Una pregunta infantil: ¿los empresarios honrados no deberían en las actuales circunstancias marcar una conveniente y sanitaria distancia de los empresarios ladrones capturados in fraganti?
Se trata, por cierto, de una duda que solo abrigan los revolucionarios moderados y comeflores, pues los ortodoxos no la tienen. Para ellos, todos los empresarios, desde los que salen en la lista de Forbes hasta el pulpero de la esquina, son unos redomados ladrones.
En todo caso, la pregunta hubiese sido por completo impertinente en otros tiempos, cuando la dirigencia de los gremios empresariales estaba integrada por trogloditas como aquél que decía "el paro es un éxito". Si tiene hoy alguna pertinencia es porque Fedecámaras está siendo dirigida por una nueva generación de líderes, declarativamente preocupados por la responsabilidad social de las empresas y otros temas light por el estilo.
Entonces, cualquiera se pregunta: ¿no era esta la oportunidad ideal para que ese empresariado institucional y decente dijera algo como "¡epa, que quede claro que nosotros no defendemos vagabunderías!".
Pero no, no fue posible, fueron vapores de la fantasía. Envueltos en la diatriba política, los dirigentes de la corriente que encabeza el fedecamarada Jorge Roig han asumido más o menos la misma actitud que habrían tenido algunos de sus zafios predecesores.
Han intentado relativizar el delito cometido por quienes se presentan como empresarios, es decir, como sus colegas, negando la validez de evidencias presentadas de manera pública (trámites ante Cadivi, facturas, actas de las inspecciones y testimonios de la clientela).
Han procurado victimizar a los usureros especuladores y -ya llegando al colmo de la ausencia de capacidad autocrítica- han acusado al público comprador de aprovechador y hasta de saqueador.
La dirigencia empresarial, renovada en edad promedio y en algunas ideas, ha dado la respuesta más clásica posible: la solidaridad automática. Con ello, ese liderazgo ha desperdiciado una oportunidad de oro, dicho sea en lenguaje de negociantes, la de renovar sus inventarios de un producto bastante escaso: la autoridad moral.
Mi amigo el Estrangulador de Urapal dice que a Roig le ocurre lo mismo que a Obama, guardando las enormes distancias. "Los verdaderos poderosos de Estados Unidos pueden permitir que un afroamericano medio árabe llegue a la Casa Blanca, siempre y cuando gobierne como un blanco anglosajón protestante -explica.
De la misma manera, quienes encarnan los intereses del gran capital en Venezuela pueden dejar que un industrial mediano, medio izquierdoso que alguna vez estuvo en La Causa R, dirija Fedecámaras, siempre y cuando lo haga como si fuera Pedro Carmona Estanga".