pobres, también se potenció la riqueza del pequeño grupo de súpermillonarios de la banca y el comercio mayorista, al igual que la de los nuevos ricos, dentro y fuera del aparato de Estado.
La única culpa exógena en esta historia es el precio del barril de crudo, determinado en el mercado mundial por los dueños de la economía del planeta.
Los riesgos
Un primer costo social será la desfinanciación parcial de las Misiones y otros programas sociales de escala. Esto, en parte ya comenzó con la Misión más cara: Barrio Adentro, dedicada a la salud.
Mientras tanto, la oposición hace las dos cosas que sabe hacer: acumular mucho dinero y sabotear la economía cotidiana, la misma en la que amasa su fortuna. Esta aparente irracionalidad de la burguesía venezolana, no es un misterio. Ella necesita como si fuera su vida misma, recuperar la renta petrolera sin mediación del Estado. Desde 1999 esa mediación se llama chavismo, tanto gobierno como movimiento. El problema para ella es que fue habilitada para gobernar hasta 2019. Demasiado tiempo para una clase tan voraz en un capitalismo en crisis.
A la desazón social que produce el desabastecimiento se han sumado este año más de 20 asesinatos selectivos, los últimos dos ocurrieron la semana pasada en las Comunas de Barquisimeto, al occidente del país, donde el desarrollo del llamado poder popular es más avanzado.
La prueba navideña
Las elecciones en diciembre serán el escenario político más próximo para saber los primeros resultados de una puja de fuerzas que no se detendrá en las elecciones de diciembre. Lo que está en juego es el destino del proceso bolivariano en su conjunto.
Y eso no se decide en la economía, tampoco en la sola conducta de la oposición. Lo que deje de hacer, o haga mal, el chavismo, será dialécticamente funcional a los saboteos y objetivos de sus enemigos.
Para tratar de entender esa ecuación y esa hipótesis, hay que mirar las terribles pulsaciones de la economía, pero a través del prisma de su intensa vida política.
La batalla contra el saboteo pasó de la angustia psicológica, los despachos ministeriales, la prensa, los discursos, los bancos, las empresas y los estudios econométricos, a la calle. En ese punto es donde la economía comienza a concentrarse en forma de política.
22 movimientos sociales del poder popular, entre ellos tres empresas bajo control obrero y un centenar de medios comunitarios, tomaron las calles de Caracas para acompañar al gobierno en la batalla contra la oposición.
Pero al mismo tiempo, los mismos movimientos le reclamaron a Maduro medidas más extremas contra la corrupción propia y contra los desabastecedores internos. Ambas cosas laten en las principales consignas: “¡Guerra a muerte a la corrupción!”, “¡Con cola y saboteo, con Maduro me resteo!”, “¡Poder Popular contra la corrupción, el acaparamiento y la especulación!”, “¡No quiero show, ni comiquita, la Habilitante la aprobamos los chavistas!”.
Una de las acciones más osadas de esta acción callejera fue la re-introducción en la Fiscalía y en la Asamblea Nacional de una “denuncia judicial con exigencia de investigación sobre los desfalcos al Sitme (administradora de dólares) perpetrados por empresarios y burócratas corruptos”. Fue firmada por todas las organizaciones. (Aporrea, 18 de octubre, 2013)
Aunque las elecciones del próximo 5 de diciembre se limitan a las alcaldías y los concejales de 335 municipios, adoptarán, como suele ocurrir desde 2002, el carácter de una prueba nacional de las fuerzas por todo el poder.
En diciembre no están sometidas a prueba ni la presidencia ni la Asamblea Nacional de Diputados, pero eso no impide que las fuerzas enemigas del chavismo transformen las elecciones en una batalla contra todo el sistema político bolivariano. Y que el chavismo se ponga en marcha como si se tratara de la última batalla. Es así desde el año 2004.
En la complejidad de las causas de la actual crisis económica no hay manera de separar sus tres partes componentes, aunque sean distintas: Estados Unidos, la burguesía interna y la burocracia depredadora del Estado.
Los diversos saboteos comerciales que hacen las grandes empresas privadas, sobre todo las de alimentos, bienes ligeros y las financieras, se alimentan de las acciones y asedios permanentes que realizan los organismos de Estados Unidos contra la soberanía nacional y la seguridad externa, pero ambas presiones se combinan en una asociación de necesidad existencial, con el “saboteo endógeno” de las capas de funcionarios que viven o se enriquecen con esos saboteos comerciales y financieros.
Eso explica, por ejemplo, que mientras las cadenas comerciales privadas desaparecen los alimentos de los supermercados, en las cadenas estatales de comercialización, como Mercal o Pdval, también desaparecen, sin explicación.
Un ejemplo de esto en resbaloso terreno financiero se conoció a comienzos del gobierno de Nicolás Maduro, cuando la ex presidenta del Banco Central de Venezuela Edmé Betancourt informó que habían emigrado del Estado a la banca privada alrededor de 22 mil millones de dólares, provocando la devaluación de febrero 2013 y presionando la que se espera para finales de este año.
La ministra salió del cargo, pero a nadie en su sano juicio le cupo dudas de la responsabilidad de los encargados de la emisión en el BCV, en el Sitme y en Cadivi, los tres organismos que manejan las divisas. Como dijo un chavista en el diario bolivariano Aporrea, “los billetes no tienen patas”.
Dime con quien andas y te diré que piensas
Esta semana, Heinz Dietrich, un conocido intelectual de la izquierda latinoamericana de origen alemán, publicó un escrito titulado "Sólo un radical cambio del modelo económico y del gabinete, salvará al gobierno venezolano". Seis meses antes, el 5 de abril de este mismo año, un grupo de intelectuales y economistas chavistas se le adelantó a Dietrich con un documento más cauto y razonado, al que llamaron “¿Qué hacer?”.
Ambos llegan a similares conclusiones, desde lugares políticos muy distintos. Para los primeros, “se huele en el ambiente la posibilidad de un estallido social, como efecto posterior de reverberación de las ondas de choque de la bomba atómica económica que ya explotó...”. Para Dietrich se trata de la caída de lo que llama “Gobierno de Maduro/Diosdado”. Y va más lejos: “¿Habrá alguna fracción del Bolivarianismo que podrá suplirlo?”. Como no define el carácter de clase ni el proyecto político del posible “suplidor”, la oferta queda abierta a cualquiera que se atreva.
Estas dos visiones del complicado momento de la economía venezolana, padecen del mismo defecto teórico. Primero, escinden el proceso de la política del complicado laberinto de la política, menos en el caso de Heinz porque este analista se ubica en una postura política venezolana: la del General Isaías Baduel y su grupo también reivindicado como bolivariano. En ese punto, el "bolivariano" asume el sentido del peronismo: puede contener opuestos, aunque eso cambia esencialmente cuando la comparación se traslada al cuerpo ideológico y las organizaciones de ambos movimientos.
El chavismo militante no tiene ni reconoce derechas en sus organizaciones de base o intermedias y cuando aparecen en las alturas son repudiadas. Y las ideas que orientan al chavismo militante son de izquierda y socialistas, desde Chávez hasta el último militante de los llanos. Aunque sea cierto lo que afirma Dietrich: eso no implica que en Venezuela se esté construyendo una sociedad socialista.
Ese dilema entre el discurso, el programa del Estado y la comprensión socialista del movimiento, por un lado, y el tipo de Estado, el carácter general de la gestión económica y el grupo de privilegiados instalado en la médula del poder, por otro, no esté resuelto todavía.
Esa es, precisamente, la batalla actual, la maduración actual en las bases del llamado poder popular y en bolsones del poder constituido.
Un análisis, como siempre, no es de derecha o de izquierda. Por eso Dietrich usa los datos correctos y acierta en la dinámica económica.
Pero se coloca en el lugar equivocado de los acontecimientos. Este es el terreno de la política. Allí está a la derecha de lo que critica.
En esa y otras dimensiones, su opinión se limita a reflejar la vida exterior del proceso bolivariano, tanto en lo económico como en lo político y social. No es casual que no mencione la opción del poder popular una sola vez, ni siquiera para desecharlo. Se reduce a las únicas dos cosas que más aprendió como académico de izquierda: analizar datos y conspirar.
El resultado de la actual batalla no servirá para erradicar las causas de los graves desequilibrios de la economía venezolana, sumidos en una pervertida estructura monoproductora y rentista. Pero le permitirá a los organismos del poder popular y a otros sectores de la vida política de la poderosa izquierda chavista, aprender sobre la alta responsabilidad política que tienen ante el país y América latina.
O son capaces de convertirse en una opción política nacional desde el campo de los explotados y los oprimidos, o sucumbirán con ellos a la depredación de los agentes del capital y a la acción depredadora de la burocracia.
Juntas son suficientes, para que Wasington siga esperando, paciente, lo que hace poco advirtió el más brillante estratega de ellos, Zbignew Brzezinzki: la reversibilidad endógena del proceso revolucionario.