Venezuela, mi patria, vuestra patria, nuestra patria, es una Gran Mina, una mina libre y abierta a la explotación por parte de todo delincuente indeseable que especula, roba, y quiere enriquecerse a como dé lugar. Y los venezolanos de bien somos los grandes imbéciles, que todo lo aceptamos a quienes todo lo quieren y llevan fuera de nuestras fronteras. Moral, no hay moral, ni en los partidarios de la Mafia amarilla, ni en la burguesía, ni en los extranjeros que vienen de Colombia y del Perú en busca de dólares, ni en los lugareños que raspan la tarjeta, y sólo la moral salva al pueblo venezolano.
Dice Maquiavelo: “La ambición hace al ladrón y la justicia lo ahorca”.
Porque los que no saben vivir de otro modo, ni tienen virtud de acomodarse a la vida honrada, acuden a robar y la justicia se ve obligada a condenarlos. Buscan la medida del Poder social, la palanca del dominio sobre los seres menos afortunados. La fe de estas mafias es inconmovible, confían ciegamente en los dólares que les saquean a Cadivi. Todos sueñan con una fortuna imponderable, con una gran cuenta en dólares en Miami.
Ciertamente, para muchos venezolanos de hoy el hecho de malgastar divisas; y mucho más grave aún, recursos irrecuperables, es motivo de indignación; y este sentimiento no hay en quien volverlo, sino en “ellos”, los que han dirigido el conjunto. Pero una reflexión un poco más profunda nos lleva a determinar que no hay límite entre “ellos” y “nosotros”; que el “ellos” es el “nosotros”; que hay una responsabilidad colectiva, en donde por acción u omisión todos los venezolanos –y en especial los que tienen el poder, autoridad e influencia– somos parte de los dolores y miserias que nos aquejan. De forma que para encontrar respuestas que no sean meros señuelos emocionales para aliviar la angustia hay que buscar categorías de análisis que amortigüen la subjetividad y que tiendan a substituir ese actuar inmoral que ha caracterizado la vida del país por un accionar racional, que explique satisfactoriamente el estado de cosas existente. De allí que aquí venga a nuestra memoria la sentencia del Libertador, expresada en misiva al general José Antonio Páez el 19 de abril de 1820: “el que manda debe oír aunque sean las más duras verdades y, después de oídas, debe aprovecharse de ellas para corregir los males que producen los errores”.
No se trata aquí de condenar sino de advertir. De ayudar a ver las equivocaciones y corregirlas. Esta será la única manera de perfeccionar la Constitución en todas sus consecuencias. A la búsqueda de su estabilidad, a su conservación e incremento, como el modo de vida que los venezolanos todos elegimos el 14 de abril de 2013, el cual hemos sostenido con nuestro voto y adhesión van dirigidas estas observaciones, redactadas en horas de intensa tensión. En estos hechos está vigente un alarido colectivo contra la corrupción, contra la vacuidad del lenguaje de los medios de comunicación, de los políticos de la Mafia amarilla y de la burguesía, a favor de la moralización de la función pública. Es también un llamado a los honestos para que vuelvan a ejercer las funciones públicas, ya que ante la presencia de los corruptos los honrados se han ido.
“Cuando los gobiernos pasan de la democracia a la oligarquía debilitan al Estado, destruyen la República y corrompen a los pueblos”. Simón Bolívar.
¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los cuatro antiterroristas cubanos héroes de la Humanidad!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Patria Socialista o Muerte!
¡Venceremos!